Las estaciones del corazón

Cardiólogos evidencian que las variaciones climáticas tienen efecto sobre la salud cardiovascular
Por Jordi Montaner 4 de octubre de 2006

Primavera, verano, otoño e invierno; cada estación influye de manera distinta en los acontecimientos más visibles de la naturaleza, pero dicha influencia discurre asimismo por vías recónditas e incógnitas. Se ha observado, por ejemplo, que el riesgo de infarto varía según las estaciones, el clima e incluso la posición lunar. Científicos de todo el mundo indagan en los mecanismos por los que cuanto ocurre en nuestro exterior afecta nuestro interior más íntimo.

Cardiólogos de la Clínica Mayo, en EEUU, estudiaron de 1979 al 2002 la relación que el clima guarda con el infarto de miocardio y la muerte súbita. Lo hicieron sobre una muestra de población del condado de Olmsted (Minnesota), y bajo la premisa de que en invierno se producen más episodios cardiacos graves que en el resto del año. En la investigación, coordinada por Yariv Gerber, se cotejaron los datos de 2.676 infartos y 2.066 muertes registradas en el transcurso de los 23 años con los informes periódicos del Servicio Meteorológico Nacional. Los datos revelaron que los picos de mayor casuística se identificaban con las bajadas más pronunciadas de la temperatura exterior.

Por otra parte, en un estudio suizo dirigido por P. Hunziker, se investigaron a 5.553 pacientes que habían experimentado un infarto agudo de miocardio entre 1999 y el 2002. Comprobaron que en situaciones anticiclónicas, con vientos del norte o del oeste la cifra de infartos superaba en un 7% a la de situaciones borrascosas. Según estos investigadores, en los días lluviosos hay menos infartos que en los despejados.

Más datos europeos

No muy lejos, en Munich, un grupo de investigadores coordinado por G. Ruhenstroth-Bauer analizaron con anterioridad los datos de 162 pacientes que habían experimentado un ataque al corazón desde el 1 de enero al 31 de julio de 1981, cotejándolos con estadísticas de humedad ambiental, y afirmaron que en los días más húmedos se registraban más infartos que en los secos.

A semejante conclusión llega, asimismo, un estudio de la Universidad de Atenas (Grecia) publicado el pasado julio en la revista Heart. Los investigadores heleno analizaron la información sobre mortalidad cardiaca de la capital griega a lo largo del 2001 y observaron diariamente los datos climáticos de la Sociedad Meteorológica Nacional sobre temperatura, niveles de presión y humedad. El número total de muertes por ataque cardiaco fue de 3.126, de las que 1.953 correspondieron a individuos de sexo masculino. Los expertos registraron marcadas variaciones estacionales, de forma que durante el invierno de aquel país (no precisamente riguroso) se produjo un 30% más de muertes debidas a infarto de miocardio que en verano. La temperatura más baja registrada no llegó nunca a cero, con una media de seis grados durante el invierno y 34 durante el verano. Los autores apuntan que, incluso en un clima mediterráneo relativamente suave como el de Atenas, los cambios en la temperatura y la humedad tienen un impacto significativo sobre la mortalidad cardiaca.

Un estudio italiano, coordinado por Marco Morabito,en el que se analizaron datos de 1998 a 2002 sorprendió tanto por la coincidencia de los días más fríos del año con un incremento de infartos agudos de miocardio, que encargaron a la Oficina Toscana de Protección Ambiental una tabla de riesgo para advertir a los hospitales de la región de las fechas de mayor riesgo.

Clave circadiana

En un clima mediterráneo los cambios de temperatura y humedad tienen un impacto significativo sobre la mortalidad cardiaca

El desconcierto de los cardiólogos ante semejante circunstancia puede haber dado en el clavo recientemente con un exhaustivo estudio llevado a cabo por el Instituto de Meteorología Tropical de la India y que relaciona los ritmos circadianos del organismo humano con los factores meteorológicos. Lo que estos científicos del subcontinente asiático hicieron fue seguir el proceso paso por paso. En primer lugar, analizaron las variaciones circadianas de 323 pacientes diagnosticados de infarto de miocardio durante dos años. Pormenorizaron dichas variaciones con respecto a la temperatura máxima y mínima diarias, la humedad relativa ambiental, la presión de superficie, los índices de radiación solar y la posición lunar.

Confirmaron un dato ya conocido: que el horario pico en cuanto a infartos se concentra en las primeras horas de la mañana, pero identificaron, además, que el menor índice se da alrededor de las 10 de la noche.En sus conclusiones, los meteorólogos indios estiman que la dificultad del organismo para alternar el registro circadiano diurno con el nocturno propicia que al despertarnos seamos mucho más vulnerables a un paro cardiaco que en el momento de dormir. Más aún, los barorreceptores de nuestro organismo no afianzan sólo los cambios circadianos a la presencia o ausencia de luz solar, sino también a las distintas fluctuaciones de esa luz, a los cambios de presión atmosférica o a las variaciones en la humedad ambiental.

Un dato anecdótico acerca de este exhaustivo estudio es que la población estudiada, el municipio de Pune, se encuentra entre el trópico de Cáncer y el de Capricornio, por lo que las estaciones no se parecen en nada a las que Vivaldi cantó con su barroca música. Los inviernos tienen allí los cielos despejados, con un clima seco y algo frío (puesto que Pune es una ciudad montañosa), aunque los termómetros no descienden nunca más allá de los 8 ˚C. En la estación premonzónica los termómetros rebasan los 40 ˚C, hace mucho calor y hay mucho polvo suspendido en la atmósfera. Luego vienen los monzones con lluvias abundantes e intensas, y tras los monzones aparece una estación con temperaturas muy suaves, chubascos ocasionales y una meteorología semejante a nuestra primavera, salvo por el hecho de que antecede al invierno y no al revés.

Sin embargo, ninguna de estas estaciones se relacionó estadísticamente con un aumento o disminución en el número de infartos. Los autores señalaron simplemente que las tasas más elevadas se corresponden con los cambios más bruscos en las condiciones climáticas (corroborando así la hipótesis de la adaptación circadiana). Otro apunte curioso: las tasas más altas de cada mes coincidieron con la fase de luna llena, y las más bajas con las de luna nueva.

LATIR A UN RITMO BIOLÓGICO

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La presión arterial y la frecuencia cardíaca siguen un ritmo circadiano que está estrechamente asociado al ciclo de sueño-vigilia. Por la noche, durante el reposo, se produce una disminución importante de ambos valores. Por la mañana, en cambio, se produce un aumento acusado de la presión arterial coincidente con el despertar y el inicio de la actividad, y durante las horas de vigilia diurnas se observan amplias oscilaciones tanto de la presión como de la frecuencia cardiaca, que podrían estar asociadas a las condiciones ambientales.

El estudio de los ritmos biológicos y su relación con las hormonas centró la investigación endocrinológica durante los años 70 y 80. Se pretendía, así, profundizar en los mecanismos de regulación de los diversos ejes hormonales. En cambio, las variaciones de la frecuencia cardiaca y la presión arterial en el transcurso de las 24 horas ya se habían identificado en el siglo XVII.

El desarrollo de la cronopatología cardiovascular despierta en la actualidad el interés de muchos investigadores, puestos a estudiar las bases fisiológicas y fisiopatológicas que subyacen a la morbilidad y mortalidad cardiovasculares. Una primera hipótesis de partida es la del eje hipotálamo-hipofiso-corticoadrenal. La secreción de hormonas del eje hipotálamo-hipofiso-corticoadrenal (CRH, ACTH y glucocorticoides) presenta un ritmo circadiano de secreción que está relacionado con los periodos de sueño-vigilia. Dicho ritmo presenta un máximo de secreción por la mañana temprano, al tiempo de levantarse, con una disminución paulatina durante el día y un mínimo antes de dormir. También se ha identificado un ligero aumento de las concentraciones plasmáticas de ACTH y cortisol entre las 13:00 y las 19:00 horas.

El ritmo circadiano de cortisol y ACTH aparece entre los 3 y 8 años de vida y una vez establecido persiste incluso en situaciones como el decúbito prolongado, el ayuno y la privación de sueño durante varios días. En los individuos que cambian de turno de trabajo, diurno a nocturno o viceversa, o en aquellos que se trasladan a zonas geográficas con distinto huso horario, se produce un cambio total de los períodos de sueño y vigilia que se acompaña de una modificación paralela del ritmo circadiano del eje hipotálamo-hipofiso-corticoadrenal.

Otro eje implicado es el renina-angiotensina-aldosterona(que tiene un papel importante en la regulación de la diuresis y de la tensión arterial). Todos estos componentes presentan una variación de sus concentraciones plasmáticas a lo largo del día. La actividad de la renina plasmática (ARP) tiene su máximo entre las 04:00 y las 08:00 horas y su mínimo alrededor de las 16:00. La secreción de renina parece estar ligada fundamentalmente a un ciclo de actividad-reposo y no a un ritmo luz-oscuridad. En ratas se ha observado la existencia de un ritmo circadiano de ARP que presenta sus máximos niveles durante el periodo de oscuridad, que coincide en estos animales con el comienzo de la actividad.

Por último, están también implicados el sistema nervioso simpático y las catecolaminas. La variación circadiana de adrenalina tiene su acrofase por la mañana, con un pico máximo entre las 10:00 y las 12:00 horas, manteniendo niveles relativamente elevados hasta las 24:00. En el caso de la noradrenalina, también se observa un valor máximo entre las 10:00 y las 12:00 horas, y el principal desencadenante de esta actividad parece ser el comienzo de la movilidad física del cuerpo después del despertar. El cambio postural de decúbito a posición vertical parece ser la causa del incremento matutino de las catecolaminas plasmáticas, ya que dicho pico matinal desaparece si se somete al cuerpo a un decúbito prolongado.

Ocurre que la activación del sistema nervioso simpático y las catecolaminas meduloadrenales ejercen importantes efectos sobre el sistema cardiovascular. Producen un aumento de la presión arterial por su efecto sobre las resistencias periféricas, toda vez que estimulan la contractilidad y la frecuencia cardiaca y aumentan la demanda de oxígeno en el corazón.

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