Médicos vascos prueban una experiencia pionera para tratar la anorexia mediante terapia de grupo

Varias jóvenes de entre 18 y 23 años se enfrentaron unidas a su enfermedad durante cinco años
Por EROSKI Consumer 17 de enero de 2003

Una experiencia pionera en España desarrollada en el Servicio de Psiquiatría del Hospital de Basurto, en Bilbao, entre jóvenes con anorexia, ha planteado la terapia de grupo como la «alternativa nutritiva» que las pacientes necesitan para superar un trastorno que les lleva a encerrarse en sí mismas durante años.

La psicoterapeuta Pilar Puertas Tejedor ha liderado una iniciativa en la que varias jóvenes de entre 18 y 23 años se han enfrentado unidas a su enfermedad. Han sido cinco años y medio de sesiones en grupo, a razón de dos por semana, además de una terapia «multifamiliar» al mes, cuando lo habitual en este tipo de pacientes es utilizar el tratamiento individual caso por caso.

La experiencia comenzó con nueve pacientes. Tan sólo cinco han llegado al final. Dos abandonaron en los inicios y una más tarde; otra más se casó y lo dejó. El resto «ha encauzado su vida» tras años de silencio. En ningún momento Pilar Puertas y su equipo cejaron en su empeño. «Había días que salíamos agotadas por el silencio en las reuniones», relata la especialista.

Los primeros frutos de la terapia no se revelaron hasta los cuatro años. Entonces «las jóvenes empezaron a reconocer su necesidad afectiva». Meses después de disolverse el grupo, Pilar Puertas ha recogido la experiencia en un libro que amplía las esperanzas sobre el tratamiento de los trastornos alimenticios.

En «El grupo de anoréxicas: una alternativa nutritiva», Puertas resume que la tarea no fue sencilla desde sus comienzos. El Servicio de Psiquiatría del hospital vizcaíno seleccionó a varias pacientes entre aquellas que acudían regularmente a consulta. Estaban citadas una vez a la semana. El compromiso debía ser firme. Faltar a dos sesiones consecutivas sin avisar implicaba perder el derecho a acudir al grupo de psicoterapia. Llegar 20 minutos tarde o marcharse con 20 minutos de antelación se consideraba falta. Todos los miembros se comprometían a no hablar con terceros sobre lo acaecido en las reuniones.

«Cada sesión era un cacareo y enseguida vimos que era un proyecto a largo plazo: las pacientes sólo hablaban de comida, sobre lo que engordaba y lo que no», recuerda Pilar Puertas de los comienzos. Mantenían con los alimentos la misma «jerga inservible» de las primeras reuniones: «Engullían y vomitaban palabras que no les nutrían». La segunda fase llegó a los dos años. Fueron sesiones duras y silenciosas. «Las jóvenes niegan la necesidad afectiva del grupo al igual que niegan la comida, pero había que lograr que comieran del grupo para desasirse de su obsesión. Parecía imposible», relata Puertas.

Hubo padres que se deprimieron y tuvieron que pasar por el psiquiatra. Dos chicas recayeron y necesitaron ser ingresadas. Pero el éxito del grupo estaba cerca. «No recuerdo qué día, fue a los cuatro años y medio», evoca Pilar Puertas. Las jóvenes comenzaron a abrir sus afectos y a vencer el miedo al dolor psíquico. «Se ayudan unas a otras a entenderse. Las identificaciones son siempre muy importantes, sobre todo en pacientes que les cuesta mucho hablar y transmitir. Esta situación sólo puede ocurrir en grupo». Y después de cinco años y medio, aunque «lo ideal» para la especialista son siete u ocho de terapia unidas, el grupo reconoció por fin su necesidad afectiva.

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