La diálisis no impide a los enfermos renales poder marcharse de vacaciones

Los actuales conciertos entre las comunidades permiten la dialización en cualquier punto del país
Por EROSKI Consumer 4 de agosto de 2003

Durante mucho tiempo los enfermos renales se han visto obligados a disfrutar sus vacaciones de verano en casa o cerca de su hogar, debido a que dos o tres veces por semana debían someterse a la inevitable sesión de diálisis. En la actualidad, dentro de las limitaciones propias de su enfermedad, muchos pacientes pueden desplazarse a cualquier punto del país y recibir el tratamiento en las clínicas públicas o privadas. Los conciertos existentes entre los organismos sanitarios de diferentes comunidades permiten el intercambio de enfermos en las mismas condiciones que en su región de origen.

Las distintas delegaciones que la Asociación para la Lucha contra las Enfermedades del Riñón (Alcer) tiene en España se encargan de realizar las gestiones pertinentes, de remitir los historiales médicos y las pautas de tratamiento al lugar donde el paciente desee pasar sus vacaciones o al más próximo de su residencia temporal.

Por ejemplo, Alcer Badajoz ya ha reservado plazas en clínicas de diferentes puntos de España, e incluso de Portugal, para 25 pacientes dializados. «No hay ningún problema para que el enfermo renal pueda viajar, siempre que su estado lo permita y el nefrólogo no ponga reparos», afirma Francisco González Merino, vicepresidente de esta asociación en la provincia extremeña, quien, como paciente que debe someterse a sesiones de diálisis de cuatro horas en días alternos, tiene pensado desplazarse a Barcelona, donde ya tiene asignado turno en una de las clínicas.

En su caso, la hora que se le ha reservado no le es muy favorable. «Me toca pasar a diálisis por la noche, con lo que saldré ya de madrugada». Con más de 20 años soportando la enfermedad, tras haber superado un trasplante malogrado, pasar cuatro horas enchufado a una máquina para dializarse es ya para él pura rutina. «Lo tomo como un trabajo que me obliga a dedicarle cuatro horas tres veces a la semana», explica.

Encarar esa obligación con cierto optimismo es, asegura, fundamental para resistir, porque ante el sacrificio que supone la enfermedad «de nada vale desesperarse o venirse abajo». A pesar de los años que lleva dializándose, el organismo de González Merino no acaba de acostumbrarse al proceso de dialización y lo sigue pasando mal. Pero piensa en el día siguiente, «que estás como una rosa».

Sus palabras y actitud son compartidas por Luisa Martos, una mujer que no está dispuesta a dejarse vencer por la enfermedad. En la medida que su salud se lo permite trata de llevar una vida lo más normal posible y desde luego no renuncia a disfrutar de unos días de vacaciones.

Tiene proyectado pasar unos días de descanso en Benalmádena (Málaga) y tres días a la semana deberá desplazarse a Torremolinos para dializarse. En el caso de Luisa Martos, las sesiones son de tres horas y media, tiempo que, declara, «lo paso fatal porque la tensión me baja muchísimo».

El día que le toca conectarse al riñón artificial lo pasa muy decaída, pero al día siguiente su vitalidad recupera el tono. Como Francisco, también ella fue sometida a un trasplante de riñón que al cabo de unos años no funcionó.

Su salud se vio muy quebrantada tras el trasplante, de ahí que no esté dispuesta a repetir la experiencia y pasar nuevamente por el quirófano. Con todos los inconvenientes y consecuencias que implica prefiere, hoy por hoy, mantenerse bajo diálisis.

Luisa tiene ya asumido que su vida depende de una máquina, pero se niega a que la enfermedad la arrincone y en la medida que puede trata de disfrutar de los «buenos días después». De momento, se tomará unos días de vacaciones en la costa con su familia. «Me apunto a todo, incluso a clases de baile, que me encanta», confiesa para resaltar que ser un enfermo renal no significa estar impedido.

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