La mitad de los ancianos ingresados en residencias y un tercio de los que viven en su casa sufren al menos un accidente al año

Aceras en mal estado y la deficiente señalización incrementan el peligro de tropezar
Por EROSKI Consumer 21 de mayo de 2002

Las caídas son la forma más habitual de accidente en los ancianos y representan la principal causa de muerte accidental en este grupo de edad. Además, es frecuente que tras sufrir una caída el mayor sufra lesiones que le provoquen incapacidad y por tanto, esta caída tenga como consecuencia su ingreso en una residencia o centro de atención, poniendo así fin a su vida independiente.

Se trata de un fenómeno tan usual que se estima que alrededor de un tercio de los ancianos que vive en su casa y la mitad de los institucionalizados sufren al menos una caída al año.

Diversas patologías

El geriatra Esmeraldo Cano indica que la reiteración de las caídas obedece a distintas causas, que dependen por un lado del estado de salud del paciente y, por otro, a las condiciones del espacio en el que se desenvuelve, ya sea en su hogar, en las residencias o en la calle.

De este modo, aclara que casi cualquier patología del anciano puede ocasionar caídas, si bien las más corrientes son las neurológicas, ya que afectan al nivel de conciencia y alteran la marcha y el equilibrio, y las reumatológicas, entre las que cita la artrosis y la artritis que también provocan caídas por el dolor que acompaña al movimiento.

Las enfermedades cardiovasculares figuran también entre las principales causas de caídas producidas por el desvanecimiento o la debilidad que originan por ejemplo las arritmias y la insuficiencia cardiaca, entre otras.

Por otra parte, es común en los ancianos el deterioro del sentido del oído y de la vista, trastornos que predisponen a estas personas a sufrir accidentes. Cano cita también el consumo de fármacos como la última de las causas de origen interno que pueden propiciar que exista un mayor número de accidentes de este tipo, entre los mayores. El especialista recuerda que los ancianos son especialmente susceptibles a los efectos secundarios de los fármacos y a las interacciones entre ellos.

No menos importantes son las circunstancias sociales y ambientales que rodean al anciano. Así, los suelos resbaladizos, una iluminación insuficiente, un mobiliario poco adaptado, la presencia de obstáculos en los lugares de paso, los escalones demasiado altos y la ausencia de asideros y pasamanos, originan accidentes tanto en el propio domicilio como en algunas instituciones.

En el exterior, el tráfico, las aceras en mal estado y la mala accesibilidad tanto en los transportes como en los edificios públicos figuran entre las principales causas de caídas. La edad avanzada, permanecer durante largo tiempo en el suelo, la existencia de caídas previas y pertenecer al sexo femenino son algunas de las circunstancias que determinan una mayor mortalidad, en el caso de que se produzcan caídas. Un acontecimiento, que según afirma el geriatra, se produce en repetidas ocasiones a consecuencia del accidente.

Sin llegar a ese extremo, el efecto de una caída puede entrañar graves fracturas, como la de cadera, radio, húmero y pelvis; contusiones y heridas, que pueden llevar a la inmovilidad principalmente por el dolor que producen; lesiones neurológicas -conmociones y contusiones cerebrales- y lesiones asociadas a una larga permanencia en el suelo que puede acarrear graves complicaciones como la hipotermia.

Las consecuencias de las caídas tienen igualmente un componente psicológico como es el del llamado «síndrome poscaída» que consiste en: miedo a volver a sufrir un accidente, pérdida de la autonomía personal y de la autoestima, modificación de los hábitos de vida previos, actitud sobreprotectora de familiares y cuidadores, que acarrea una mayor pérdida de autonomía y, como colofón a todas estas circunstancias la aparición de ansiedad y depresión asociadas.

La repercusión social que originan las caídas es la necesidad de requerir ayuda social para realizar las actividades cotidianas, el cambio de domicilio ante la imposibilidad de vivir solo -al de familiares o a una institución- y, finalmente, la hospitalización cuando las lesiones físicas son importantes, con el consecuente mal pronóstico que supone ingresar a causa de una caída.

Atropellos, quemaduras y gas

Pero las caídas no son los únicos riesgos a los que se someten los ancianos cuando deambulan por la vía pública. También figuran entre las principales víctimas de atropello, un hecho en gran parte relacionado no sólo con el deterioro de sus sentidos -principalmente la vista y el oído- o con las posibles demencias y los efectos de los fármacos, sino también con una serie de condicionantes externos.

Entre las medidas preventivas que apuntan los especialistas para evitar el que se produzcan este tipo de accidentes figuran: una adecuación de semáforos, que permitan disponer de tiempo suficiente para cruzar, así como una adecuada señalización acústica, además de aceras en buen estado y bordillos a una altura adecuada que eviten el riesgo de caer al intentar cruzar la calle.

La vía pública puede convertirse en casi una jungla para el anciano que tiene mermadas sus funciones. Se trata de un medio físico alterado, con una concepción urbanística y vial, a menudo incorrecta, y que puede provocar un accidente fatal. El riesgo aumenta cuando existen incapacidades físicas que dificultan la deambulación o la subida y bajada de escaleras, o bien déficits sensoriales.

Muchos de estos peligros quedarían eliminados simplemente cuidando que las aceras estuviesen en buen estado, que existiese una correcta señalización, que las escaleras con peldaños tuviesen la altura precisa, que se colocaran rampas y ascensores en los lugares de difícil acceso y que los transportes públicos tuviesen un tiempo suficiente de parada, así como una plataforma de piso bajo para facilitar la subida y bajada de los autobuses.

Finalmente, el envenenamiento por gas y las quemaduras constituyen la tercera causa de accidente entre los ancianos, debido a los habituales trastornos de la memoria, o al deterioro mental, así como a la pérdida olfativa. En este sentido, ofrecen especial peligro las estufas o braseros de gas, arrojar colillas al suelo o fumar en la cama y el empleo de mantas eléctricas en los casos de ancianos que sufran incontinencia urinaria.

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