El fármaco de administración oral lenalidomida, en combinación con el corticoide dexametasona, resulta eficaz en el tratamiento del mieloma múltiple. Con esta terapia se logra frenar la progresión de este cáncer de las células plasmáticas de la médula ósea, incluso hasta el punto de convertirlo en una enfermedad crónica, según concluye un estudio del Centro Abramson para el Estudio del Cáncer (Pensilvania, Estados Unidos).
La lenalidomida es un inhibidor de la angiogénesis (formación de vasos sanguíneos nuevos a partir de los vasos preexistentes) que se utiliza también en el tratamiento de las anemias y de otros tipos de tumores. Su empleo fue aprobado por la Agencia de Alimentos y Fármacos de Estados Unidos (FDA) en julio de 2006, y por el organismo regulador de la Unión Europea (UE) en junio pasado.
La investigación, en la que han intervenido expertos españoles, evalúa los beneficios del tratamiento con lenalidomida una vez concluidos los ensayos clínicos en fase III de esta medicación, realizados en 97 centros de todo el mundo sobre un total de 705 pacientes. Casi el 70% de los enfermos dependientes de transfusiones lograron prescindir de ellas después del tratamiento.
10.000 afectados en España
El mieloma múltiple es la segunda enfermedad de la sangre más frecuente, tras la leucemia. La Fundación Internacional del Mieloma estima el número de enfermos en unos 750.000 en todo el mundo. En España, las cifras alcanzan los 10.000 afectados, con más de 2.000 nuevos casos diagnosticados cada año.
Su origen deriva de una incapacidad de las células plasmáticas para mantener su correcta actividad y su número adecuado. Cuando se reproducen fuera de control, originan tumores de médula ósea (mielomas). En paralelo a la evolución del tumor, el enfermo ve interferida su producción de glóbulos blancos, hematíes y plaquetas, lo que deriva en anemia y en una mayor predisposición a las infecciones.
La mayor prevalencia del mieloma múltiple se registra en adultos de entre 60 y 65 años, y en personas sometidas a radioterapia. La supervivencia media es de tres a cinco años. El mal puede diagnosticarse con un sencillo análisis de sangre y orina, así como con rayos X.