Síndrome del estancamiento laboral

Los trabajadores más vulnerables a sufrirlo son los más valiosos, ya que se plantean retos muy ambiciosos en menores plazos
Por Lola Raya Bayona 24 de octubre de 2009
Img trabajador cansado
Imagen: Alan Cleaver

El síndrome del estancamiento laboral es un fenómeno muy extendido en las empresas españolas. Afecta sobre todo a los profesionales que, tras varios años en la misma compañía, descubren que no tienen oportunidades de evolucionar en el ámbito profesional. También se da en personas con grandes expectativas que buscan un reconocimiento mayor y entre quienes se sienten desmotivados ante un trabajo con tareas repetitivas. Los empleados más vulnerables al estancamiento son los más valiosos para las empresas, ya que se plantean retos muy ambiciosos y los ejecutan en plazos menores.

Primeros síntomas de desgaste

Los trabajadores pasan por dos fases muy diferenciadas. Atraviesan una primera etapa de entusiasmo, cuando en un momento de su carrera profesional se sienten cómodos porque dominan la tarea o porque están en el comienzo. Y llegan a la apatía o a sentirse quemados si la sensación anterior no se mantiene en el tiempo. Es entonces cuando se pasa a la etapa «de apuro» o del crecimiento.

En general, en la primera fase destacan los empleados que no se plantean grandes retos y tienden a acomodarse en sus puestos de trabajo. Son personas poco ambiciosas en cuestiones de aprendizaje o mejora. Se limitan a cumplir con sus obligaciones y, de este modo, se sienten satisfechas.

Se detecta con facilidad: el trabajo resulta monótono, se tiene la sensación de ser un autómata y falta motivación

Preocupa el siguiente estadio porque las dificultades emocionales son posibles. En él se encuentran los trabajadores que se plantean grandes retos que necesitan superar con esfuerzo. Se sienten insatisfechos con su trabajo, ya que están motivados mientras el reto es grande, pero conforme se alcanzan los objetivos, el impulso empieza a decaer.

Pautas para automotivarse en el trabajo

Cuando llega este momento, hay que tomar medidas. Si no se pone remedio, se entra en una dinámica peligrosa y se empieza a perder valor de cara a los jefes. Las técnicas de automotivación son fórmulas que ayudan a superar el síndrome del estancamiento laboral.

  1. Responder a la pregunta «¿qué desmotiva?». Hay que revisar los aspectos que pueden resultar desmotivantes (un mal jefe, un salario bajo o estancado, falta de objetivos…) y ponerlos en un balanza junto a sus opuestos (un empleo bonito, beneficios sociales, un buen salario…). De este modo, se sopesan los pros y contras con objetividad.
  2. Sentirse protagonista y evitar interpretar el papel de víctima. No hay que considerarse víctima de las circunstancias, sino ser protagonista. Es conveniente pensar en positivo, porque la certeza y la esperanza de que los objetivos se pueden conseguir acercan al triunfo.
  3. Ser activo y no reactivo. Quien quiere conseguir algo, lo logra. Ante cualquier adversidad, los obstáculos no deben frenar el avance. Hay que tener claro el objetivo que se quiere alcanzar. Las personas proactivas ocupan los mejores puestos porque dan soluciones a los problemas, toman la iniciativa de hacer lo que resulte necesario y desarrollan la tarea.
  4. Establecer pausas para desconectar. Así se rompe la monotonía y hay una recuperación mental. Es suficiente con pequeños lapsos que ayuden a desconectar por completo. No deben plantearse como un cambio de actividad, sino como una evasión que ayude a recobrar energía. Es recomendable obligarse a dar un pequeño paseo entre horas, a tomar una taza de café, a buscar un momento de conversación con algún compañero o a acercarse hasta otro departamento e interesarse por su trabajo. Es preferible recurrir a los sitios que están más lejos para obligarse a andar.
  5. Fijar logros y renovarlos. Es conveniente establecer etapas para lograr los objetivos y disfrutar con su consecución. Lo más aconsejable es hacer un desglose a lo largo de cada jornada, además de escribir los plazos porque así se refuerza el compromiso y se tachan los avances a medida que se consiguen. Una vez alcanzados, ayudan a analizar la razón del triunfo y aumentan las probabilidades de saber cómo enfrentarse en el futuro a acciones similares. En el día a día pueden marcarse objetivos menores: citarse con un cliente difícil, ordenar los archivadores de la mesa, actualizar la documentación del último proyecto. Siempre que se pueda, hay que escribir la hora exacta en la que se comienza y a la que se acabará; intentar conseguirlo será como un juego. También es necesario renovar los logros de forma periódica y aprender a mantenerse automotivado, ya que cuando se alcanza una meta hay que plantearse la siguiente.
  6. Intentar mejorar las posibilidades. Para conseguir una meta hay que invertir en uno mismo con el fin de desarrollar todo el potencial. Ampliar conocimientos es casi un deber. En muchos casos, basta con inscribirse en algún curso de informática, de perfeccionamiento o de idiomas. Otras veces es suficiente si se cambian algunas actitudes: ser más dinámicos, tener más iniciativa, aumentar la flexibilidad…
  7. Saber disfrutar del trabajo. Las personas inquietas siempre aspiran a más. No les basta con satisfacer sus necesidades materiales, sino que buscan sentirse bien cada día. Hay que pensar que el trabajo permite aprender algo nuevo a diario, como resolver un problema o establecer una estrategia acertada de comunicación con un cliente. Basta con cambiar de actitud y plantearse el trabajo como un auténtico placer, ver una oportunidad en las situaciones que antes representaban una amenaza. Desde la tarea más dura hasta el compañero con quien la convivencia resulta imposible pueden transformarse en un reto personal cuya superación ayude a contemplar el trabajo como un desafío permanente y motivador.
  8. Aportar nuevos proyectos. A menudo, la desmotivación llega cuando se considera que el trabajo que se realiza no se corresponde con las posibilidades reales. Es entonces cuando hay que apostar por actividades compatibles con el desarrollo de la profesión para hacer que cada día sea diferente. Hay varias opciones: hacer las cosas mejor, ampliar las tareas, tener más iniciativas e, incluso, tomar decisiones. Tener iniciativa y plantearse la forma de aumentar competencias puede ser muy beneficioso para el futuro laboral. Este objetivo es aplicable a cualquier trabajo (un profesor puede limitarse a dar clases, o investigar y ampliar sus conocimientos con estudios).
  9. No tener miedo al fracaso, sino verlo como una oportunidad de aprender. La estadística confirma que pocos emprendedores exitosos han triunfado en el primer intento. Tener una segunda oportunidad de mejora es clave, así como la capacidad de superar una mala experiencia y las situaciones más adversas. Para saber si se ha aprendido algo con ese error, es imprescindible preguntarse qué ha ocurrido. La respuesta potenciará la autoestima, ampliará la conciencia y servirá para evitar que se repitan las mismas equivocaciones en futuras y similares circunstancias. Por lo general, se tiende a justificar el fracaso, ya que resulta más fácil que luchar por conseguir el éxito en un proyecto.
  10. Rodearse de un buen entorno. Algo tan simple como elegir una luz determinada, ajustar la temperatura y procurar que el lugar de trabajo sea lo más cómodo y estimulante posible influye mucho en el estado anímico. También rodearse de los elementos que animen más: fotos de personas o de objetos que sean un motor de acción. Si se tiene la posibilidad de colocar la mesa cerca de una ventana o en un lugar desde donde se pueda observar el exterior, es preferible, así como escuchar música mientras se trabaja y expresar por escrito las metas, objetivos y estrategias para llevarlos adelante.
LAS PISTAS

Algunas señales indican cuándo un compañero de trabajo podría estar a punto de dejar la empresa:

  • Si pide revisar las condiciones de su contrato. Empieza por valorar las condiciones actuales y “sondea” las cláusulas de confidencialidad o de no competencia.
  • Cuando disfruta las vacaciones pendientes e, incluso, los días de libre disposición.
  • Si no se conmueve por nada que esté relacionado con la empresa: no se queja, sino que se limita a asentir.
  • Siempre que se haga más celoso y desconfiado: impide que se mire su trabajo en el ordenador.
  • Una vez que declara una tregua con las personas con quienes estaba en competición constante por temas relacionados con la toma de decisiones y responsabilidades.
  • Cuando prolonga sus almuerzos más tiempo y aprovecha este horario para visitar a sus contactos, actualizar el currículum vitae o ir a entrevistas.
  • En el momento en que aumenta el número de reuniones fuera de la oficina, así como el número de llamadas entrantes y salientes en su teléfono.
  • Si deja de participar en las reuniones sociales que se organizan en la oficina.
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