Alergia a los ácaros

En los países desarrollados la higiene contribuye a que el sistema inmunológico se haga perezoso y a producir anticuerpos que propician la alergia
Por Tatiana Escárraga 18 de noviembre de 2004

Uno de cada cinco españoles -cerca de 8 millones de personas- padece algún tipo de alergia, según un estudio de la sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica. Tras el polen, son los ácaros del polvo los alergenos más frecuentes. La alergia puede aparecer en cualquier momento de la vida, pero la máxima incidencia se produce durante la infancia y la juventud. Los padres y madres de niños alérgicos a los ácaros deben tomar ciertas medidas de precaución, pues tanto en la infancia como en la adolescencia esta enfermedad puede deteriorar la calidad de vida de forma considerable.

Antecedentes familiares

Las personas más propensas a sufrir alergia a los ácaros son las que tienen antecedentes de familiares alérgicos. “Para padecer la alergia se necesita una predisposición hereditaria que se suma a la exposición ambiental”, señala el especialista Pedro Ojeda, vocal de la Sociedad de Alergología e Inmunología Clínica de Madrid-Castilla La Mancha. Por lo general, la alergia se desarrolla en la infancia aunque también puede aparecer en la edad adulta. Ello dependerá de la carga genética que se tenga. Sin embargo, algunas personas pueden heredar la predisposición alérgica y no desarrollarla. “¿Por qué unas personas padecen la alergia y otras no? Eso no se sabe. Se desconoce el momento en el que se abre la puerta”, indica el doctor Manuel Boquete Paris, Jefe de la Sección de Alergología del complejo hospitalario Xeral-Calde de Lugo.

Lo normal es que la alergia a los ácaros se manifieste durante los primeros cinco años de vida. Los síntomas suelen ser estornudos, picor en la nariz, hidrorrea (agüilla en la nariz), ruido en el pecho y disnea (asfixia), afirma el médico Juan Jesús García González, Jefe de Sección del Servicio de Alergología del hospital Carlos Haya de Málaga. Lo primero que hay que hacer en estos casos, señala García González, es descartar que se trate de un simple catarro. Tiene que detectarse con una cierta temporalidad, debe ser cíclico. Si los síntomas no mejoran conviene ir al alergólogo.

Cuando se produce asma bronquial como consecuencia de la exposición a los ácaros, conviene seguir tres pasos fundamentales, según explica el doctor Javier Subiza, coordinador del Comité de Aerobiología de la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (Seaic). El primero y más importante es la educación, tanto del paciente afectado como de sus padres, en el caso de los niños. Quien cuida del pequeño debe saber qué factores producen la alergia, qué otros la agravan y lo que tiene que hacer en caso de que el problema se agudice. En las clínicas especializadas se imparten cursos para padres y madres de niños con problemas de alergia. El segundo paso consiste en evitar la exposición ambiental al alergeno, y el tercero es el denominado “escalón farmacológico” o toma de medicamentos.

¿Por qué en los países occidentales hay más incidencia de alergias? Según el especialista Subiza, cada vez cobra más fuerza la hipótesis del exceso de higiene. En los países desarrollados, explica este especialista, los niños nacen en quirófanos y reciben una alimentación esterilizada que a la postre hace que el sistema inmunológico esté “parado” y que no tenga demasiada necesidad de producir anticuerpos. Así, se ha llegado a decir que las probabilidades de tener alergia a los ácaros es menor en aquellas personas que hayan sufrido enfermedades infantiles como el sarampión o la hepatitis A. Como en los países desarrollados esas enfermedades están prácticamente erradicadas, los investigadores han descubierto que el sistema inmunológico está “perezoso” y que produce otros anticuerpos que propician la alergia.

Tanto en el caso de los ácaros como en el de otro tipo de alergenos (por ejemplo el polen), hay distintos grados de alergia. En algunos niños se puede producir una alergia leve y en otros casos una muy grave. Pero para que un niño sufra un tipo de asma que se considere grave no sólo debe estar sensibilizado a los ácaros, sino que también debe presentar una exposición muy elevada a éstos. Así, por ejemplo, un pequeño con alergia a los ácaros puede no tener demasiados problemas si se encuentra en Los Alpes, pero los tendrá si vive en las Islas Canarias, donde la presencia de estos insectos es mayor.

Deterioro de la calidad de vida

En un niño menor de cinco años, más de tres catarros seguidos con pitidos en el pecho debe inducir a la sospecha. Lo mismo ocurre en adultos que presentan cuadros de asma más de una vez a la semana. Tanto el asma como las molestias que se producen en la nariz pueden ocasionar serios trastornos en la vida del paciente.

Ya hay, dice el doctor Subiza, cuestionarios especializados en determinar cómo estas afecciones (asma y rinitis por alergia a los ácaros) afectan la calidad de vida, pudiendo ser incluso más molestos que una úlcera de estómago. La rinitis persistente, por ejemplo, influye en el descanso nocturno y ello repercute considerablemente en la escuela en el caso de los niños, y en el trabajo en el de los adultos.

Hasta en las relaciones sociales se producen trastornos. Cuando el paciente es un adolescente, el moquillo, la nariz obstruida y la voz gangosa se convierten en elementos que dificultan la interrelación. “Es un problema más serio de lo que parece”, asegura el médico Subiza. Cuando se trata de niños, se dan ocasiones en que los padres no reconocen la presencia de la rinitis o los pequeños no dicen nada aunque su descanso se vea interrumpido. “Y el niño puede llegar a acostumbrarse a ese tipo de vida”, señala Subiza.

Reproducciones en primavera y otoño

Los ácaros son arácnidos microscópicos de tamaño inferior a 1 milímetro. Existen, según la doctora Pilar Barranco Sanz, facultativa especialista de área del servicio de alergología del Hospital de La Paz de Madrid, 30.000 especies distintas de ácaros, aunque se calcula que podrían sobrepasar el millón. Los ácaros huyen de la luz y se alojan de forma natural en el polvo de las casas -especialmente en colchones, almohadas, tapices y alfombras-, y en lugares donde se guardan granos, heno, pienso y harinas.

El mapa acarológico de España, dice la doctora Barranco, señala que en este país la especie más importante es el dermatophagoides teronissinus, el que con mayor frecuencia se halla en los hogares españoles. Los ácaros se concentran, sobre todo, en zonas de mucha humedad y con temperaturas cálidas. La mayor incidencia de ácaros se da en las áreas del Mediterráneo, el Cantábrico y el Atlántico. No es frecuente encontrar esta patología en las zonas internas de la península. Las épocas propicias para la reproducción de estos arácnidos son la primavera y el otoño.

Según la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica, (SEAIC) uno de cada cinco habitantes -unas 8 millones de personas- padece algún tipo de alergia. Otro estudio que llevó a cabo esta organización en 1992 detectó que entre el 10% y el 30% de la población española alérgica era hipersensible a los ácaros. Estos porcentajes variaron así por comunidades: 69,5% en Canarias, 56% en Galicia y Asturias, 34% en Cataluña y Baleares, 37% en Valencia, 28% en la región sur y 27% en el cantábrico.

Alergia a las proteínas

Los ácaros, según el doctor Pedro Ojeda, no son los que generan la alergia, sino las proteínas que contienen sus heces y su cubierta. Por eso es importante saber que los ácaros al morir no se desintegran y aún así pueden provocar síntomas alérgicos.

Las heces, según explican desde la SEAIC, son partículas esféricas muy pequeñas y capaces de permanecer en suspensión en el aire, alcanzando así nuestras vías respiratorias. Cada ácaro llega a producir unas 20 deyecciones al día. Estos animales se alimentan de células epiteliales muertas o escamas que va desprendiendo la piel humana. Se calcula que una persona arroja un gramo de escamas al día, suficiente para alimentar a cien mil ácaros.

Cuando se va al alergólogo y una vez hecha la historia clínica, señala el doctor Pedro Ojeda, se procede a llevar a cabo una prueba que consiste en administrar a través del antebrazo -mediante una simple punzada- extractos alergénicos que contienen las proteínas que pueden provocar la alergia. “El resultado se tiene en quince minutos”, afirma este médico. Una de las principales medidas a tomar consiste en la disminución de la exposición a los ácaros y en el control de la humedad dentro de la casa.

Las principales normas higiénicas recomendadas por la Sociedad Catalana de Inmunología Clínica son las siguientes:

  • En el dormitorio es necesario limitar el número de muebles al mínimo imprescindible. Preferentemente muebles cerrados y separados de la pared para poder limpiar la parte de de detrás.
  • La existencia de alfombras, moquetas, cortinas, tapicerías, posters, libros, peluches, juguetes, etc. aumenta la población de ácaros.
  • La limpieza se realizará con un paño húmedo. El dormitorio debe ventilarse completamente, preferentemente a diario; posteriormente se cerrarán las puertas y las ventanas durante el resto del día. Evitar utilizar insecticidas y ambientadores.
  • El colchón deberá llevar fundas protectoras de lavado semanal. Hay que evitar los colchones o cojines de lana, colchas y edredones de pluma.
  • b>Ventilar la ropa guardada en el armario antes de utilizarla.
  • En el resto del domicilio es aconsejable evitar objetos o superficies que acumulen polvo (moquetas, muñecas). Sobre todo hay que tener una especial atención con los sofás y butacas, que deben aspirarse cada dos o tres días.
  • Otras medidas para el control ambiental son los acaricidas (aunque la doctora Barranco asegura que no está demostrada su eficacia), aspiradores especiales, purificadores, filtros, fundas de protección para cojines y colchón, etc.
  • También hay que tener cuidado en los viajes largos, pues generalmente el polvo se acumula en la tapicería de los vehículos. Cuando la persona se hospeda en una casa que ha estado cerrada mucho es importante llevar a cabo una limpieza profunda al menos 24 horas antes de la entrada en ella.

Las pruebas cutáneas para determinar el tipo de alergia que se padece se complementan con un análisis de orina que determina la intensidad de la alergia que se sufre. Con los resultados en la mano, los médicos evalúan la posibilidad de aplicar la inmunoterapia o vacunas. Este paso se da cuando el tratamiento farmacológico -antihistamínicos y corticoides- no tiene efecto. Según el doctor García González no se suele aplicar vacunas a los niños hasta después de los cuatro o cinco años. El proceso de vacunación, añade el doctor Ojeda, tiene un período de iniciación de dosis semanales durante 1 y 3 meses. En la segunda fase, llamada de mantenimiento, las dosis se fijan una vez al mes por lo menos durante un año. Esta fase se puede prolongar hasta un período que va entre 3 y 5 años. También hay vacunas sublinguales que pueden sustituir a las tradicionales.

Algunos analistas coinciden en que la presencia de la alergia en el organismo es permanente. Lo que se pretende con los tratamientos es procurar que el organismo tolere mejor los alergenos. Pero nunca se puede bajar la guardia. Y menos en el caso de los ácaros. Las medidas higiénicas recomendadas, explica la doctora Barranco, son necesarias y compensan en lo que respecta a la mejora en la calidad de vida del paciente.

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