Entrevista

Montserrat Gispert, directora del Banco de Alimentos de Barcelona

«En 2004 tuvimos 53.572 beneficiarios y conocemos a cada uno de ellos»
Por Mercè Fernández 20 de enero de 2006
Img gispert

La función del Banco de Alimentos de Barcelona es clara. Se trata de recuperar los excedentes agrarios y agroalimentarios antes de que se estropeen y ofrecerlos a las personas que lo necesitan. Su directora, Montserrat Gispert, aclara que el producto que les llega tiene exactamente la misma calidad que el que sale a la venta, y que el Banco está sujeto también a inspecciones de sanidad.

La idea es muy sencilla. Se trata de recuperar los excedentes agrarios y agroalimentarios para evitar que se malogren y dirigirlos a las personas que los necesitan. «No es caridad», advierte Montserrat Gispert, directora del Banco de Alimentos en Barcelona.

La labor consiste en gestionar bien unos excedentes que están ahí de forma bastante inevitable. «Si las propias empresas pudieran prever los excedentes que tendrán ya no fabricarían tanto, ellas son las primeras interesadas», explica Gispert. Y, como cada vez se produce más y hay más oferta, el excedente en números absolutos cada vez es mayor.

¿De dónde llegan los alimentos?

Hay una casuística muy diversa detrás de los alimentos. Hay muchos productos que nos llegan porque están fuera de temporada, tienen defectos de embalaje, hay errores en la etiqueta o los envases se han deteriorado un poco por golpes. Se trata de partidas que ya no se venden. Además, hay un gran volumen de productos procedentes de rechazo comercial, que se da cuando una empresa no ha entregado una partida determinada de producto a otra fábrica en el tiempo pactado.

Y no se vende.

No, porque el esfuerzo logístico que supone recolocar ese producto no compensa.
Otros son productos estacionales, como turrones o cocas de San Juan, sopas de invierno o bombones. Hay empresas que en verano retiran todos los bombones del mercado porque quieren garantizar una calidad absoluta al consumidor. También nos llegan productos de campañas de marketing, productos que incorporan la etiqueta del sorteo ante notario, el regalo de la promoción, cromos… Cuando se acaba la campaña, ese producto promocional entra en competencia con el mismo producto normal, así que la empresa lo retira. El gran grueso de los alimentos que recibe el Banco es de estas partidas.

¿Hay otras procedencias?

También hay excedentes agrarios de la Unión Europea, como cereales o leche. Otras partidas son productos frescos del mercado de abastos y otra, muy pequeña, de producto que se decomisa y retira del mercado, como en el caso de pescado, cuando hay piezas que no cumplen con los tamaños mínimos legales.

¿Y de particulares?

«Sabemos que hay un estadio previo en el que, con buena voluntad, se puede recuperar el excedente antes de que llegue a la basura»

Tenemos la Operación Kilo, pero es más un mensaje de sensibilización hacia el público. Lo hacemos puntualmente porque requiere la presencia de muchos voluntarios en los supermercados para recoger las donaciones. También hacemos la campaña en el ámbito escolar, vinculada con alguna actividad en la que se trata de las diferencias de alimentos y nutricionales entre países y grupos sociales.

¿Se sabe qué porcentaje proviene de unas partidas u otras? ¿Se puede prever?

No, porque depende de muchas circunstancias, de si esa temporada hace más frío, de si hay varios productos en competencia o no, es imprevisible. Si las propias empresas pudieran prever los excedentes que tendrán ya no fabricarían tanto, ellas son las primeras interesadas. Por otro lado, es verdad que cada vez más las empresas ajustan su producción, así que el porcentaje de excedente es menor, pero como cada vez se produce más y hay más oferta, el excedente en números absolutos cada vez es mayor.

Distribuir todo eso requiere una gran organización.

Tenemos tres grandes ejes. Uno es el almacén. El segundo es la red de empresas que, conscientes de su excedente, lo donan. Nosotros no transportamos sino que lo traen las empresas aquí.

¿Y lo traen?

Sí, y debe ser una donación gratuita. Porque aunque no nos lo trajeran aquí también tendrían que llevar el producto al vertedero. Para que esto sea posible hay un grupo de voluntarios que va recordando a las empresas la posibilidad de traer el excedente y que no puede llegar dos días antes de que caduque. Sabemos que hay un estadio previo en el que con buena voluntad se puede recuperar ese excedente antes de que llegue a la basura.

¿El tercer eje?

El tercer eje consta de una red de entidades benéficas a través de las cuales llegamos al destinatario final. En 2004 tuvimos 53.572 mil personas beneficiarias, pero no son números, sabemos y conocemos a cada una de ellas.

¿Cada una?

Sí, tenemos que saber quien es porque, por ejemplo, los bombones de licor no son adecuados para un drogodependiente. Un «potito» de bebé no es adecuado para un adulto de 40 años. Necesitamos saber si se trata de familias, si hay niños o ancianos, si están enfermos o tienen alergias. Necesitamos saberlo también para poder hacer una distribución equitativa. Un niño no come lo mismo que una mujer, un adulto o un enfermo.

Y lo saben a través de las entidades benéficas, supongo.

Sí, y estas entidades benéficas realizan el servicio de recoger y distribuir el producto al usuario final. Hay dos grandes grupos: las entidades que entregan los productos al destinatario final, y éste último se lo lleva a su casa; y las entidades que tienen cocina.

Eso debe marcar una diferencia en los alimentos que se distribuyen a cada una de las entidades.

Bastante. No le puedes dar un bote de mayonesa de cinco kilos a una parroquia para que la abra y la reparta en botecitos pequeños a las diferentes familias, pero sí a una residencia de ancianos, porque lo podrá utilizar para cocinar. En el caso de productos frescos, como fruta y verdura, es complicado para una parroquia recogerlo y distribuirlo el mismo día a menos que esté muy bien organizada. La disponibilidad de cocina y la rapidez en la distribución y consumo determina que se reciba un producto más o menos perecedero.

¿Aumentará el Banco el número de destinatarios finales?

Por ahora no. Hay una lista de espera muy larga, de varios miles de personas. Actualmente tenemos capacidad para recoger y canalizar unos dos millones y medio de kilos de alimentos. Si aumentáramos mucho el número de beneficiarios, pero no la cantidad de alimento, el esfuerzo no valdría la pena para lo que acabaríamos dando por persona. Y a las entidades benéficas no les compensaría venir.

¿De qué depende? ¿Hay empresas, por ejemplo, que podrían dar y todavía desconocen el proyecto?

No hay forma de saberlo. Suponemos que sí. Si contáramos cuántos kilos de alimento se producen en la provincia y calculáramos un porcentaje medio de lo sobrante, veríamos que la cifra supera con mucho los dos millones y medio de alimentos de los que hablábamos. Pero por otro lado, también tenemos un número limitado de voluntarios, que actualmente son unos 60, y un almacén limitado.

¿Qué hay en cada bolsa o lote de alimentos de los que distribuyen las parroquias, por ejemplo?

No podemos garantizar el contenido. Intentamos que haya una mayoría de productos primarios, alimentos más básicos como legumbres, arroz o lácteos. Se trata, sin embargo, del grupo de alimentos más difícil de conseguir. También hay una parte de alimentos secundarios, como snacks, y productos terciarios como agua.

¿Agua?

Sí, hay mucha agua envasada, especialmente con gas.

¿Cómo garantizan el control y la calidad sobre los productos?

Tenemos una total trazabilidad del producto. El donante es plenamente responsable de que el producto sea bueno. Además, se cuenta con la inspección ocular de los voluntarios y, cuando hay dudas, un laboratorio colaborador de bromatología hace el análisis.

Pero el producto fresco, debe ser más complejo, ¿no?

No, porque el producto fresco no se mueve del lugar. Tenemos un acuerdo con el gremio de industriales del pescado y marisco. Se organizan internamente en el Mercapeix, el mercado central de pescado en Barcelona, y los asentadores que tienen producto que prevén que no van a vender lo depositan en una cámara en el mercado y el sábado las entidades benéficas van a recogerlo. En el caso de fruta y vegetales, Mercabarna nos cede un espacio donde los asentadores van depositando igualmente la mercancía. Se realiza allí la inspección ocular. También hacemos mucha pedagogía para que los asentadores no te traigan el producto dos días antes de que se estropee. El Banco no es un vertedero. Este es el primer filtro. Y el producto tiene exactamente la misma calidad que el que sale a la venta. El producto es el mismo y nosotros estamos sujetos a cualquier inspección de sanidad.

ALIMENTOS POR VALOR DE 6 MILLONES DE EUROS

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Lo que más impresiona del Banco de Alimentos es la organización y los resultados. En 2004, se distribuyeron 2.340 toneladas de alimentos a 53.572 personas, gracias a 357 empresas donantes, 269 entidades benéficas y 62 voluntarios. El valor económico de esos alimentos, que no han ido a la basura sino que se han canalizado a las personas que los necesitaba, es de unos 6,08 millones de euros.

«Es la logística», dice Montserrat Gispert, «lo que permite hacerlo». Y organizar los recursos que ya existen. «Hay gente que te dice ‘te regalo un camión para que lleves tú el producto’, pero tener camiones quiere decir pagar seguros, gasolina, tener conductores…».

Detrás de esa organización hay historias diversas, algunas muy llamativas. Como la fábrica de envasado de embutidos, que ofreció al Banco de Alimentos los tacos y puntas finales que quedan del embutido una vez está locheado. Pero para que llegaran adecuadamente al Banco, había que envasarlos. «Hablamos con los empleados de la planta y les explicamos el proyecto», recuerda Montserrat Gispert, «y los trabajadores se ofrecieron para envasar esos tacos sin cobrar las horas».

También cuentan con la iniciativa de un grupo de hoteles de cinco estrellas que cada vez que cocinan tortillas de patatas para sus clientes, hacen unas cuantas más para el Banco.

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