¿Mi bebé necesita un objeto transicional?

Los niños eligen un peluche, una mantita o algún otro elemento para buscar consuelo y seguridad en los momentos en que la madre se ausenta
Por Cristian Vázquez 24 de septiembre de 2015
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Imagen: nikuwka

El objeto transicional es aquel elemento que el bebé elige como “compañero” y en el que busca placer o consuelo cuando comienza a percibir la separación de su principal figura de apego, por lo general la madre. Los objetos transicionales más típicos son peluches o mantitas, aunque puede ser cualquier elemento, pues es una elección arbitraria del pequeño. Este artículo ofrece detalles acerca de este concepto, explica que no es imprescindible aunque sí natural que el niño adopte un objeto transicional y aclara hasta cuándo es normal que lo conserve.

¿Qué es el objeto transicional?

El concepto de objeto transicional fue desarrollado a mediados del siglo XX por el pediatra y psicoanalista inglés Donald Winnicott. Se define como un objeto material con el cual el bebé, entre los cuatro y seis meses de vida, desarrolla una relación de apego. Este objeto cumple algunas funciones psicológicas muy importantes: la de constituirse como una fuente de placer y seguridad cuando la madre (o la figura de apego principal) está ausente. Por eso, a menudo el niño lo busca cuando necesita consuelo, cuando debe afrontar situaciones nuevas -como el primer baño en la bañera grande– o en el momento de dormir.

Diversos elementos se pueden convertir en el objeto transicional de un pequeño. Los más típicos son un peluche, un muñeco o una mantita, pero también pueden ser un trapo, cualquier otro juguete, la punta de un edredón, una almohadita, etc. En general «suele poseer cierta textura, de modo que al bebé le parece que se mueve, que posee cierta vitalidad, una realidad propia, o que irradia calor», señala María Concepción Moliner Robredo, en un artículo publicado por la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap).

¿Por qué transicional?

Se llama transicional porque aparece en un momento en que el niño comienza a admitir la existencia del mundo por fuera de él. El objeto transicional sería el primero de lo que el pequeño reconoce en un área intermedia entre lo que percibe como subjetivo (es decir, como parte de sí mismo) y lo objetivo. Todavía no lo contempla como parte del mundo exterior, pero sí advierte que no es su propio cuerpo.

Existen también los llamados fenómenos transicionales. Son conductas habituales en los bebés -chuparse el dedo, repetir una melodía, acariciarse el pelo o alguna parte del cuerpo, balancearse, etc.- que cumplen las mismas funciones: la búsqueda de consuelo o de seguridad.

Lo más importante de los objetos y fenómenos transicionales, en palabras de Moliner Robredo, es su carácter simbólico. «Representa el paso necesario de lo subjetivo a lo objetivo -agrega la autora- durante una etapa del desarrollo en el que la madre o figura materna, si se adapta adecuadamente a las necesidades del hijo, permitirá que desarrolle esa zona intermedia entre realidad interna y externa, muy importante para el bebé».

¿Es necesario que el niño tenga un objeto transicional?

No es imprescindible que el niño tenga un objeto transicional. Muchos, de hecho, no llegan a necesitarlo. Pero la mayoría sí lo hace, y esto se encuentra dentro de la más completa normalidad. No es ni bueno ni malo, solo una fase natural del desarrollo.

Eso sí, es una elección arbitraria del pequeño. Resulta inútil intentar imponerle algo como objeto transicional o pretender cambiárselo cuando lo ha elegido. Y se convierte en algo tan personal que hasta su olor desempeña un papel importante. Por eso, los especialistas aconsejan lavarlo solo en caso de que se haya ensuciado demasiado y siempre cuidar de que el niño no lo vea dentro de la lavadora o secándose colgado de cualquier forma, ya que podría interpretarlo como una especie de tortura.

Este objeto, que representa a la figura de apego y es un sustituto de la madre, «a su vez abre la puerta a la experiencia del juego y el fantaseo, un lugar donde se expresa nuestra espontaneidad», según explica en su blog la psicóloga perinatal Carolina Mora. «Esa zona intermedia -añade- nos acompaña a lo largo de nuestras vidas, como nuestro refugio. En los niños lo vemos especialmente en el juego, pero en los adolescentes y adultos podemos encontrarla en el arte, la experiencia creativa, el deporte y también en la fantasía».

El objeto transicional, ¿hasta cuándo?

Así como el propio niño elige su objeto transicional, lo normal es que él mismo lo deje de lado cuando llegue el momento. Eso suele suceder entre los tres y cuatro años de edad, aunque en ocasiones permanece más tiempo, incluso toda la infancia. Pero en un pequeño sano, el objeto transicional pierde significado “según se van desarrollando progresivamente otros intereses como el juego, la creación, el arte o los sueños”, agrega Moliner Robredo en el citado texto la AEPap.

Los expertos desaconsejan obligar al niño a desprenderse de su objeto transicional solo por considerar que ya es “demasiado mayor” para tenerlo, ya que esto es una causa segura de tristeza y angustia en el pequeño. En todo caso, si el menor supera la edad en la cual debería abandonarlo y no lo hace, y ese apego genera preocupación en sus padres, es recomendable consultar a un especialista.

El objeto transicional es la primera herramienta para aceptar la realidad objetiva, ajena al sujeto. Pero “la tarea de aceptación de la realidad nunca queda terminada”, explica Moliner Robredo. Y añade que aún en la vida adulta, el alivio de esa tensión, que en la primera infancia proporciona un peluche o una mantita, es llevada a cabo por actividades creativas o incluso por la religión.

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