Entrevista

Manuel Serrano Ríos, jefe de Medicina Interna del Hospital Clínico de Madrid

«La obesidad tiene un efecto tremendo sobre la mortalidad»
Por Mónica G. Salomone 19 de agosto de 2004
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La relación entre obesidad, diabetes y mortalidad es, en opinión de los expertos, cada vez más evidente. Los efectos derivados del sobrepeso, así como sus causas en origen, explican el comportamiento de una sociedad en la que el acceso a la comida y un concepto equivocado de estilo de vida saludable, están empezando a causar estragos en la población. Un problema, por otra parte, para el que existen soluciones simples en el campo de la prevención.

«Más ejercicio y menos cocacolización». Para el experto en nutrición Manuel Serrano Ríos, ésa es la única fórmula para frenar la actual epidemia de obesidad que afecta al mundo desarrollado. Serrano-Ríos es jefe de Medicina Interna del hospital Clínico de Madrid, Catedrático de Medicina de la Universidad Complutense y presidente del Instituto Danone. Este mes ha dirigido un curso sobre Avances en Nutrición en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en Santander. Serrano Ríos alertó de la estrecha relación entre la obesidad y un tipo de diabetes cuyos efectos progresan sin ser detectados durante décadas, hasta que provocan enfermedades graves; consecuencias «que podían haberse evitado simplemente cambiando el estilo de vida».

¿Es cierto que hay que hablar de una epidemia de obesidad?

Sí, esto es así. Asistimos a una auténtica epidemia de obesidad en todo el mundo occidental. No escapan algunos países menos desarrollados como Brasil o China, donde también aumenta de forma alarmante. El liderazgo de la obesidad se lo lleva Estados Unidos, donde uno de cada tres individuos de más de 40 años tiene sobrepeso, con un índice de masa corporal entre 27 y 30, o bien es francamente obeso. Y esto está aumentando; se ha dicho que dentro de 20 años toda la población estadounidense será obesa o tendrá sobrepeso.

¿Y en España?

En España también. La prevalencia de la obesidad está muy bien estudiada. Datos de 2001 indican que hay un 15,55% de adultos de obesidad franca. El sobrepeso, a partir de los 45 años y con predominancia femenina, puede llegar hasta un 30% o un 40%.

¿También va en aumento en España?

Hay pocos estudios de incidencia, pero los hay que demuestran que sí.

¿Qué consecuencias puede tener esta epidemia?

«La epidemia de obesidad se debe a la ‘cocacolización’ del estilo de vida en los países desarrollados»

Lo preocupante es la obesidad infantil. El 13% o el 14% de los adolescentes tiene sobrepeso. Y otro aspecto importante es que la obesidad va en paralelo con el aumento de la diabetes tipo 2, en un fenómeno llamado «diabesidad», porque más del 90% de los diabéticos tipo 2 son obesos. La diabetes tipo 2 es la que antes se llamaba «diabetes del adulto», que hoy se sabe que puede ocurrir a cualquier edad; es la que no requiere insulina para sobrevivir. Lo que se produce es una resistencia a la acción de la insulina en los tejidos y al mismo tiempo un defecto de secreción de insulina, que cuando es total produce hiperglucemia. Este tipo de diabetes pasa sin identificar mucho tiempo, porque la glucemia sólo sube a niveles patológicos dos horas después de la comida, y lo penoso es que la conjunción de estas dos enfermedades, diabetes tipo 2 y obesidad, hace que aumenten los triglicéridos, que el colesterol HDL, el bueno, baje; que a veces suba el malo LDL; que haya tendencia a trombosis arterial y a cierto grado de inflamación; que se altere la función del endotelio [la capa de células que tapiza el interior de los vasos sanguíneos]… Y todo ese bombardeo que genera la hiperglucemia crónica, llamada glucotoxicidad, produce una aceleración de la arteriosclerosis. Así que acaba teniendo consecuencias fatales para el cerebro y el corazón. O sea que la obesidad tiene un efecto tremendo sobre la mortalidad.

Se habla de una especie de bolsa oculta de diabéticos. ¿Cuándo y cómo se manifiesta finalmente la enfermedad?

La glucosa va royendo los vasos durante años. Y la enfermedad se acaba manifestando por todo, la arteriosclerosis, los triglicéridos…

De haberse detectado a tiempo, ¿se podrían evitar estos males?

Por supuesto. Los pacientes tendrían que perder peso, hacer más ejercicio, que es fundamental… Así baja la glucosa, bajan los lípidos, baja el peso y se corrige el problema. Son medidas que afectan sobre todo al estilo de vida.

¿Son iguales todos los tipos de obesidad?

La obesidad general significa un aumento de la grasa corporal total, y eso se mide por el índice de masa corporal [IMC], que es el resultado de dividir el peso en kilogramos por la talla en metros al cuadrado. Pero cada día hay más evidencias de que es muy importante dónde se acumula la grasa. La que se acumula en el abdomen, la obesidad tipo manzana, que es más el tipo masculino de obesidad, es la que puede tener mayor repercusión en los lípidos, la glucemia… porque es la que implica mayor y más precoz resistencia a la insulina. En la mujer la obesidad es más bien tipo pera. Pero lo cierto es que la mayoría acaba teniendo un tipo de obesidad mixto. Por eso no sólo se debe saber el IMC; tallar y pesar a una persona debe ser obligatorio en toda consulta, obligatorio. La propia persona debe demandárselo al médico.

¿Hacen esto los médicos de cabecera?

No lo suficiente. Se debe medir el perímetro de la cintura, porque es importante. Después, con análisis muy sencillos se puede saber si esa persona tiene la glucemia alta, los lípidos alterados… Y si esa persona ha pasado ciertos límites, como un IMC superior a 30, o un perímetro de cintura superior a 102 centímetros en un varón o a 88 centímetros en una mujer, se sabe que tiene mayor riesgo cardiovascular.

¿Está claro cómo bajar de peso?

«Los estilos de vida poco saludables, la actitud frente a la comida y la obesidad, forman parte de la herencia de padres a hijos»

Hay que individualizar. No hay una dieta estándar. Y esto no depende sólo de las medidas de una persona; hay que hacer una historia completa: cuáles son sus hábitos alimentarios, el horario de sus comidas, sus preferencias, cuánto tiempo hace que las tiene, cuál es su ingesta de alcohol, tabaquismo, actividad física, qué antecedentes tiene de obesidad y enfermedades relacionales… Es decir, hay que hacerse una idea del estilo de vida. Es muy importante también pedir al paciente un recuento de 24 horas de comidas y de actividad, para hacernos una idea de qué es lo que hay que corregir. Esto indica cuántas kilocalorías come esta persona en función de lo que gasta.

¿Por qué es tan grave que los adolescentes sean obesos?

Porque la obesidad en la adolescencia predice claramente la obesidad en la edad adulta: un adolescente gordo, en muchos casos, si no se toman medidas, acabará siendo un adulto obeso. Por eso en las consultas también hay que preguntar cómo era el paciente en la adolescencia.

¿Es importante la tendencia a la obesidad en la familia?

Es enormemente importante. Pero no sólo por una tendencia genética a la obesidad, sino porque los hábitos de comer y de vida se heredan.

El horario de las comidas, ¿también cuenta?

Sí, claro, a veces hay que reordenar la ingesta. Si alguien dice que apenas desayuna, que come poco y que lo que hace es cenar fuerte, pues a lo mejor hay que reordenar la ingesta. Cenar mucho contribuye a que haya un depósito inadecuado durante la noche, que es cuando no podemos hacer ejercicio y hay un ahorro de energía. A esa persona se le puede decir que desayune a las ocho, que tome algo a media mañana… y así.

Últimamente aparecen comentarios de expertos que sugieren que dietas pobres en hidratos de carbono, y en las que no se modifica el contenido en grasa, logran tanta pérdida de peso como las dietas bajas en grasa.

La dieta debe ser ante todo equilibrada. Todas estas cuestiones de dietas bajas en carbohidratos, etcétera, tratan de resucitar las llamadas dietas desequilibradas -la dieta cetogénica, la dieta Montignac…-, pero la dieta debe ser equilibrada.

¿Cómo es una dieta equilibrada?

La que busca una reducción calórica acorde con las necesidades de cada persona. No menos del 50% o el 55% de las calorías deben proceder de hidratos de carbono complejos -que están en las legumbres, frutas o verduras-; debe incluir pocos azúcares solubles; un 28% o como mucho un 30% de grasa total, donde las grasas saturadas -las carnes rojas, los productos grasos del cerdo…– no contribuyan más del 10% de ese 30%. Las grasas monoinsaturadas, típicamente el aceite, que no pase del 10%. El aceite de oliva virgen está muy bien porque tiene factores antioxidantes, pero ojo, porque también es grasa. Y luego los poliinsaturados, que son los aceites derivados de pescado, deben aportar menos del 7% de las calorías. Y proteínas, aproximadamente un gramo por kilo de peso y que tengan el menor contenido en grasa posible. Y muy importante: que incluya actividad física.

Entonces ¿hay que desterrar el salchichón y el chorizo?

No, claro que se pueden tomar de vez en cuando.

¿El alcohol?

Si no se superan los 20 gramos, que son unas dos copas de vino, tiene efectos saludables, sobre todo el vino tinto. Pasar de los 30 o 40 g diarios puede tener consecuencias negativas.

¿Por qué entonces ese aparente resucitar de las dietas desequilibradas?

Eso es muy complejo de contestar porque intervienen muchos factores. El caso de una cierta recuperación de la dieta de Atkins, por ejemplo, que promueve más contenido en grasa. Pues ha aparecido algún artículo científico en su favor, y a él se han agarrado intereses claramente comerciales. El doctor Atkins era una persona con una buena mentalidad científica, pero lo cierto es que sus dietas con alto contenido en proteína producían cetosis, algo que en ocasiones puede ser peligroso. En realidad el incremento de la cetosis es un freno al apetito. Pero las dietas desequilibradas deben ser desechadas ya.

Volviendo a la epidemia de obesidad, ¿a qué se debe?

A la globalización, la cocacolización del estilo de vida. Al mismo tiempo ha progresado la industria de alimentos, la propaganda, el fomento del consumo… Se incita mucho a disfrutar más de la comida, a comer más rápido… Y sobre todo la causa está en la falta de ejercicio físico. Se da la paradoja de que en las sociedades ricas el consumo calórico está bajando, y sin embargo la obesidad va en aumento. La causa no puede estar sino en la falta de ejercicio.

EL PAPEL DE LOS GENES

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«Desde luego, los genes tienen mucho que ver en cómo responde cada individuo a una dieta», afirmó Manuel Serrano Ríos en el curso sobre Avances en nutrición de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en Santander. Sin embargo lo último en genética y nutrición es analizar la relación en ambas direcciones, es decir, no sólo cómo influyen los genes en la obesidad, sino cómo lo que come una persona hace que se expresen determinados genes y no otros. Y es que los expertos se están dando cuenta de que los genes y el ambiente se influyen mutuamente, como en un círculo cerrado. «La genética de la obesidad es un campo muy activo, pero también lo es el cómo determinados nutrientes hacen que se expresen genes específicos», asegura Serrano Ríos.

En esta línea, no es descabellado pensar que en un futuro cada persona coma en función de sus genes, quizás tras haber pasado por una consulta de asesoramiento «genético-alimentario». Pero eso no pasará mañana: «El futuro es que cada uno coma lo que le va mejor, ése es el camino». Pero es un campo extraordinariamente complicado, que requiere aún mucha investigación.

Este experto, sin embargo, advierte que «no hay que confiar en que los genes nos lo resuelvan todo», y menciona el dopaje genético como ejemplo de posibles usos indebidos de los genes sí no ahora, sí en el futuro. «En animales ya se ha logrado experimentalmente aumentar la masa muscular a base de tratamientos con genes [en concreto con un gen que codifica para un factor de crecimiento y se expresa en músculo esquelético], y ya hay expertos que temen que se intente algo así en el campo del dopaje». Sería un tipo de dopaje hoy por hoy indetectable, puesto que se trata de genes indistinguibles de los presentes naturalmente en el organismo, y que se expresarían localmente en el músculo, sin ninguna sustancia que pase al torrente sanguíneo.

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