Exponerse con frecuencia al humo del tabaco puede reducir la velocidad a la que las heridas se cierran, impidiendo su adecuada cicatrización o provocando anormalidades y engrosamientos en las mismas, según un estudio que publica esta semana la revista «Cell Biology».
Un equipo de la Universidad de California, coordinado por la profesora Manuela Martins-Green, ha hallado que la causa de esta dificultad de cicatrización en los fumadores pasivos es que las células expuestas al humo pierden la capacidad de «emigrar» hasta la zona dañada.
Para llegar a estos resultados, examinaron los efectos del «humo pasivo» sobre los fibroblastos, las células que tienen una mayor participación en el proceso de cicatrización, y descubrieron que, entre otras cosas, esta exposición afectaba al citoesqueleto celular, responsable de la organización interna de la célula.
El citoesqueleto se ocupa además del transporte intracelular y la movilidad de la célula, función esta última que se vio mermada por efecto del humo. Los científicos comprobaron que los fibroblastos cultivados «in vitro» con los componentes del humo que desprende un cigarro, se alargaban y separaban unos de otros, a la vez que eran menos móviles que otras células.
Durante un proceso normal de cicatrización, los fibroblastos migran al área dañada y generan agentes de crecimiento para repararla, pero si estas células son incapaces de viajar, se quedan concentradas al borde de la herida, impidiendo que se cierre correctamente e incluso formando cicatrices «anormales» (queloides).
El humo que respiran los fumadores pasivos presenta, de acuerdo con este trabajo, niveles de concentración de sustancias como la nicotina, el alquitrán, el óxido nítrico o el monóxido de carbono, al menos, «dos veces más altos» que el que inhalan los fumadores habituales.
