El mapa genético de los humanos (epigenoma) se degrada con el paso de los años, lo que provoca que sea distinto entre los recién nacidos y los ancianos, según ha revelado un estudio internacional coordinado por el director del programa de Epigenética y Biología del Cáncer del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (Ibidell), Manel Esteller.
Este hallazgo, publicado en la revista internacional «Proceedings of the National Academy of Sciences», ha sido posible después de secuenciar totalmente los epigenomas de las células blancas de la sangre de un bebé, de un individuo de edad intermedia y de una persona de 103 años, ha informado el Ibidell en un comunicado. Los resultados han demostrado que el centenario presenta un epigenoma distorsionado que ha perdido muchos de los interruptores encargados de apagar la expresión de genes inapropiados y, en cambio, apaga los interruptores de algunos genes protectores.
«Se trata de un proceso progresivo que provoca que cada día que pasa el epigenoma se tuerza», ha añadido, para recordar después que las lesiones epigenéticas son reversibles, a diferencia de las genéticas, que no lo son. Mientras que el genoma de todas las células del cuerpo humano, con independencia de su aspecto y función, es idéntico, las señales químicas que lo regulan, conocidas como marcas epigenéticas, son específicas de cada tejido humano y de cada órgano, además de variar en función de la edad de la persona.
«Eso significa que todos nuestros componentes tienen el mismo abecedario (genoma), pero la ortografía (epigenoma) es distinta en cada parte de nuestra anatomía», ha explicado Esteller. Para el investigador, este descubrimiento permite constatar que «la modificación de los patrones de los interruptores del ADN mediante cambios dietéticos o por el uso de fármacos podría incluir un aumento del tiempo de vida».