Publicidad alimentaria infantil confusa

El efecto de la tele en los niños es negativo en dos sentidos: les confunde a la hora de escoger alimentos y les aporta un conocimiento nutricional erróneo
Por Mercè Fernández 15 de junio de 2005

El énfasis publicitario sobre los alimentos para perder peso confunde a los niños y les lleva a pensar que light y sin grasa, típicas coletillas de muchos anuncios, es siempre bueno y nutritivo. Un convenio de autorregulación firmado entre el Ministerio de Sanidad y las principales industrias alimentarias españolas pretende combatir la presión excesiva que recibe la población infantil.

¿Qué alimento es más sano y hace crecer más a un niño? Por ejemplo, ¿es mejor la jalea o la mantequilla de cacahuete? Respuesta: la jalea es mejor porque tiene fruta y muy poco azúcar y este último, además, es malo. ¿Mejor un zumo de naranja o una bebida de cola light? Respuesta: la cola light. Estas son algunas de las respuestas de niños de entre 6 y 9 años que han participado en un estudio de Kristen Harrison, profesora de comunicación en la Universidad de Illinois, en Urbana-Champaign (EUA).

Harrison afirma en su trabajo, recién publicado en la revista Health Communication, que la televisión confunde a los niños sobre qué alimentos son saludables para ellos. El efecto es negativo en dos sentidos: no sólo les confunde a la hora de escoger alimentos sino que les aporta un conocimiento nutricional erróneo. El problema se hace especialmente patente en el caso de alimentos relacionados con la pérdida de peso. Los niños equiparan términos como «ligero» y «sin grasa» (diet y fat-free) con «nutritivo». El hecho de que la publicidad haga un especial y constante énfasis en ellos hace que los niños acaben pensando que se refieren a algo siempre bueno y nutritivo.

El trabajo se basa en un cuestionario realizado sobre 134 niños de entre 7 y 9 años. Las preguntas estaban dirigidas a medir su conocimiento nutricional, su razonamiento nutricional y las horas de televisión que veían. Los niños tuvieron que escoger, entre diversas parejas de alimentos, los más nutritivos para ellos. Las parejas eran zanahoria/apio; jalea/mantequilla de cacahuete; espinacas/lechuga; helado sin grasa/queso; galletas de arroz/pan; zumo de naranja/cola light.

Los niños, explica la autora, tienen un conocimiento nutricional moderado (de 3.8 sobre 6). Aunque a veces dan respuestas equivocadas, por ejemplo escoger jalea como más nutritiva que la mantequilla de cacahuete, son capaces de dar argumentos nutricionales (como el primer ejemplo). Sin embargo, es preocupante la asociación que establecen los niños entre nutritivo y alimentos pensados para perder peso. En un país donde la obesidad infantil es un problema nacional, conclusiones como las de este trabajo han sido recibidas con tibieza, según explica la propia autora.

«La gente me dice que dado que la obesidad infantil está fuera de control, una dieta de galletas de arroz, jalea, lechuga y cola light no es necesariamente mala». Pero la autora insiste en que se trata de alimentos sin contenido nutricional. «El vodka tampoco tiene hidratos de carbono ni grasa, ¿deberíamos darles vodka a los niños cada mañana?», pregunta Harrison irónicamente.

Código de autorregulación en España

Un estudio demuestra una fuerte correlación entre las horas de televisión vistas y una percepción de la nutrición poco saludable
No es algo nuevo la influencia de la televisión y la publicidad de ese medio sobre la alimentación de los niños. Por poner un ejemplo, en 1997, un trabajo firmado por los investigadores N. Signorielli y J. Staples de la Universidad de Delaware (Estados Unidos) ya revelaba, a través de un cuestionario a 427 niños de entre10 y 11 años aproximadamente, que había una fuerte correlación entre las horas de televisión vistas y una percepción de la nutrición muy poco saludable. El resultado era siempre el mismo e independientemente del género, la edad, el nivel de lectura, el nivel de educación o la ocupación de los padres.

Para combatir la presión excesiva que reciben los niños, el Ministerio de Sanidad y Consumo español y las principales industrias alimentarias acaban de firmar un convenio de autorregulación de la publicidad dirigida a menores. En este caso, se trata de combatir la obesidad infantil y garantizar una mayor protección de los menores, que son más vulnerables ante la publicidad y no tienen tanta capacidad como un adulto de diferenciar entre la realidad y el mensaje publicitario.

El código establece, entre otras normas, la prohibición de que personajes populares, reales o ficticios, y cercanos a los niños anuncien alimentos o bebidas. Otra norma es evitar que los mensajes publicitarios puedan inducir a error acerca de los beneficios del alimento (adquisición de fortaleza, popularidad o inteligencia, entre otros), no explotar la imaginación de los niños para no crear expectativas inalcanzables, evitar la violencia y adecuar el mensaje a su nivel de comprensión. Tampoco estará permitido presentar ningún producto dirigido a menores como sustitutivo de ninguna comida ni generar expectativas irreales sobre los premios que se pueden conseguir con las promociones (un gancho de venta cada vez más habitual). Las infracciones del código conllevarán sanciones según su gravedad.

La influencia de la televisión no está sólo en la presión, cada vez mayor, de los espacios publicitarios, sino también en la forma como se come. Cada vez más niños consumen, fuera de comidas, chuches diversas y «snacks» ante la pantalla (refrescos, chocolatinas, palomitas y un largo etcétera). Realizar las comidas ante la pantalla puede conducir a comer más de lo debido. También comporta una serie de patrones alimentarios diferentes. Algunos trabajos han mostrado que las familias que ven la tele mientras comen tienen un menor consumo de verduras y frutas, y un mayor consumo de pizzas y alimentos preparados.

NOMBRE Y PERCEPCIÓN DE LA COMIDA

Img barometro2A la posibilidad de influir a los compradores, ya sean estos niños o adultos, se une la posibilidad de influir en su percepción de los alimentos consumidos. No es algo nuevo, aunque siempre sorprende recordar que no somos tan libres en nuestras elecciones ni en nuestros gustos. ¿Es posible que un mismo filete, exactamente el mismo, guste más en función de su nombre?

Esto es lo que afirma otro equipo de la Universidad de Illinois (Estados Unidos). Estos investigadores (que no tienen nada que ver con la autora del otro estudio citado de la misma universidad), se lanzaron a demostrar la hipótesis de que los nombres descriptivos y sugerentes pueden cambiar notablemente la evaluación de un alimento. La hipótesis es que, siempre que el producto no difiera mucho de las expectativas, los nombres sugerentes añaden un halo positivo, estimulan una visión hedonista del alimento y predisponen al consumidor a disfrutar más desde un punto de vista sensorial.

Para mostrarlo, hicieron durante varias semanas un experimento en una cafetería. A los productos del menú les cambiaron el nombre de forma rotativa y alterna. Por ejemplo, cambiaron «pollo parmesano» por «pollo casero parmesano»; «judías con arroz» por «judías rojas tradicionales estilo Cajun con arroz»; y «filete de pescado» por «suculento filete de pescado a la italiana».

Si el menú tenía seis productos, durante seis semanas fueron rotando en la carta los diferentes nombres. Tras la consumición, los clientes eran invitados a responder sobre la calidad de la consumación. El resultado, que se publica el próximo julio en la revista Food Quality and Preferentes, es que, en todos los casos, cuando los alimentos tenían nombres descriptivos, recibían mejor puntuación que cuando tenían el nombre normal.

Bromas aparte, si la estrategia es usada por restaurantes y empresas, ¿no podría ser usada por las familias o las instituciones para estimular una buena nutrición en los niños? Quizá los padres puedan hallar en esa estrategia una forma de convencer a los niños sobre las bondades de un plato de «filete tierno de pescado de Italia con verduras multicolores».

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