Sensibilidad química múltiple, ¿también con los alimentos?

Los cambios en la dieta para mitigar los síntomas de la sensibilidad química múltiple no están justificados y pueden perjudicar a la salud a medio o largo plazo
Por Julio Basulto 30 de julio de 2014
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Imagen: fdecomite

Mareos, temblores, insomnio o ansiedad son algunos síntomas que describen quienes aseguran sufrir sensibilidad química múltiple, una condición en la que el paciente atribuye su malestar a la exposición a bajas dosis de sustancias químicas presentes en el entorno y, también, en ciertos alimentos. Para mitigar los síntomas en el aspecto dietético, en ocasiones se suprimen categorías enteras de alimentos, una medida radical que puede causar desequilibrios nutricionales importantes y que comporta no pocos riesgos para la salud. El siguiente reportaje explica las principales características de la sensibilidad química múltiple y aborda, en particular, el ámbito dietético.

Sensibilidad química múltiple: ¿sin diagnóstico y con tratamiento?

La sensibilidad química múltiple también recibe el nombre de intolerancia ambiental idiopática. El término médico «idiopático» significa que se desconoce su causa. Aunque numerosas organizaciones médicas rechazan clasificar a esta condición como una enfermedad, cada vez más personas son diagnosticadas (o «autodiagnosticadas») como «intolerantes ambientales». Sin embargo, no existen criterios objetivos para diagnosticar la dolencia (no se observan anormalidades inmunológicas o neurológicas), por lo que esta condición no está reconocida como una entidad clínica diferenciada.

Los síntomas a los que se refieren quienes aseguran tener sensibilidad química múltiple son tanto físicos como psicológicos y pueden ser vagos y no específicos (cansancio, falta de concentración, insomnio) y también graves y debilitantes (ansiedad extrema, dificultades respiratorias, temblores). El paciente culpa de ello a sustancias químicas de su entorno, como el moho, aromas comerciales, perfumes, ambientadores o champús, pero también a alimentos concretos o sustancias presentes en los mismos. Todo ello es especulativo.

Los estudios, en los que la persona no sabe si está siendo expuesta a aire puro o a las sustancias que en teoría desencadenan sus síntomas, no han observado que tales sustancias sean las responsables de las molestias. Una revisión de 37 investigaciones, publicada en diciembre de 2006, concluyó que los pacientes solo presentaban síntomas, si sabían que estaban siendo expuestos a sustancias químicas. Otros dos análisis publicados en junio y en octubre de 2008 llegaron a conclusiones similares. Tal y como ha señalado en julio de 2014 el doctor Scott Gavura en el portal Science-Based Medicine, estos resultados han llevado a un amplio sector de la comunidad médica a determinar que los síntomas tienen «un importante componente psicosomático».

Algunos investigadores consideran que los síntomas responden a que estos pacientes «malinterpretan de forma catastrófica síntomas físicos benignos». Eso no significa que la persona no sufra, o que esté fingiendo, sino que su trastorno no es debido a las sustancias químicas del ambiente (en realidad, todo nuestro entorno está constituido de tales sustancias), sino a que concurren otras condiciones psicológicas. Sea como fuere, es importante precisar que los diagnósticos no ortodoxos (también conocidos como «invención de enfermedades«) y los tratamientos acientíficos pueden tener consecuencias nefastas a largo plazo en la población.

Sensibilidad química múltiple: la dieta en el «tratamiento»

El enfoque alternativo (no sustentado en pruebas científicas rigurosas) apuesta por eliminar un sinfín de sustancias del entorno del afectado (muchos van con mascarilla día y noche), además de excluir de la dieta grupos enteros de alimentos. Esto último puede tener un impacto negativo en el estatus nutricional del individuo. De entre los alimentos que suprimen destacan las solanáceas (patata, tomate, berenjena o pimiento), los alimentos con gluten (como la cebada, el centeno o el trigo), los pescados, las legumbres, los alimentos que contienen fructosa o lactosa o los que no son orgánicos.

Es común atribuir síntomas a la cafeína, a los edulcorantes artificiales, a los potenciadores de sabor y también a las dosis de pesticidas que se encuentran hoy por hoy en los alimentos, unas dosis que están dentro de los márgenes de seguridad establecidos, según mostró en 2013 la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria.

También se insta al paciente a que siga dietas milagro o regímenes «desintoxicantes«, a que tome complementos dietéticos o a que lleve a cabo dietas «depurativas«. El consenso más reciente de una agencia médica en relación a esta condición, publicado en 2010 por el Departamento de Salud y Envejecimiento del Gobierno de Australia, puntualizó que no existen pruebas suficientes en la literatura científica que sustenten un beneficio gracias a suplementos dietéticos o a otros tratamientos dietéticos.

La importancia de evitar tratamientos ineficaces

El tratamiento de esta condición debe provenir de un verdadero profesional sanitario acreditado y sin conflictos de interés, no de un terapeuta alternativo. Tal y como detalla el doctor Gavura, es importante que el profesional sanitario, aunque no reconozca la presencia de una enfermedad específica, sea consciente de que está ante una persona que sufre. Por tanto, debe descartar problemas médicos graves, así como proporcionarle apoyo e información para el manejo de los síntomas que padece.

Pero la información también debe perseguir que el paciente no sea presa de la pseudociencia y de la charlatanería, que se basa en vender falsas esperanzas. Los tratamientos alternativos, además de injustificados e ineficaces, suelen ser costosos e incluso dañinos. Esto último es fácil de entender en el caso de la alimentación: un desequilibrio dietético puede perjudicar a la salud a corto, medio o largo plazo.

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