Bibliotecas en peligro

Plagas, microorganismos y gases ponen en peligro la conservación de los libros si no se toman medidas para combatirlos
Por Alex Fernández Muerza 19 de abril de 2005

Todo un batallón de insectos, gases, hongos, bacterias y otros organismos pueden campar a sus anchas por bibliotecas y archivos, y pueden llegar a destruir todo lo que tengan a su paso. Una correcta utilización, tratamiento y conservación de los fondos bibliográficos puede hacer frente a estos peligros naturales, y evitará tener que recurrir a laboriosas y caras restauraciones, que pueden resultar inútiles si se llega demasiado tarde.

¿Quiénes son los enemigos?

La Historia recuerda en multitud de ocasiones cómo la destrucción de bibliotecas y archivos se ha utilizado como arma de guerra, como una forma de borrar la memoria cultural e ideológica del enemigo. En este sentido, Fernando Báez, en su libro “Historia universal de la destrucción de los libros”, calcula que las destrucciones de libros a lo largo de la Historia se han producido en un 60% por el ser humano. Pero además de la mano destructora del hombre, plagas tan diversas como insectos, gases o microorganismos varios ponen también en peligro la conservación de las obras almacenadas en las bibliotecas.

Arsenio Sánchez, desde el Laboratorio de Restauración de la Biblioteca Nacional, apunta tres causas principales en la destrucción del material bibliográfico:

  • Físicas. Son las más habituales, como consecuencia de una incorrecta manipulación de la obra.
  • Biológicas. Suponen el consumo del material por parte de organismos parásitos.
  • Químicas. Responsables de transformaciones moleculares en los objetos, las cuales se pueden traducir en pérdidas, a veces irreversibles, alteraciones en la grafía y cambios de color en el objeto.

Dentro del apartado de los parásitos, las aproximadamente 70 especies diferentes de insectos que se nutren de alguno de los componentes de los libros constituye el grupo más importante. Son auténticos gourmets con predilección por lo exquisito: el papel está compuesto principalmente de celulosa, una materia vegetal que sirve de alimento a estos seres. Puesto que la celulosa ofrece una mayor resistencia al envejecimiento, se utiliza en mayor proporción para hacer papel de calidad, mientras que el papel de menos calidad, al llevar menos celulosa es más ácido y les atrae menos. Eso sí, el papel barato también envejece antes y favorece la proliferación de hongos.

¿Quiénes son los enemigos?

Además del papel, ciertos adhesivos usados en la encuadernación y el apresto que recibe cada hoja de papel pueden ser de origen vegetal o animal, y si no se les agrega alguna sustancia repulsiva, también atraerán el apetito de diversos organismos nocivos. Los materiales sintéticos como el plástico, utilizados en costuras, cubiertas o lomos de los libros, al igual que el cuero y la piel, tampoco se resisten al ataque de una gran variedad de insectos. Pero ahí no acaba su menú: estos insectos también se alimentan de la madera, las telas de cuadros, las cortinas y tapices y los hilos, cuerdas y telas de las encuadernaciones, puesto que también contienen celulosa.

Insectos al ataque

La biblioteca de la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid contiene obras maestras del arte español, italiano y flamenco, además de miles de libros, folletos, planos y mapas. La alarma saltó cuando se encontró en un libro de estampas de Durero un insecto conocido como Nicobium, que había empezado a comerse la obra. Para tratar de parar la posible masacre, los responsables de la biblioteca tuvieron que poner ‘patas arriba’ las tres plantas del edificio, levantando moquetas, desmontando muebles, renovando los sistemas de calefacción y trasladando 2.500 ejemplares a otras salas.

Insectos al ataque

Este ejemplo cercano sirve para contextualizar lo que supone un ataque de insectos. De entre todos ellos, las termitas, también conocidas como termes u hormigas blancas, suelen ser los más peligrosos. Viven en termiteros con una perfecta organización social, superior incluso a la de abejas y hormigas, que las divide en reyes y reinas, obreros y soldados. Las termitas utilizan sus potentes mandíbulas en forma de sable para alimentarse de madera, pero si construyen su casa en la viga de una biblioteca atacarán sin compasión libros y todo lo que se le parezca.

Las diferentes especies de termitas están repartidas en todo el mundo, excepto en latitudes muy altas, y han llegado a devastar bibliotecas enteras en África y América Central. Según Mireya Manfrini y Claudio Sosa, del Centro de Investigaciones Entomológicas de la Universidad Nacional de Córdoba, en Argentina, se puede hablar de tres grupos, atendiendo específicamente a su posible peligrosidad para archivos y bibliotecas.

  • En un primer grupo estarían las termitas subterráneas, que crean sus nidos en el suelo y penetran subterráneamente en el edificio, dañando madera y papel.
  • En el segundo grupo se ubicarían las termitas que requieren un medio con alta humedad, pero se adaptan bien a bibliotecas porque el papel ofrece menor resistencia que la madera. – Por último, se hallan las termitas de madera seca, cuyo representante más peligroso, el Cryptotermes brevis, vive en vigas, muebles, pisos de madera, etc. y destruye prácticamente todo el interior de la pieza que los aloja. Aparte de celulosa, comen cuero y pergamino, y aunque no pueden vivir en ambientes muy secos, aguantan bien la climatización.

Pero las termitas no son el único peligro. Las cucarachas también hacen mucho daño y son comunes en bibliotecas y archivos la cucaracha negra, la rubia y la americana o cucarachón, que puede llegar a los 5 centímetros de tamaño. El daño que producen a los libros puede ser muy grave, sobre todo en regiones tropicales, donde el papel las atrae por su humedad. Además, se comen el cartón, raspan etiquetas en los dorsos de los libros, atacan su encuadernación y ensucian el papel con sus deposiciones.

Asimismo, otros insectos tan comunes como hormigas, avispas, abejas, abejorros, etc. no dañan directamente el papel, pero lo perjudican indirectamente al construir sus nidos o colocar sus huevos en él. En cuanto a las mariposas y polillas, son sus larvas u orugas las que pueden atacar las obras, puesto que poseen aparato bucal masticador. Una especie de grillo, el Gryllus damesticus, también consume papel, así como tela, cuero y pegamentos y, a veces, es voraz. Su daño es parecido al producido por las cucarachas. Los conocidos como ‘piojos de los libros’, Trogium pulsatorium y Liposcelis divinatorius, suelen ser descubiertos muy tarde, puesto que el daño que producen no se generaliza rápidamente. Los coleópteros, orden animal que incluye entre otros a escarabajos o luciérnagas y abarca una cuarta parte de todos los animales, también cuenta con familias perjudiciales en bibliotecas y archivos, como los Anóbidos, unos insectos de cuerpo tosco y coloración apagada que pueden digerir parcialmente la celulosa y son atraídos por los hongos que pueda tener el papel.

Hongos y gases

Desgraciadamente, los insectos no son los únicos seres vivos que destruyen los libros. Muchos más minúsculos, bacterias, hongos y otros microorganismos son otra de las lacras a combatir. Este es el caso de los archivos de la Filmoteca Española, donde diversas bacterias comunes están deteriorando el color de las películas y amenazan con su destrucción. “La gelatina de la emulsión de las películas es una mezcla de proteínas obtenida del colágeno de animales, lo que la convierte en un alimento natural de muchas bacterias y hongos, que producen unos daños tremendos”, explica Alfonso del Amo, jefe de investigación de la Filmoteca Española.

Para evitar el deterioro, este organismo puso en marcha hace cuatro años un proyecto en colaboración con el Instituto de Ciencia y Tecnología de Polímeros del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) y el Departamento de Microbiología III de la Universidad Complutense de Madrid, financiado también por Fotofilm, el mayor laboratorio de revelado cinematográfico de España. El equipo científico, dirigido por el profesor de investigación del CSIC Fernando Catalina, ha encontrado hasta 14 cepas diferentes de bacterias, habituales en nuestras mucosas e inocuos para los humanos, de las cuales 7 se alimentan de la gelatina usada en los rollos cinematográficos. Como estos organismos se desarrollan mejor en ambientes húmedos, el problema es más importante en los archivos situados en zonas costeras, como el del CGAI de A Coruña o la Filmoteca Vasca de San Sebastián, y en especial en las filmotecas autonómicas de Barcelona, Valencia y Canarias, con temperaturas que superan frecuentemente los 30 grados y una humedad ambiental superior al 60%.

Hongos y gases

Por otra parte, gases y partículas también contribuyen al deterioro de las colecciones de bibliotecas y archivos. Los contaminantes gaseosos -especialmente el dióxido de azufre, los óxidos de nitrógeno, los peróxidos y el ozono- provocan la formación de ácido en el papel y el cuero. Asimismo, las emisiones de automóviles e industrias desde el exterior, y el humo de cigarrillos, el hollín, las máquinas fotocopiadoras, ciertos tipos de materiales de construcción, pinturas, selladores, sustancias limpiadoras, etc., desde el interior son fuentes de contaminación de origen humano que constituyen otro peligro potencial.

Cómo recuperar y conservar las obras

Cuando el desgaste se ha producido, se pueden aplicar una serie de procedimientos que abarcan desde una simple reparación a una restauración completa. Asimismo, en opinión de Arsenio Sánchez, cualquier biblioteca, por pequeña que parezca y por escasos que sean sus recursos, puede contar con un programa de conservación adaptado a sus necesidades, con resultados beneficiosos. En definitiva, cuidar y conservar de la mejor manera posible los libros y demás archivos es un trabajo que atañe a todas las personas que forman parte de una biblioteca, desde el mismo personal, que debe procurar unas medidas de seguridad mínimas, hasta el propio usuario, que debe respetar al máximo el material que utiliza, lo que evitará en gran medida que haya que acudir a la restauración, un proceso caro y laborioso y en ocasiones, cuando se llega demasiado tarde, infructuoso. Los restauradores son los expertos que se encargan de recuperar en lo posible las obras dañadas. En España, por ejemplo, existe el Instituto del Patrimonio Histórico, que se encarga de la restauración de libros y manuscritos.

Cómo recuperar y conservar las obras

¿Cómo se pueden hacer frente a todos estos peligros? Entre las medidas de precaución más efectivas destaca el control de la calidad del aire, por medio de filtros químicos o extractores húmedos, o manteniendo en la medida de lo posible las ventanas exteriores cerradas. Otra medida útil consiste en el almacenamiento de los ejemplares en estuches protectores, especialmente aquellos compuestos de materiales como el carbón activado, capaces de absorber los agentes contaminantes. En los últimos años, se están utilizado además microclimas específicos que limitan las posibilidades de proliferación de plagas y de paso se controla el contenido de humedad de los objetos. Si los libros acaban llenándose de hongos, especialmente en el caso de haber entrado en contacto con el agua, algunos restauradores aconsejan congelarlos, de manera que desaparezcan y las hojas no se peguen.

No obstante, si algún agente biológico ya ha logrado ocasionar daños, la intervención inmediata es necesaria, evitando la utilización de microbicidas e insecticidas de amplio espectro, que causan toxicidad y alteraciones físico-químicas en los materiales tratados. En el caso de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, los libros se empaquetaron al vacío y en las bolsas se inyectó nitrógeno, un sistema que elimina los insectos y no daña la celulosa ni el cuero de los libros. El uso de gases inertes como el nitrógeno o el argón ya se ha empleado para eliminar unas 20 especies de los insectos enemigos de las bibliotecas. El nitrógeno, aunque tiene un efecto letal más lento que el gas argón, es más económico para realizar los tratamientos de desinsectación, de ahí que suela ser más utilizado.

En el caso de las termitas, una técnica que ha dado buenos resultados es la utilización de un producto químico, llamado fenoxycarb, que provoca que los obreros se conviertan en soldados, por lo que al no haber nadie que realice las tareas propias de buscar el alimento, acaban luchando entre sí y se autodestruyen. Otra técnica utilizada por los científicos en la agricultura o la forestación para el control de plagas consiste en controlar los insectos dañinos mediante sus parásitos. Sin embargo, como exponen Mireya Manfrini y Claudio Sosa, en el caso de las bibliotecas se trata de un procedimiento limitado, puesto que los parásitos de los insectos que atacan al papel sólo disminuyen el número de insectos dañinos, por lo que los libros siguen sufriendo el deterioro de los supervivientes.

Por último, Arsenio Sánchez recomienda seguir una serie de directrices generales para la conservación de las obras, aunque siempre dentro de las políticas concretas de cada institución y del tipo de obras que posee. En este sentido, subraya que la limpieza es fundamental, siempre de manera cuidadosa, evitando lejías o detergentes comerciales. Si se descubre algún libro con moho es necesario aislarlo del resto, secarlo y revisar los ejemplares contiguos, pues probablemente también estarán contaminados. En caso de detectar volúmenes dañados por insectos, habrá que examinar cuidadosamente la zona por si se trata de una plaga o de un ejemplar aislado y avisar a un especialista llegado el caso. En cuanto a la iluminación, nunca se deben dejar libros, grabados o dibujos expuestos a los rayos solares o a luces fluorescentes.

El control de la humedad y el calor también es importante, se deben airear las habitaciones para evitar la formación de condensaciones o microclimas que puedan favorecer el desarrollo de moho. Si hay que reparar algún ejemplar, no se debe utilizar celo, sino cola de encuadernación o cintas autoadhesivas de estabilidad comprobada. La correcta colocación de los libros en las estanterías también es muy importante, evitando en lo posible ubicar libros de distinto tamaño de manera correlativa, o de manera muy apretada. Si se trata de documentos sueltos, como revistas, se recomienda conservarlas dentro de cajas de cartón, preferiblemente no ácidas, aunque por su elevado precio se pueden utilizar otros materiales menos estables siempre que se sustituyan periódicamente. En cuanto a los lectores, han de concienciarse de que su colaboración, respetando las normas de utilización de las obras, es fundamental para su conservación.

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