Hagamos un poco de historia el pago a plazos nace tras la Segunda Guerra Mundial como una forma de reactivar el consumo, fomentando la compra de bienes entre la floreciente clase media. Así se cumplía un objetivo económico fundamental, el movimiento del dinero. Se trataba de frenar el ahorro para que la circulación del dinero sirviese como inyección a la industria y el tejido comercial de las sociedades de postguerra. Los consumidores no tardaron en acostumbrarse a esta modalidad que conllevaba innegables ventajas para ellos. Básicamente podían acometer la compra de bienes que por su elevado precio escapaban de su esfera adquisitiva.
No es lo mismo tener que ahorrar para comprar un coche que poderlo pagar en plazos mensuales, a la larga puede resultar más caro pero esta financiación repercute positivamente en el comprador ya que disfruta del bien adquirido desde el primer momento.
Aunque en un principio la compra a plazos se limitó a productos caros pronto esta modalidad se difundió y comenzó a extenderse en las tácticas de ventas de otro tipo de productos más asequibles (electrodomésticos por ejemplo).
El problema está en que tenemos que ser conscientes de que debemos equilibrar el gasto. Antes de pensar en comprar algo a plazos debemos plantearnos en primer lugar s verdaderamente lo necesitamos y, por último, si económicamente estamos preparados para afrontar el esfuerzo económico que nos supone.
En muchas ocasiones nos puede más el deseo de comprar un producto que las consideraciones realistas que han de primar en nuestras decisiones comerciales. Ahí está el verdadero peligro de la compra a plazos, riesgo que podemos subsanar si aprendemos a planificar nuestras compras en el tiempo de una manera lógica, mesurada y coherente con nuestro nivel de ingresos.