Las denuncias por fraude con tarjetas de crédito suponen el 70% de los delitos económicos

El chip incorporado a la banda magnética se perfila como la solución para evitar estos engaños
Por EROSKI Consumer 19 de enero de 2003

El fraude con tarjetas de crédito en España se ha duplicado en el último año, según datos del grupo de Fraudes con Medios de Pago de la Policía. Las denuncias por estos hechos suponen ya el 70% de todas las que se tramitan relacionadas con delitos económicos, cuando antes no llegaban al 30%. Pero no sólo se incrementa el volumen de las estafas, las armas del engaño se diversifican casi en paralelo hasta el punto de que es difícil seguir el paso de los delincuentes, que tampoco abandonan los métodos tradicionales.

Las entidades financieras son las grandes perjudicadas, aunque aseguran que este fraude supone una fracción mínima de las transacciones realizadas con este medio de pago, «menos del uno por ciento». El gran reto está en acotarlo: el chip incorporado a la tarjeta tradicional, la de banda magnética, se perfila como el aliado perfecto para evitar este tipo de fraudes.

La práctica más novedosa de los estafadores detectada por la Policía hace varios meses consiste en un perfeccionamiento del método conocido como «skimming» para el cual no es preciso robar la tarjeta. Cuando un cliente paga en un comercio y la tarjeta pasa por el datáfono, más frecuente si está fuera de su vista, un empleado desleal copia la información de la banda magnética con un lector de tamaño mínimo (puede llevarlo en una pinza, por ejemplo). Esa información se transfiere a otras tarjetas blancas mediante sencillos programas informáticos; a continuación se elaboran documentos a la carta para respaldarlas, de forma que a nombre de una sola persona pueden funcionar ocho o diez tarjetas falsas. En estos casos sólo sirven para compras en establecimientos y no para reintegros, dado que no se cuenta con el número secreto del estafado.

El mismo procedimiento prolifera también colocando los lectores a la entrada de un cajero para cuyo acceso se precisa tarjeta. La información queda grabada y puede acumular más de una decena; el volcado de datos funciona como en el caso anterior. El avance detectado se ha dado en este tipo de fraudes. Los estafadores camuflan, además de un lector, una minicámara sobre el teclado -se han llegado a pegar con velcro- que envía la información mediante un transmisor, vía radio hasta un punto cercano donde aguardan los timadores. El ardid agranda sus dimensiones, puesto que además de compras se pueden hacer reintegros de dinero en efectivo, según los datos policiales.

Otro de los «modus operandi» más elaborado es el conocido como «Credi master». Un programa informático genera combinaciones hasta dar con un número real de tarjeta. A partir de ahí secuencialmente se van captando otras de la misma oficina hasta que se percatan del engaño y la entidad se ve obligada a anularlas todas.

Pero frente a la sofisticación, la calle sigue imponiendo sus reglas y así, junto al tocomocho, la estampita, las estafas de la Primitiva o los cupones, el eurotimo o los billetes tintados, coexisten los carteristas de la picaresca nacional que llegan a trabajar por encargo para receptadores en busca de mercancía fresca y el llamado «método siembra o del billete». El ladrón se acerca bienintencionado al incauto que está realizando una operación en el cajero. Mientras observa el número que teclea, arroja uno o varios billetes al suelo aduciendo que se le han caído y cuando se dispone a recogerlo y la tarjeta sale por la ranura, se hace con ella y huye.

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