Averiguar qué comían los antiguos griegos y romanos no es imposible, aunque conlleva su complicación. Hay menciones a sus festines en los libros que escribieron, e incluso persiste alguno que otro de sus libros de cocina. Pero, ¿cómo se puede investigar qué comían los miembros de aquellas civilizaciones que no produjeron ningún escrito?
En este caso, los científicos deben usar métodos más creativos y analizar aquello que los antiguos dejaron tras de sí, desde restos de comida en utensilios de cocina y almacenaje hasta la composición de heces fosilizadas. Precisamente los excrementos fosilizados, o coprolitos, pese a no ser un objeto muy atractivo de por sí, proporcionan muchísima información. A través del estudio de sus contenidos, los científicos pueden determinar qué comía el individuo, detectar la existencia de parásitos intestinales e incluso ver si el sujeto padecía alguna enfermedad metabólica que le impidiera digerir bien algún componente de los alimentos.
Un tesoro para arqueólogos
Hinds Cave es una enorme caverna situada en el cañón del Río Pecos, al suroeste de Texas (EE.UU.). La cueva sirvió de refugio a grupos de cazadores recolectores durante 9.000 años, desde el año 2.000 a.C. hasta hace aproximadamente un millar de años, por lo que resulta una fuente inagotable de tesoros para los arqueólogos. Y entre todos los restos que se han encontrado allí, uno de los principales es la letrina, que contenía más de un millar de heces humanas fosilizadas.
La arqueóloga estadounidense Glenna Dean estudió en los años 70 la composición de un centenar de coprolitos procedentes de Hinds Cave. Dean explica que las heces fosilizadas provenían de una misma capa de depósitos, por lo que fueron depositadas por un grupo de gente que vivió en la cueva al mismo tiempo, hace 7.500 años. Dean estudió el contenido de polen en los coprolitos y dedujo que las plantas que los antiguos habitantes de Hinds Cave incluían en su dieta eran muy similares a las actuales. Es decir, que la vegetación de la zona no había cambiado demasiado en más de 7.000 años.
Una dieta completa y cruda
Mediante el estudio de los restos de alimentos presentes en los coprolitos, Dean dedujo además la dieta de los habitantes de las cuevas. Así, explica la arqueóloga, los cavernícolas comían a diario un cactus local, el nopal (con un importante contenido de fibra), además de muchos tipos de plantas, semillas, frutas y flores. También comían cada día algo de carne, proveniente principalmente de animales pequeños como pájaros, serpientes y conejos. Los antiguos tejanos tampoco hacían ascos a los insectos, e ingerían saltamontes con frecuencia.
Los cavernícolas comían los alimentos sin cocinarlos, masticarlos demasiado ni pelarlos
Dean explica que también dedujo que los cavernícolas comían los alimentos sin cocinarlos, masticarlos demasiado ni pelarlos, ya que encontró muchas plumas y pelos de animales en los coprolitos. «Su dieta era bastante repugnante según los parámetros actuales, pero eso sí, bastante equilibrada», dice la arqueóloga, que describió su estudio en el artículo ‘The science of coprolite analysis’ (La ciencia del análisis de los coprolitos), publicado en la revista ‘Paleogeography, Paleoclimatology, Paleoecology’.
Otras técnicas sofisticadas
En la actualidad, además de la observación directa de los contenidos de los coprolitos, también se utilizan técnicas de análisis genético para determinar tanto el género de la persona que depositó las heces como las especies de animales que comía. Son técnicas usadas sobre todo en aquellos casos en los que los animales no se pueden identificar mediante el análisis de los restos de huesos encontrados en los coprolitos.
Otros objetos de estudio son las herramientas que nuestros antepasados utilizaban para cocinar o almacenar comida. En ellas se pueden encontrar residuos de grasas, almidón y sangre provenientes de los alimentos que conformaban la dieta habitual de la gente de aquella época.
De vez en cuando, el estudio de los coprolitos descubre sorpresas desagradables. En el año 2000, el estudio de unas heces fosilizadas encontradas en un yacimiento Anasazi del suroeste de EE.UU. mostró que contenían restos de carne humana, por lo que los científicos dedujeron que los cavernícolas habían practicado el canibalismo.
Pese a que no todos los romanos podían permitirse desayunar, aquellos que sí lo hacían comían pan con sal, a poder ser acompañado de frutos secos, huevos y queso. Para beber ingerían leche o vino. El almuerzo, ligero y rápido, se tomaba alrededor del mediodía y consistía principalmente de pan con sal. Las clases más pudientes lo acompañaban de fruta, ensalada, huevos, carne o pescado, verduras y queso.
La cena era la comida más consistente del día. La típica de un romano de clase media consistía de carne, huevos, frutas y verduras, regada generosamente con vino aguado. No todos comían de igual manera. Las mujeres y las clases pobres lo hacían sentados en sillas, mientras que los hombres de la nobleza ingerían sus alimentos recostados en literas.