Restauración ecológica, la ciencia que recupera la naturaleza dañada

La restauración ecológica logra que los ecosistemas dañados sean como antes sin necesidad de costosos mantenimientos anuales posteriores
Por Alex Fernández Muerza 19 de septiembre de 2013
Img restauracionecologica
Imagen: Biohabitats

No es raro contemplar zonas que se supone están recuperadas y cuentan con árboles raquíticos, muy poca fauna o flora y un mantenimiento que implica un importante gasto año tras año. Y es que recuperar un hábitat degradado es algo más que plantar unos cuantos árboles, como recuerda la restauración ecológica. Esta ciencia ambiental innovadora recupera ecosistemas degradados y los deja como antes. Sus ventajas ambientales, económicas y sociales ya se aprovechan desde hace décadas en otros países, mientras que en España se intenta asentar. Este artículo señala qué es la restauración ecológica y la define como una actividad profesional de futuro, además de explicar por qué no se utiliza más.

Restauración ecológica, mucho más que poner unos árboles

«La rehabilitación ambiental o la revegetación se centran en reponer elementos con siembras y plantaciones, fertilizantes, mayas de coco, etc. La restauración ecológica actúa sobre los responsables de la degradación, para recuperar la funcionalidad del ecosistema y generar valores, bienes y servicios a la sociedad», explica Jorge Astorquia, organizador del I Foro de Restauración Ecológica: Creando Redes, celebrado en Madrid.

La restauración ecológica recupera ecosistemas degradados y genera valores, bienes y servicios a la sociedad
El sistema vuelve a autorregularse y absorbe de manera eficiente los posibles impactos de la dinámica natural del sistema, como las crecidas en los ríos. Se reduce así el riesgo y los costes por posibles catástrofes naturales, según Astorquia: «En Cádiz unas dunas se están metiendo en unas casas construidas hace unas décadas. Los vecinos se quejan de que el Ayuntamiento no les quita la arena por falta de dinero. El gasto anual es de 6.000 euros, cuando un proyecto de restauración ecológica fijaría las dunas de forma natural sin más gastos ni problemas a los vecinos».

La restauración ecológica considera la historia del ecosistema degradado (clima, usos del territorio, etc.) y su dinámica (incendios, inundaciones, etc.), y plantea la recuperación de forma sostenible, a largo plazo. Las técnicas convencionales, en cambio, imponen la estructura al sistema. Un caso típico son las revegetaciones de las zonas mineras, señala el responsable de Creando Redes: «Por lo general, se plantan unos pocos árboles, cipreses o pinos, que es muy probable que no formen parte de la vegetación local, difícilmente se desarrollan y ni siquiera disimulan de forma estética el corte producido, no se controlan los procesos erosivos y la flora y la fauna es escasa».

En cambio, una buena restauración ecológica consigue no solo que el ecosistema recuperado gane, sino también la población que vive allí: la calidad del agua mejora, aumenta la biodiversidad y se recuperan paisajes culturales o usos tradicionales, de manera que sus habitantes están de nuevo en el lugar que recordaban.

Restaurador ecológico, una profesión de futuro

La restauración ecológica es una actividad profesional que cobró fuerza en los años 80 del siglo XX. En países como Estados Unidos diversas empresas venden con éxito proyectos desde hace más de 20 años. Es el caso Biohabitats, dirigida por Keith Bowers, que ofreció una conferencia en el Foro de Madrid.

En España no está muy extendida, reconoce Jorge Astorquia, pero confía en que sus ventajas y la divulgación y concienciación de la sociedad, las empresas y las instituciones logren generalizarla. A pesar de ello, hay algunos buenos ejemplos, como la Devesa, en la Albufera de Valencia, donde la Administración pública restauró sistemas de dunas costeras mediante la recuperación de su geomorfología y la plantación de especies propias.

¿Y cómo debe ser un restaurador ecológico? Según el experto de Creando Redes, necesita formación específica en esta materia y capacidad de integrar conceptos de índole ecológica, económica y social, para hacer un buen diagnóstico del espacio degradado y proponer soluciones. Además, debe saber observar y conocer de forma profunda la dinámica de los sistemas en el tiempo y en el espacio. También es importante que integre las distintas escalas de los procesos ecológicos que rigen la recuperación de un ecosistema.

¿Por qué no se hace más restauración ecológica?

El desconocimiento es uno de los principales motivos de su escasa utilización en España. Astorquia confiesa la anécdota de que varias personas llegaron a su Foro porque pensaban que trataba de cocina ecológica. Por ello, como concluían los responsables de dicho evento, es importante incidir en su divulgación, lograr proyectos que demuestren sus ventajas para atraer otros más y recordar a las administraciones públicas su compromiso por las directivas europeas en esta materia. Además, si se incorporaran sus principios en los procesos constructivos y las explotaciones, se reducirían los costes ambientales y de mantenimiento.

El factor económico es también decisivo. La restauración ecológica cuesta un dinero que pocos parecen dispuestos a asumir. Un artículo de la BBC señala que restaurar una hectárea de bosque con este sistema puede costar hasta 19.000 euros, un precio que cubriría el mantenimiento y monitoreo durante dos años de un terreno del tamaño de «un campo de fútbol grande». Muchos de los trabajos realizados en Norteamérica en los últimos años dependen de fondos públicos.

No obstante, cuando se enfoca el factor ambiental de forma sostenible, al final no es un gasto, sino una inversión, en especial si se compara con los sistemas habituales. Los responsables del Foro ponen el ejemplo de la recuperación convencional de carreteras. La revegetación y el control de los sedimentos oscilan entre un euro y siete euros por metro cuadrado. De media, estas infraestructuras tienen entre 20 y 30.000 m2 de taludes, de modo que el gasto supone entre 25.000 y 175.000 euros. Como normalmente no cumplen su objetivo, cada año se gastan 3.000 euros por kilómetro en mantener la vegetación y otros 3.000 euros en retirar sedimentos. Por ejemplo, la autopista Madrid-Sevilla, de 450 km de longitud, requiere 2.700.000 euros anuales.

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