Hay niños que desde que se despiertan hasta que se acuestan no logran parar ni un solo instante. Desarrollan sin darse cuenta una actividad frenética que los convierte en hiperactivos. Muchos de estos menores, en clase, son incapaces de seguir normas de disciplina básicas como guardar una fila, mantenerse callados y mucho menos seguir las explicaciones académicas. Esta actitud resulta familiar para padres con un niño con síndrome de déficit de atención por hiperactividad, un problema en alza que podría afectar al 3-5% de la población europea. En Estados Unidos ya se considera uno de los problemas de salud pública más importantes de la infancia.
El grupo Albor-Cohs, organización que ofrece servicios de Psicología, trabaja en estos momentos en el primer estudio multicéntrico de prevalencia de este problema en España y en cuatro países iberoamericanos: México, Perú, Argentina y Venezuela. Sus resultados se presentarán, en breve, durante unas jornadas internacionales que se celebrarán en el Hospital Ramón y Cajal, de Madrid. Cuando se tengan los resultados se sabrá con exactitud el número de afectados en nuestro país, una cifra que de momento no parece tan alarmante como la de Estados Unidos. Frente al 8% de los norteamericanos, los resultados preliminares sitúan a España en torno al 3% de la población.
Existen dos características que definen al niño hiperactivo: su necesidad de moverse y la incapacidad para mantener la atención. Se suele decir que sólo pueden concentrarse en las cosas que de verdad les interesan, «pero esto es una verdad a medias», asegura Manuel García, psicólogo especializado en Hiperactividad y director técnico del Grupo Albor-Cohs. «Cuando los padres aseguran que pueden mantenerse quietos viendo dibujos animados o jugando en el ordenador, sólo se trata de una percepción. Los dibujos animados son imágenes que cambian con frecuencia; es como si permanecieran parados en una habitación, pero mirando de un sitio a otro». Lo mismo sucede cuando usan el ordenador: «Pueden tocar múltiples teclas, cambiar continuamente las pantallas, probar un juego…».
Se nace siendo hiperactivo, por lo que se debe aprender a vivir con el problema ya que la enfermedad no desaparece. Lo único que cambia es su expresión. Los bebés manifiestan el trastorno llorando y gritando más de la cuenta. En la infancia, se convierten en niños «difíciles» y a partir de los 10 ó 12 años aprenden a controlarse. Cuando alcanzan la edad adulta, los chavales que no paraban quietos cambian su actividad incesante por comportamientos repetitivos como tamborilear los dedos, cruzar los pies… En definitiva, por movimientos socialmente más aceptados.
Cuando crecen tampoco deben bajar la guardia. Entre los hiperactivos hay grandes triunfadores y profesionales que han sabido adaptarse, y otros que no han superado sus dificultades. Algunos estudios afirman que si no se les atiende adecuadamente suelen caer con facilidad en la criminalidad y en la droga. Pero según el psicólogo Manuel García, esas conclusiones proceden de un estudio que se hizo entre los reclusos de las cárceles de Florida, «un tipo de población que no debe extrapolarse a la población general».
Lo que sí parece cierto es que, a pesar de ser inteligentes, «son chicos fácilmente manipulables en la adolescencia», dice el doctor José Ramón Valdizán, jefe del Servicio de Neurofisiología del Hospital Universitario Miguel Servet de Zaragoza. También tienen una mayor tendencia a caer en una pérdida de autoestima, «porque todo el mundo suele regañarles y ellos no entienden por qué. Los fármacos son tan buena ayuda como el apoyo emocional de la familia».
No es un trastorno grave, aunque los expertos insisten en que es vital diagnosticarlo a tiempo para poner en marcha tratamientos farmacológicos y psicológicos que les ayuden a fijar su atención y a sobrevivir a su continuo despiste. Con esta terapia combinada se previene el retraso escolar, el rechazo social y se mejora la convivencia familiar. Dejan de ser desquiciantes, y ellos mismos sienten una menor frustración porque mejoran su relación con los adultos y, por otro lado, disfrutan más de sus juegos.
Los padres son los primeros que pueden notar una conducta anormal. La diferencia entre un niño especialmente inquieto y un hiperactivo es sencilla: cuando a un chico inquieto le interesa algo es capaz de parar; el hiperactivo, simplemente, no puede. La escuela y la guardería juegan también un papel esencial para identificar a estos críos. Aunque lo normal es que no se diagnostique la patología hasta los cinco años.
A partir de ese momento existen tratamientos eficaces que no curan, pero centran a los hiperactivos. La asignatura pendiente de la Medicina es identificar su origen. El trastorno se conoce desde hace cien años; sin embargo, sólo se ha podido concluir que es fruto de factores neurológicos, psicológicos y ambientales.
Entre tanto, la cifra de afectados va en aumento, bien porque se etiqueta a niños que antes se consideraban «difíciles» o por el aumento de recién nacidos de bajo peso o prematuros. «Antes, estos bebés no salían adelante y ahora lo hacen con posibles secuelas. Y la hiperactividad es una de ellas, porque la atención es la primera función cognitiva que se puede dañar en el cerebro de un recién nacido», dice el doctor Valdizán.
También se han detectado anomalías bioquímicas cerebrales y diferencias anatómicas, que se han hecho más patentes en un estudio científico reciente realizado en la Universidad de Nueva York. Este trabajo ha desvelado que los niños que padecen este síndrome poseen un volumen cerebral más pequeño. La conclusión es importante porque hasta la realización de este trabajo se pensaba que esta disparidad de volumen podía explicarse por el tratamiento con psicoestimulantes que toman los hiperactivos. Sin embargo, en este estudio se muestran diferencias de tamaño, incluso en chicos que nunca habían tomado la medicación.
En la búsqueda del origen de la hiperactividad trabaja el doctor Fernando Mulas, jefe del Servicio de Neuropediatría del Hospital La Fe de Valencia. Su hospital ha empezado a colaborar con el grupo europeo para el estudio de este trastorno y la Universidad norteamericana de Harvard para determinar el gen o los genes implicados. Valencia contribuirá con la selección de pacientes y de sus familiares. «Se van a recolectar 500 muestras de sangre que nos permitirán ver las variables alteradas entre padres y niños y si son comunes con otras familias afectadas por el síndrome».