Consumo colaborativo para ahorrar y ser ecológicos

Los consumidores colaborativos comparten y reutilizan productos y servicios para ahorrar dinero y ser más sostenibles
Por Alex Fernández Muerza 8 de abril de 2014
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Imagen: Simon Blackley

Ahorrar dinero y recursos y ser más sostenibles. Estos son los resultados del consumo colaborativo. Frente a comprar para poseer o los productos de usar y tirar, sus impulsores defienden compartir, redistribuir o reutilizar los productos. Gracias a sus ventajas económicas y ambientales, los sistemas colaborativos, como compartir coche, son cada vez más conocidos, empleados y diversos. Este artículo explica qué es el consumo colaborativo y cómo funciona y señala algunos ejemplos destacados.

Qué es el consumo colaborativo

¿Por qué comprar un taladro que solo se usa durante 15 minutos en toda su vida o un coche que pasa el 90% del tiempo aparcado? El consumo colaborativo, también conocido como Economía de la Colaboración o Economía del Acceso, propugna cambiar la forma en la que utilizamos y accedemos a los productos. En vez de poseer, comprar, almacenar y desperdiciar, la idea es compartir, reutilizar y redistribuir. De esta forma, los consumidores ahorran dinero y, de paso, hacen un empleo más sostenible y eficiente de los recursos.

El consumo colaborativo es una de las 10 ideas que podrían cambiar el mundo, según Time
El concepto comienza a difundirse en 2010 cuando Rachel Botsman y Roo Rogers publican el libro ‘What it´s mine it´s yours: the rise of collaborative consumption’ (Lo que es mío es tuyo: el auge del consumo colaborativo). A los consumidores, y menos en crisis económica, no les sale a cuenta ser propietarios en exclusiva. Al compartir y colaborar con otras personas, se aprovechan al máximo los bienes y materiales y no se infrautilizan. Un año después de la publicación de dicha obra, la revista Time señaló esta idea como una de las diez que cambiarían el mundo.

En realidad, el concepto no es nuevo, sino que se basa en algo tan antiguo como el trueque, el intercambio o las tres erres del ecologismo, que defienden en orden de prioridad reducir el uso de recursos, reutilizar al máximo para alargar la vida de los productos y reciclar para reaprovechar los productos desechados. Botsman y Rogers explican que todo ello se potencia hasta límites insospechados gracias a las nuevas tecnologías: «Ahora vivimos en un mundo global donde podemos imitar los intercambios que antes tenían lugar cara a cara, pero a una escala y de una manera que nunca habían sido posibles. La eficiencia de Internet, combinada con la capacidad de crear confianza entre extraños, ha creado un mercado de intercambios eficientes entre productor y consumidor, prestador y prestatario, y entre vecino y vecino, sin intermediarios».

Albert Cañigueral, impulsor de la página web Consumo colaborativo, y uno de los principales impulsores de la idea en España, añade que la principal motivación de las personas que utilizan este sistema es el ahorro económico, pero incluso quienes no sean conscientes, el medio ambiente también se beneficia de esta forma de consumir: se reduce la cantidad de residuos, la producción de contaminación y de gases de efecto invernadero, la explotación de los recursos naturales, etc. Por ello, Cañigueral afirma que el consumo colaborativo ofrece una «sostenibilidad invisible«.

Consumo colaborativo: cómo funciona

Botsman y Rogers señalan tres formas diferentes de consumo colaborativo:

  • Sistemas basados en el producto. El consumidor paga por emplear un producto sin tener que adquirirlo. De esta manera, ahorra dinero y le saca el máximo partido a dicho producto.
  • Mercados de redistribución. El usuario de un bien o un producto que ya no lo quiere lo redistribuye a otros usuarios que sí lo necesitan. Los mercados de intercambio y de segunda mano serían los ejemplos más típicos. Según el tipo de mercado, los productos pueden ser gratuitos, en otros se intercambian unos por otros o se venden.
  • Estilos de vida colaborativos. En vez de productos, se comparten o intercambian otros servicios, como tiempo, espacio, habilidades o dinero, tanto a nivel local como global. En este sentido, se pueden compartir espacios para trabajar (coworking), cultivar (huertos compartidos), o una habitación para dejar dormir a otra persona en casa (couchsurfing).

Ejemplos destacados de consumo colaborativo

Los ejemplos y las iniciativas son cada vez más en una tendencia que parece imparable: Airbnb para compartir vivienda de vacaciones; Carpooling para compartir coche; Freecycle para canjear gratis todo tipo de artículos a través de Internet y así reducir el volumen de basura; Percentil para vender y comprar ropa de niño y mujer de segunda mano; Comunitae para realizar préstamos directos entre personas; Uolala! para conocer gente y hacer actividades en grupo, etc.

La página web Consumo colaborativo ofrece un amplio listado de iniciativas que pueden utilizarse en España y América Latina, ordenadas por categorías, que no para de crecer.

Los sectores que se basan en el modelo convencional de la propiedad privada individual, del usar y tirar, son las grandes perjudicadas de esta tendencia en auge y que ya parece imparable. Desde algunos de estos sectores se ha asegurado que el consumo colaborativo podría estar incumpliendo la ley. Sin embargo, como matiza Cañigueral, «en muchos casos todo es alegal, no ilegal, porque no hay legislación al respecto».

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