El mundo de los cereales mutantes

Las variedades mutadas de los principales cereales han permitido doblar la productividad de alimentos en apenas 30 años
Por Jordi Montaner 20 de agosto de 2003

Los avances tecnológicos al servicio de la alimentación y los mecanismos actuales de mercado, basados en una demanda creciente de consumo, ponen en un brete a las expectativas agrícolas del tercer mundo. En muchos países de África, Asia o Sudamérica, planes nacionales, políticas de explotación de recursos y mecanismos de cooperación se debaten actualmente entre la integración al sistema o la desintegración.

El pintor cubano Julio Breff Guilarte es autor de un cuadro con un título sorprendente: «Llegan mutantes extraterrestres con la ayuda alimentaria de la ONU». En él aparecen dos monstruos gigantes, cruce de gallina y mujer, que acaban de poner un huevo de dinosaurio. Un campesino y su hijito observan lo ocurrido y la escena es registrada por cámaras de televisión…

Ocurre con Breff, algo semejante a con Julio Verne: las musas de la ficción científica se alimentan de futuro y también de verdad. El Gobierno chino, por poner un ejemplo, planea crear en el espacio exterior nuevas variedades de cereales. Para ello, ha diseñado una serie de satélites equipados con semillas de arroz y trigo, destinadas a sufrir mutaciones que permitan obtener nuevas variedades de estas semillas.

El proyecto de la Academia China de Agricultura, denominado «Cultivos en el espacio», busca disponer de plantas de crecimiento rápido, alta productividad y gran calidad, aprovechando que China es, junto a Rusia y Estados Unidos, el único país del mundo que dispone de la tecnología necesaria para recuperar los satélites enviados al espacio.

Liu Luxiang, director del proyecto, dice haber conseguido ya variedades «mejoradas genéticamente» de semillas de arroz y trigo, que han sido sometidas en la Tierra a condiciones biológicas y de ingravidez muy similares a las del espacio exterior. Añade el investigador que este experimento puede dar pie a una nueva «agricultura espacial».

China, país donde el arroz continúa siendo uno de los principales cultivos y un alimento básico en la dieta de sus ciudadanos, lidera el mundo en cuanto a estudios genéticos de mejora de este cereal. La Agencia Espacial China ha confirmado, según la agencia EFE, que el próximo otoño visitará el espacio exterior el primer astronauta chino, y que lo hará con esta misión agrícola en su agenda de trabajo.

Contrastes

Una tonelada de maíz, arroz o trigo requiere menos energía, suelo laborable y agroquímicos, pero la demanda de alimentos se ha duplicado en el mismo tiempo

La dependencia tecnológica de la agricultura no está siendo bien digerida en todo el mundo. Los países con menos recursos concentran muchos temores a productos agrícolas nuevos, semillas mutantes que proceden de nuevos ámbitos de explotación y a la destrucción de paisajes o culturas rurales milenarias.

Cooperativas agrícolas del tercer mundo, al igual que ONG amparadas en la ética del comercio justo, equiparan la erosión del capital cultural, la pérdida de biodiversidad y de los conocimientos tradicionales con una catástrofe. Sin ir más lejos, James Lovelock, padre de la conocida «Teoría Gaia», compara los efectos de la agricultura moderna con cicatrices de quemaduras sufridas por la Tierra. A su juicio, la destrucción del paisaje inglés en la historia contemporánea es de un vandalismo sin precedentes. Por su parte, Lester Brown, director del World Watch Institute, aseguraba hace unos años que para el año 2050 China necesitaría importar 400 millones de toneladas de cereales, más de lo que hoy día se dispone en todo el mercado mundial.

En los países en desarrollo la esperanza de vida ha pasado de 40 a 72 años en sólo medio siglo. Según la FAO, la industria alimentaría de hoy ha mejorado cuantitativa y cualitativamente con respecto a hace 50 años y está capacitada para producir lo suficiente para una población mundial que casi se ha duplicado. Un habitante de un país en desarrollo consume hoy casi un 30% más de calorías y casi un 50% más de productos animales que la generación de sus padres. Y la producción de alimentos necesaria para ello tiene lugar en una superficie cultivada más o menos de igual extensión que antes.

Este ahorro significa que no hay que roturar más tierra y que pueden mantenerse los ecosistemas que en ella se dan. Y esto mismo ocurre en China, donde se cultiva la misma extensión de tierra para cereales que en 1960, lo que no hubiese sido posible si los rendimientos de las cosechas, gracias a los avances en cuanto a biotecnología, no hubiesen prosperado. Uno de tales avances es el desarrollo de una variedad híbrida de arroz capaz de producir 13 toneladas de grano por hectárea en sólo 130 días.

Límites del crecimiento

Desde el informe del Club de Roma titulado «Los límites del crecimiento» (1972), el mundo ha asistido a un catálogo creciente de avances científicos que, pese a todas las promesas, no ha conseguido erradicar el hambre ni la pobreza.

Esta reflexión marca en nuestros días una relación cada vez más íntima entre el estado de salud de la naturaleza, la alimentación y la agricultura, y ha caracterizado la reacción de muchos consumidores en busca de un nuevo patrón alimentario, incluso un nuevo estilo de vida.

Aunque las políticas gubernamentales siguen desempeñando un papel en el control de calidad de los productos, el patrón alimenticio ha pasado a depender de una elección individual basada en cuestiones de salud, medio ambiente o consumo solidario, que han ejercido de crítica tenaz a la función sociocultural de la alimentación y la agricultura.

El mexicano Norman E. Borlaug, del Centro Internacional de Mejora de Maíz y Trigo (CIMMYT) obtuvo en 1970 nada más y nada menos que el premio Nobel de la Paz por su impulso de la mejora genética de los cereales, bautizada de forma eufemística como «revolución verde». Con objeto de acortar de 8 a 4 años el tiempo necesario para obtener una nueva variedad, este investigador decidió realizar dos ciclos completos de mejora por año.

La mejora del arroz arranca de 1958 en el seno del International Rice Research Institute (IRRI) de Los Baños (Filipinas). Las variedades de alto rendimiento obtenidas perseguían caracteres bien concretos: ciclo corto (posibilidad de dos cosechas por año), floración independiente de la duración del día, resistencia a las plagas y buenas propiedades culinarias.

Producir una tonelada de alimento con una variedad moderna de maíz, arroz o trigo requiere hoy menos energía, menos suelo laborable y menos productos fitosanitarios y fertilizantes que con una de las que se cultivaban hace 30 años. Sin embargo, en el periodo transcurrido, el número de toneladas de alimento que deben producirse para abastecer a la población se ha más que duplicado. Esto ha motivado que, a pesar de los avances tecnológicos, el impacto de la actividad agrícola sobre el medio ambiente se haya agravado.

Si extrapolamos los rendimientos agrícolas al año 2025, basándonos en las tasas de mejora obtenidas en los últimos años, y los confrontamos con la demanda prevista para aquel año y según el crecimiento de la población y el de la demanda per capita, asoma un déficit importante en casi todas las regiones del mundo.

En muchas regiones coexiste el hambre con los excedentes alimentarios, y casi siempre es el precio consignado en mercados internacionales lo que separa al alimento del hambriento. Los defensores de la introducción de mutantes genéticos en las variedades de cereales subrayan que en las últimas décadas la biotecnología ha abaratado los alimentos a un cuarto del precio que tenían (en divisas constantes) hace 30 años. Amparados en esta premisa, han conseguido que la superficie sembrada con semillas transgénicas haya pasado de poco más de un millón de hectáreas en 1996 a más de 50 millones en el 2002.

MAÍZ A LA CARTA
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Imagen: FreeFoto.com

Considerado desde hace tiempo como el «trigo de los pobres», el maíz se caracteriza desde un punto de vista nutritivo por ser un cereal con proteínas de escasa calidad. Dispuestos a cambiar este sino, investigadores de la Estación Agrícola Experimental de Illinois (EEUU.) desarrollaron en 1974 una variedad que, tras 70 ciclos de selección, logró aumentar el contenido proteico del grano de maíz del 10,9% al 26,6%. Sólo una pega: la correlación negativa entre el rendimiento del grano y el porcentaje de proteína.

El descubrimiento del efecto químico del mutante opaco-2 (o2) en la composición de la proteína del maíz, por un aumento en el contenido de lisina y triptófano del endosperma, dio pie a un renovado interés y a esfuerzos para mejorar la calidad nutricional de la proteína del maíz. El maíz opaco-2, sin embargo, vio pronto como el gen o2 trajo también consigo varias deficiencias fenotípicas: una textura blanda del endosperma y una pobre apariencia opaca del grano; una mayor susceptibilidad a los hongos de la pudrición de la mazorca y a las plagas; un mayor contenido de humedad del grano en el momento de la cosecha; un pericarpio mas grueso, una baja germinación de la semilla y, de nuevo, rendimientos más pobres.

No obstante, las rutas abiertas por bioingenieros estadounidenses y mexicanos para incrementar los niveles de aminoácidos en el maíz y mejorar la calidad nutricional de sus proteínas acabaron recalando en las antípodas. En zonas tropicales como Hawai, Tailandia y Malasia se terminó explotando un maíz de grano dulce, obtenido cruzando mutantes azucarados con variedades almidonosas adaptadas. Hasta la fecha se han estudiado 14 tipos diferentes de mutantes de endosperma que afectan la síntesis del almidón y la acumulación de azúcar en el grano de maíz, a fin de utilizarlas en la obtención de cultivos de maíz dulce. Ocho de esos mutantes han sido usados ya para el desarrollo en cultivos comerciales.

En los trópicos, sin embargo, el maíz verde es una fuente de alimentos y de energía para sus poblaciones, mientras que el maíz dulce es consumido en las zonas templadas sobre todo por su gusto (más que por su contenido calórico). En Asia, ingenieros genéticos han desarrollado nuevos mutantes cerosos en Filipinas, Tailandia y Vietnam. Asimismo, han demostrado que la textura del endosperma puede ser modificada con la acumulación de genes modificadores en los maíces con proteínas de calidad y en los maíces con germoplasma normal.

Las mazorcas muy jóvenes (denominadas baby), cosechadas inmediatamente después de la aparición de los estambres y sin haber sido polinizadas, son consideradas un manjar exquisito. En Taiwán se están ensayando nuevos mutantes de esta variedad de maíz para su posterior explotación en EE.UU. El problema en este caso son las patentes, puesto que existe una considerable cantidad de información sobre los genotipos de maíz adecuado para la producción de mazorcas baby en Tailandia, Filipinas, China y Hungría.

Por otro lado, existe una considerable variación en el contenido de aceite plasmado en el genoma del maíz. Normalmente, muchos tipos de maíces duros o dentados tienen entre un 4% y un 5% de aceite, la mayor parte del cual está contenido en el embrión. Los genotipos de maíz con un alto porcentaje de aceite son de interés para la industria del pienso y a causa de su elevado valor calórico. En Tailandia, por ejemplo, se han hecho considerables esfuerzos para la producción y uso de maíz con alto contenido de aceite y se han desarrollado variedades sintéticas ad hoc.

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