La inteligencia emocional es la capacidad para reconocer, comprender y regular nuestras emociones y las de los demás. Los niños pueden desarrollar la inteligencia emocional en los centros educativos, pero también en casa podemos ayudarles a potenciarla con estos consejos de expertos. Los resultados de esta formación demuestran que nuestros hijos tienen menos estrés, mejoran sus relaciones interpersonales y su rendimiento académico se incrementa. Pero hay muchas más razones, como explicamos en las siguientes líneas.
1. De salud física y mental a felicidad
Las personas emocionalmente inteligentes disfrutan de una mejor salud física y mental; por ejemplo, tienen menos síntomas psicosomáticos, menos ansiedad, estrés y depresión. La dificultad de los jóvenes a la hora de comprender sus estados emocionales y reparar sus emociones negativas está vinculada a las ideas suicidas, por lo que la inteligencia emocional reduce el riesgo de suicidio.
Por otra parte, una revisión de 2010 realizada con 2.380 estudiantes europeos concluyó que la inteligencia emocional nos ayuda a gestionar mejor conductas de riesgo, como el consumo de drogas.
2. Menos agresividad y mejor convivencia escolar
La inteligencia emocional fomenta conductas empáticas, cívicas y tolerantes hacia sus iguales, dando lugar a unas relaciones más satisfactorias y positivas, con una disminución significativa de comportamientos agresivos como el bullying y el ciberbullying. Un estudio realizado por la Universidad Miguel Hernández de Elche en 2018, cuyo objetivo era analizar el perfil emocional de escolares de entre 8 y 11 años implicados en casos de bullying, confirmó que los niños agresores puntuaban más bajo en el cociente de inteligencia emocional, así como en habilidades interpersonales y manejo del estrés.
3. Rendimiento y éxito académico
Un metaanálisis de 2020 publicado en la Revista Americana de Psiquiatría ha demostrado que los estudiantes más inteligentes emocionalmente tienen un mejor rendimiento académico, tanto en la escuela como en la universidad. Estos estudiantes comprenden y regulan mejor las emociones desagradables como la ansiedad, la tristeza o el aburrimiento, muy frecuentes en la vida escolar, y que afectan negativamente a su rendimiento intelectual. Además, construyen mejores relaciones con sus profesores, compañeros y familiares, lo que es muy importante para el éxito académico.