Los enfermos que reciben una transfusión de sangre conservada durante más de dos semanas tienen más posibilidades de fallecer o de sufrir complicaciones. Ésta es la conclusión de un amplio estudio realizado en la Clínica Cleveland (Estados Unidos) con más de 9.000 pacientes sometidos a una intervención de cirugía cardiaca. Los que recibieron sangre más antigua necesitaron con más frecuencia ventilación mecánica, sufrieron más septicemias y fallos multiorgánicos. La mortalidad hospitalaria con la sangre más antigua fue del 2,8% respecto al 1,7% con la más reciente, casi el doble.
El problema podría estar en la fragmentación que experimentan los glóbulos rojos al estar más de dos meses fuera del sistema cardiovascular. Los hematíes se rompen y se reduce su capacidad para transportar oxígeno, indica el estudio, que se limita a operaciones de corazón.
No obstante, resultados similares ya se habían mostrado en pequeños estudios con pacientes que padecían otras patologías y necesitaron una transfusión. Como el realizado en España con operados de cáncer de colon, y otros trabajos sobre cirugía traumatológica. Cada uno de estos estudios detectó menos complicaciones en enfermos que recibieron sangre más fresca.
En la mayoría de los países la sangre se almacena durante más de dos semanas. La sangre donada se puede conservar entre 28 y 42 días. La caducidad está determinada por el tipo de preparado utilizado en su conservación.