Anopheles, el mosquito que transmite la malaria o el paludismo, mantiene en jaque a un tercio de la población mundial. Más de quinientos millones de personas son infectadas al año y, de los dos millones que mueren, la mayoría son niños africanos menores de cinco años.
«Un niño estadounidense sueña con ser piloto. Uno británico, científico molecular. En Alemania, los peqúeños aspiran a ser doctores. Los niños africanos sólo quieren tener la oportunidad de vivir», resumió durante la presentación de un ensayo la pediatra Folasade Olodude, investigadora en Gambia.
Para esta especialista, el mundo desarrollado debe cambiar el «chip» y pensar en combatir la malaria bajo una premisa: «Los países ricos deberían considerar inaceptable para los niños africanos lo que considerarían inaceptable para los suyos propios».