Apoyo a colectivos en riesgo de exclusión social

Personas drogodependientes, sin hogar, mujeres y menores son los grupos más vulnerables
Por Azucena García 15 de septiembre de 2007

La exclusión social no entiende de edad, sexo o raza. Afecta por igual a jóvenes y adultos, hombres y mujeres, nacionales o inmigrantes, que por una razón u otra se ven fuera de las redes sociales convencionales. El abuso del alcohol y las drogas es una de las razones más frecuentes, pero no la única. Por ello, es necesaria una atención individualizada y el apoyo de la familia para conseguir la rehabilitación de estas personas. En el caso de los menores, la prevención se convierte en una herramienta fundamental, así como la formación y la necesidad de reconocer su valía para evitar la pérdida de autoestima.

Causas de exclusión

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Existen varios colectivos marginados o en riesgo de excusión social, cuya situación sólo cambia cuando reciben la ayuda de los demás. Son personas que, por diferentes motivos, forman parte de unas redes sociales muy frágiles, al margen de las convencionales, y que requieren una intervención profesional para salir de ellas. Menores, madres solteras, personas sin hogar o toxicómanos son algunos ejemplos. Con ellos trabaja desde 1984 la Asociación Proyecto Hombre. Su filosofía es “apoyar y respaldar a cualquier persona” para evitar que caiga en la marginación, según explica el director de comunicación, Lino Salas.

La vinculación con la delincuencia genera rechazo hacia quienes consumen heroína, aunque ya no se considera un estigma social

En el caso de las personas drogodependientes, la vinculación con la delincuencia y el consiguiente rechazo social les relegó hace 30 años a una exclusión que, sin embargo, en los últimos tiempos parece haberse disipado. Salas explica cómo esta marginación fue efecto del abuso de la heroína y del estigma social que esta práctica trajo tanto a los consumidores como a las propias familias. Asegura que hoy en día los cambios en los hábitos de consumo y la adicción a otras sustancias como el cannabis o la cocaína, “que la mayoría no identifica como una droga”, han cambiado esta situación, pero recuerda que la ayuda para salir “de este mundo” siempre es necesaria.

Los centros de Proyecto Hombre atienden a un amplio abanico de drogodependientes, desde menores entre 12 y 14 años que comienzan a probar las drogas hasta personas mayores de 50 años que, a pesar de tener una vida estable, trabajo y familia, presentaron en su juventud un problema de consumo de sustancias estupefacientes que han transformado en abuso. En total, 17.000 drogodependientes pidieron ayuda en la asociación durante el pasado año y tomaron la decisión de iniciar un tratamiento. De ellos, una tercera parte abandonó el proceso de recuperación debido a la exigencia del mismo y a la impaciencia por obtener resultados a corto plazo. “Vienen buscando una solución instantánea, inmediata, casi mágica, pero alguien que ha consumido durante varios años no se cura en unos días”, explica Salas. En otros casos, todo se resolvió con una llamada de teléfono por parte de los padres para preguntar acerca de la intervención con sus hijos.

“Las personas sin hogar son el nivel máximo de exclusión social que se produce en una sociedad moderna”

Precisamente, la familia es uno de los motivos de éxito para evitar la exclusión. Por ello, es habitual que se la involucre en el proceso de recuperación. Desde la Red Nacional de Entidades que trabajan con Personas sin Hogar se recuerda que muchas de las personas que residen en la calle o en albergues, lo hacen “a causa de una ruptura encadenada, brusca y traumática de sus lazos familiares, sociales y laborales”. Para esta entidad, “las personas sin hogar son el nivel máximo de exclusión social que se produce en una sociedad moderna”. Según datos de diciembre de 2005 del Instituto Nacional de Estadística, casi la mitad de esta población tiene hijos (46%), aunque sólo una décima parte vive con ellos.

Entre las actividades que lleva a cabo para ayudar a este colectivo destaca la atención a necesidades básicas, como duchas públicas, servicios de lavandería, albergues o comedores sociales. También ofrece acompañamiento para la incorporación al mercado laboral, salidas nocturnas de voluntarios que llevan café con leche o un bocadillo a indigentes para romper la incomunicación y servirles de lazo con los recursos sociales, talleres literarios, talleres de interpretación e, incluso, un campeonato mundial de fútbol calle.

Atención a mujeres

Por su parte, más de 17.000 mujeres en situación de vulnerabilidad y precariedad social recibieron apoyo de Cáritas durante el pasado año. Son mujeres que han sufrido algún tipo de violencia, inmigrantes indocumentadas, con cargas familiares no compartidas, baja autoestima, escasos o nulos recursos económicos y que carecen de redes familiares y sociales cercanas. El trabajo con este grupo incluye la recuperación de la autoestima, la formación y la recuperación personal, la inserción laboral, la mediación social para la salud -ya que muchas carecen de cobertura sanitaria o desconocen los servicios que pueden utilizar-, el desarrollo de espacios de cobertura de las necesidades básicas y la colaboración en la búsqueda de vivienda.

Ayuda a menores

En los años 90, desde Proyecto Hombre comenzó a detectarse una presencia cada vez mayor de familiares de adolescentes preocupados por el comportamiento de estos. Fue entonces cuando comenzó a popularizarse el consumo de speed, éxtasis o cocaína, y los padres acudieron a estos centros para buscar ayuda. Por este motivo, en esa época se decidió poner en marcha el Proyecto Joven para atender el consumo de estas drogas, con unas características particulares y que requiere un tipo de intervención diferente al convencional.

Otra entidad dedicada a este colectivo es la Fundación Amigó, una asociación no gubernamental centrada en la atención a niños, adolescentes y jóvenes en situación de abandono, marginación, alcoholismo, drogadicción, delincuencia, malos tratos, aislamiento y pobreza. José Manuel Moreno, miembro de la Fundación, explica que el objetivo es “evitar que estos grupos caigan en malas manos y sean excluidos”. Para ello, cuentan con centros juveniles a los que acuden los propios jóvenes para buscar ayuda y educadores sociales que rastrean las calles para localizar a grupos de riesgo. Uno de estos programas es el S.O.A.M. (Servicio de Orientación y Ayuda al Menor), que la entidad desarrolla en tres barrios de Torrelavega (Cantabria) mediante labores de sensibilización, acciones directas y trabajo con menores en libertad vigilada. Otro programa es ‘La Casa de los Muchachos’, en funcionamiento desde 1970 y que cuenta con un programa de atención de día.

Educadores sociales buscan en la calle a jóvenes en riesgo y les animan a participar en aquellas actividades que más les interesan

El responsable de estos proyectos y apoderado en Cantabria de la Fundación Amigó, Félix Martínez, precisa que la finalidad es “la prevención de conductas inadaptadas”. En esta tarea se recurre a las asociaciones de vecinos e institutos, donde se imparten charlas para sensibilizar acerca de los riesgos del consumo de drogas y alcohol, e informar sobre la responsabilidad que como padres, alumnos y profesores tiene cada miembro de la sociedad. En cuanto a los centros juveniles, están dirigidos a menores con altas tasas de absentismo o abandono escolar, a los que se ofrece la posibilidad de realizar aquellas actividades que más les interesan, así como cursos o talleres. “Los centros suelen estar abiertos por la tarde con el objetivo de que estos menores, que pasan bastantes horas en la calle, acudan a ellos y participen en las tareas que se organizan”, detalla Martínez.

Familias desestructuradas o separadas

La mayoría de los adolescentes que forman parte de estos programas proceden de familias desestructuradas o separadas, en las que el padre elude sus obligaciones económicas y la madre trabaja para cubrir las necesidades básicas, “por lo que no está en casa para controlar lo que hacen sus hijos”. “El objetivo es intentar atender a estos menores, que empiezan a tener problemas de absentismo escolar, a fumar, a introducirse en el mundo de las drogas”, aclara Martínez, que defiende la figura del educador como una de las piezas clave para ayudar a este colectivo. “Uno de los grandes problemas que tienen estos jóvenes es que nunca se les ha puesto límites. Por ello, el educador debe saber trabajar con efectividad y autoridad. Tiene que ser capaz de educarles y, a la vez, ponerles límites desde la cercanía y la empatía”, añade.

“Uno de los grandes problemas que tienen estos jóvenes es que nunca se les ha puesto límites. Por ello, el educador debe saber trabajar con efectividad y autoridad”

Los ámbitos en los que se trabaja son la captación de habilidades sociales y la recuperación de la autoestima. En este sentido, la asociación cuenta con un taller de soldadura impartido por un trabajador jubilado voluntario, en el que los participantes aprenden los secretos de la profesión y comienzan a sentirse útiles, en muchos casos, por primera vez en su vida. “Nos enseñan las piezas que realizan y reclaman que les alabemos el trabajo -comenta Martínez-. Se trata de una dinámica formativa en la que ven los resultados a corto plazo, al contrario de lo que ocurre en la escuela, y que les anima a continuar en el centro”. El resultado es que, en muchas ocasiones, los propios jóvenes trabajan como voluntarios, apoyados por el educador, y sirven de estímulo para otros jóvenes que se acercan a los centros en situación de riesgo de exclusión social.

Prevención y formación: dos instrumentos básicos

El proceso de recuperación de las personas en riesgo de exclusión social cuenta con varias fases. Incluso antes de que los síntomas sean evidentes, se llevan a cabo labores de prevención para evitar mayores consecuencias. Los programas de prevención escolar son los más frecuentes, a través del empleo de materiales (libros, fichas…) elaborados por profesionales y que requieren la colaboración de los propios alumnos y alumnas, padres y profesores. No obstante, también hay programas específicos para las familias, que son el principal grupo de apoyo de los y las menores.

Algunas entidades cuentan con talleres o pequeñas empresas a las que se deriva a quienes concluyen el proceso de rehabilitación

Por su parte, desde Proyecto Hombre, Lino Salas reconoce que otra parte importante de la recuperación es la formación y capacitación. En concreto, esta asociación desarrolla programas paralelos a la rehabilitación que incluyen formación cultural, laboral y escolar. En el primer caso, se anima potenciar a la creatividad y la imaginación, a la vez que se les enseña labores de jardinería o cocina que les permitan encontrar un empleo cuando concluyan el proceso de recuperación. “Se trata de cursos reconocidos por el Gobierno autonómico, que incluso permiten conseguir un titulo, por lo que se plantean como una fórmula para que, cuando salgan del centro, encuentren un trabajo”, indica Salas. “La sociedad no puede esperar que alguien venga a resolver el problema de la drogadicción, no se puede quedar como espectadora porque entonces el problema no se resolverá. Es necesario dar instrumentos y herramientas”, agrega.

Otras entidades cuentan con talleres propios, pequeñas empresas, tiendas o comedores sociales, a los que se deriva a quienes concluyen la rehabilitación con el fin de conseguir su inserción en el mercado de trabajo. Además, se les pide que adopten un compromiso social y que colaboren con alguna ONG o entidad similar para que practiquen con otras personas la solidaridad que otros han practicado con ellos. “Incluso muchos usuarios se convierten en promotores de centros de ocio y tiempo libre u otras actividades en la localidad donde viven” señalan en Proyecto Hombre.

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