En España, un 8% de los adolescentes sufre trastornos en el comportamiento

Algunas conductas de riesgo estarían motivadas por el cambio social, según un responsable de la FAD
Por EROSKI Consumer 30 de marzo de 2003

Hablar de adolescencia es hablar de cambios, de búsqueda, de emociones, pero también de desencuentros y conflictos. Eusebio Megías, psiquiatra y director técnico de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), afirma que si bien no es bueno que cada vez que hablamos de esta etapa lo hagamos desde el prisma de los problemas y las carencias, pues se les estigmatiza de entrada, lo cierto es que los trastornos de conducta en los jóvenes y algunos comportamientos de riesgo son percibidos por la sociedad como causa de conflictos. Hablamos del consumo de alcohol y drogas, la rebeldía, la violencia… Unos aspectos que no son coto vedado de los adolescentes pero que, según Megías, existe «una percepción colectiva, un tanto manipulada», para atribuirlos a éstos.

A tenor de los datos recogidos en el Manual de psiquiatría para padres y educadores, del que es autora la doctora María Jesús Mardomingo, jefe de la Unidad de Psiquiatría Infanto-Juvenil del Hospital Gregorio Marañón, a lo largo de un año, aproximadamente un 20 % de los niños y adolescentes españoles padece algún tipo de trastorno psíquico de mayor o menor intensidad que afecta a sus propias vidas, a las de sus familias y a la de sus profesores y compañeros. De este porcentaje, la mitad son trastornos de ansiedad y depresión, un 10 % son trastornos de déficit de atención e hiperactividad, mientras que los trastornos del comportamiento de tipo agresivo-disruptivo tienen una menor incidencia, entre un 6-8 %. Sin embargo, pese a ser menos frecuentes, los trastornos de conducta son más visibles pues implican una conflictividad mayor, de ahí esa percepción de la sociedad.

Para Eusebio Megías, en la actualidad se están produciendo dos fenómenos. De una parte están aumentando, «aunque no de forma generalizada sino que todavía hay cierto carácter de excepcionalidad», los trastornos del comportamiento en adolescentes. Sin embargo, advierte, «la situación no es dramática ni trágica», pero sí se aprecia «una tendencia creciente en los comportamientos de riesgo en los adolescentes». No obstante -matiza- estos comportamientos de riesgo son conductas que en sí mismas no tienen por qué suponer problemas, o sí. Y pone un ejemplo: determinados comportamientos sexuales sin las debidas precauciones pueden dar lugar a embarazos no deseados o a enfermedades de transmisión sexual, o no, si se toman las precauciones debidas.

Sensación de control

Esta consideración se relaciona con el segundo fenómeno que, a juicio de Megías, se está dando, y que no es otro que el nivel de problemas reales está creciendo, pero no de forma paralela a esos comportamientos de riesgo. Megías lo explica en el sentido de que «han establecido cierta habilidad para manejar estos comportamientos», minimizando sus efectos. Así, por ejemplo, la curva de consumo de drogas es «mucho más empinada» que la de los problemas relacionados con estos consumos. Esto demostraría que se trata de consumos esporádicos o transitorios. En definitiva, dice Megías, los comportamientos de riesgo están creciendo un tanto disparatados, pero en este disparate los jóvenes pretenden controlar, lo que les da cierto nivel de protección. No obstante, hay que trabajar en reducir estas conductas. Para ello es necesario conocer por qué se producen y aquí la propia sociedad que las señala como causa de conflictos tiene mucho que ver.

Las causas que provocan estos comportamientos son de raíz sociológica y tienen distintas variables. En primer lugar, ha habido un cambio muy rápido de la estructura social, en organización, valores y estilos de vida. Esto ha propiciado que los referentes defensivos antiguos ya no valgan, y todavía no tenemos unos nuevos, creando una situación de confusión que supone ya un riesgo inicial. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, se ha producido un cambio importante en el rol de socialización de la familia. Un aspecto fundamental si se tiene en cuenta que la unidad familiar es el primer elemento de socialización del niño y, por tanto, esta crisis de la familia supone una quiebra del inicio del proceso educativo.

Esto revierte en el sistema educativo. Los profesores se sienten desbordados porque creen que los padres les han dejado solos; abrumados por la exigencia en la transmisión de conocimientos y con menos interés en ser educadores. Esta sensación es recíproca, pues los padres también demandan otra actitud por parte de la escuela.

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