Un veneno que rejuvenece

La Agencia del Medicamento ha alertado sobre el uso inadecuado de la toxina botulínica con fines estéticos
Por EROSKI Consumer 18 de marzo de 2002

El elixir de la juventud, en nuestro siglo, tiene forma de cirugía, de inyecciones que devuelven, eso sí, temporalmente, la mocedad, o, por lo menos, la apariencia. Lo del espíritu es ya capítulo aparte. Famosos resguardados en el anonimato y anónimos con ganas de salir de él buscan en los sillones y cabinas estéticas un viaje al pasado que les borre las marcas del tiempo.

Los centros de estética ya no son coto exclusivo de «yuppies» y artistas. Su atractiva propuesta seduce cada vez a más gente, en una «democratización» de la belleza al coste que sea. El vacío legal, la ausencia de profesionalidad en algunos casos, el intrusismo en otros ante lo que es un «bonito» negocio exigen un peaje que regule esos «viajes» al pasado. La Administración ha decidido poner orden e informar sobre algunas de estas prácticas. La última decisión ha sido la de alertar sobre el empleo no autorizado de la toxina botulínica de tipo A, más conocida como «Botox», con fines cosméticos y estéticos.

La Agencia del Medicamento recordó recientemente a las Consejerías de Salud de las comunidades autónomas sobre el uso inadecuado de la toxina botulínica en algunos establecimientos, tales como clínicas estéticas y consultas privadas. El «Botox», junto a otros productos como el «Dysport» y el «Neurobloc», obtenidos a partir de la referida toxina, sólo pueden ser administrados, según las autoridades sanitarias, con fines hospitalarios, y dispensados bajo la supervisión de un médico especialista adscrito al centro sanitario.

Mortal

El «Botox» es un derivado de la toxina mortal del botulinum, el veneno más potente que se conoce. Una pequeña cantidad puede ser mortal para el hombre. Sin embrago, purificado y en dosis infinitesimales, se encontró que el veneno podía ser útil en la medicina. En los años setenta, comenzó a emplearse para tratar el estrabismo. Luego, para atenuar los efectos del Parkinson, los tics e incluso para controlar la sudoración excesiva. En 1987, la oftalmóloga canadiense Jean Carruther se lo aplicó a sus pacientes para solucionarles la contracción del párpado, de manera que también desparecieron las patas de gallo.

Una inyección con una micro-aguja y una pequeñísima cantidad sobre la parte afectada hace que interfiera los impulsos del nervio a los pequeños músculos faciales relacionados con las llamadas «líneas de expresión». Paraliza temporalmente los músculos, impidiendo el movimiento de la piel sobre ellos.

Esta carrera contra el tiempo no presenta grandes obstáculos. Un rápido diagnóstico, un consentimiento que es más un deseo, unos pinchazos en el área adecuada, y en quince minutos, estas muescas de la edad desaparecen: patas de gallo, bolsas, arrugas en el entrecejo…Pero nada es para siempre. Los efectos suelen durar entre cuatro y seis meses. Después, llega el llamado «efecto Dorian Gray», en el que las marcas vuelven a asomar. Y los pacientes vuelven a buscar su pinchazo rejuvenecedor.

La Sociedad Española de Medicina y Cirugía Cosmética (SEMCC) defiende la «transitoriedad» de los resultados de este medicamento. Su presidente, el doctor Víctor García Giménez destaca el carácter caprichoso de estos tratamientos. «La estética es una cuestión de actualidad», señala García. No sólo actualidad, también es una cuestión empresarial. Este viaje de ida y vuelta por el tiempo tiene su precio: entre 421 y 600 euros (70.000 y 100.000 pesetas) por sesión de ‘Botox’. La casa farmacéutica que lo comercializa desde 1989, Allergan, ha visto incrementar sus ingresos, sólo en Estados Unidos, de los 19, 5 millones de dólares en 2000 hasta los 310 en 2001.

El «Botox» posee un gran peso dentro de las intervenciones cosméticas en nuestro país, aunque se desconocen los datos exactos, muchas veces debido al hermetismo de los pacientes, que quieren guardar el secreto de su repentina juventud. Sólo en Estados Unidos, más de un millón de personas se sometieron a tratamientos de «Botox» en 2000.

En España, el aviso de la Agencia del Medicamento no ha amilanado a algunos profesionales de la belleza. La SEMCC, en boca del doctor García, alude a «un excesivo afán de proteccionismo» por parte del Ministerio de Sanidad. García Giménez manifiesta que este tipo de indicaciones lo que hacen es «lesionar el uso científico», en este caso, del «Botox». Antepone la eficacia a la autorización, y justifica su empleo en que «no hay otro medicamento más eficaz contra las arrugas de expresión». Su eficacia se sitúa en un 90%, y su empleo está avalado, entre otros, por la Administración estadounidense de Drogas y Alimentación.

Riesgos profesionales

Sin embargo, como dice el director del Servicio de Farmacovigilancia de Castilla y León, Alfonso Carvajal, aunque se ha experimentado con éxito, «nada es absolutamente seguro» en medicina. Algunos efectos secundarios como parálisis temporales y leves, amoratamientos, dolores, descubren que el «Botox» tiene también sus riegos, como el de crear resistencias a sus efectos. El peligro, ajeno al producto, se encuentra, según la SEMCC y el propio doctor Carvajal, en la profesionalidad y formación de quienes apliquen la toxina.

Actualmente, alrededor de 6.000 médicos sin el título pertinente realizan en España prácticas estéticas y reparadoras. Sin embargo, sólo 600 expertos en Cirugía Plástica y Reparadora poseen la acreditación exigida para ejercer la especialidad.

Países como Francia y Estados Unidos van a autorizar próximamente el uso estético del «Botox». Hasta que llegue ese momento en España, su veneno sólo será legal en los hospitales.

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