El riesgo asumido en la separación de las siamesas iraníes desata un debate ético

La decisión última de un tratamiento debe quedar siempre en manos del paciente, afirman neurocirujanos españoles
Por EROSKI Consumer 9 de julio de 2003

El diseño de la intervención fue el correcto y, probablemente, el equipo del Hospital Raffles de Singapur era el más indicado para separar con éxito a las siamesas Ladan y Laleh. Pero la muerte de ambas era algo más que una posibilidad debido a la gran complejidad de la cirugía. Ayer, Madjid Samii, uno de los neurocirujanos alemanes que se negó a participar en la intervención en 1988, insistió en que se trataba de una operación «virtualmente imposible». «En estos años ha habido avances médicos, pero el problema de entonces era el mismo que en la actualidad: sólo había una vena y una de las hermanas tenía que ser sacrificada», dijo. Para Anette Tuffs, portavoz del Hospital Universitario Heidelberg, otro de los centros que rechazó la separación, «los riesgos de este tipo de intervenciones son elevados, incluso en edades infantiles».

Tras la muerte de las dos hermanas, muchos se preguntan ahora si merece la pena correr el riesgo. Luis Lassaletta, cirujano pediátrico y miembro del equipo del Hospital La Paz de Madrid, que ha realizado varias separaciones de siameses, explica que «cuando se tienen los medios técnicos y humanos adecuados, como en este caso, se debe intentar porque se trata de la demanda de unas jóvenes que deseaban tener una vida normal. Ellas eran conscientes de los riesgos y los aceptaron. Era su única posibilidad. Podía haber salido bien y no nos cuestionaríamos nada».

De la misma opinión es María Elena Gándaras, presidenta de la Asociación Nacional de Bioética: «Si el riesgo es asumible y no se prima la muerte por encima de la vida, está justificada la operación», afirma esta experta.

Para Francisco Villarejo, jefe del Servicio de Neurocirugía del Hospital Niño Jesús, también en Madrid, «la muerte era un riesgo previsible, mayor del 50% anunciado. Una salvedad ética es el exceso de publicidad que se ha dado a la operación: se ha montado un verdadero circo».

Alberto Isla, neurocirujano del Hospital La Paz, sostiene que «el aval del comité ético del Hospital Raffles de Singapur y el consentimiento informado de las pacientes basta para respaldar éticamente la intervención. Se trata de cirugías muy especiales en las que, de alguna manera, se deben correr ciertos riesgos para promover el progreso científico. Es cierto que el espectáculo mediático se podía haber evitado, pero no sabemos cómo surgió la noticia y si fue efectivamente el hospital el más interesado en dar la información».

Por su parte, Josep Egozcue, catedrático y miembro de la directiva del Observatorio de Bioética de la Universidad de Barcelona, considera que «el paciente es quien, una vez informado, debe tomar la decisión. En este caso, se trataba de pacientes adultos con capacidad de decisión, pero si hubieran sido menores de edad también tendrían derecho a dar su opinión. Por ejemplo, en el caso de una menor que queda embarazada y desea interrumpir la gestación, su voluntad prevalecería por encima de la de los padres».

Una opinión distinta tiene Josep María Simón, presidente de la asociación Médicos Cristianos de Cataluña, quien cree que «es difícil justificar la acción del equipo médico del Hospital Raffles, pero puede que estos especialistas buscaran notoriedad sin valorar las garantías de la intervención».

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