Cuando el clima obliga a huir: los eventos extremos y su rostro más humano

En la última década, cada año una media de 23 millones de personas tiene que marcharse de su hogar por causas directamente relacionadas con el clima
Por Comité español de ACNUR 11 de agosto de 2025
desplazamientos por culpa del clima
Récords de temperatura, incendios que arrasan bosques enteros, lluvias que se convierten en inundaciones que lo arrastran todo… Detrás de estas noticias que vemos en los informativos hay algo que no siempre se cuenta: hay personas que tienen que huir de sus casas por culpa del cambio climático. No es algo que vaya a pasar en el futuro. Está pasando ahora mismo. Una crisis ambiental que, en realidad, es una crisis humanitaria.

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Cada año, millones de personas se ven obligadas a abandonar sus hogares. No por guerras o persecuciones, sino por el clima: sequías que no terminan nunca, ciclones cada vez más destructivos, incendios forestales, inundaciones que no hay forma de parar.

Según los datos de ACNUR —la Agencia de la ONU para las personas Refugiadas—, en los últimos diez años una media de 23 millones de personas al año tiene que marcharse por causas directamente relacionadas con el clima. Las cifras no mienten: la crisis climática está cambiando también el mapa de los desplazamientos forzados en el mundo.

Cuando no hay otra opción que marcharse

El impacto es especialmente duro para quienes ya viven en situaciones complicadas. El 75 % de las personas que han huido por conflictos viven en países donde los fenómenos climáticos extremos son habituales. Esto significa que comunidades que ya han tenido que huir por la violencia, la persecución o la pobreza, ahora también tienen que lidiar con lluvias torrenciales, temperaturas insoportables, tierras que se agrietan o que desaparecen bajo el agua.

éxodo por condiciones climáticas
Imagen: ACNUR / Andrew McConnell

Sudán del Sur es un ejemplo. Allí, las lluvias intensas han convertido aldeas enteras en lagunas permanentes. Las personas que viven en campos de población desplazada, como el de Bentiu —donde conviven más de 100.000 personas desplazadas internas y retornadas— han visto cómo sus cultivos y su ganado desaparecían bajo el agua. Muchas familias viven ahora en lo que se ha convertido en una isla en mitad de una inmensa llanura inundada.

Harina de nenúfar en lugar de maíz y ganado

En este lugar, mujeres como Nyariaka Riek (50 años), Angelina Nyechak (40), Nyadak Thiey (46) y Nyangang Ngei (40) pasan la mayor parte del día metidas en el agua recogiendo flores de nenúfar. Estas flores, una vez secadas y molidas, se convierten en harina: la base de uno de los pocos platos que aún pueden preparar para sus familias.

Antes cultivaban maíz o sorgo y cuidaban del ganado, pero ahora toda esa tierra fértil está bajo el agua. La recolección de nenúfares no es solo una forma de sobrevivir, sino también una muestra de su determinación por sacar adelante a sus hijas e hijos, aunque la naturaleza les haya quitado casi todo.

recolectar nenúfares para comer
Imagen: Acnur / Andrew McConnell

También en Bentiu vive Gai, un hombre que durante años se dedicó a la agricultura y la cría de ganado. Las inundaciones acabaron con sus campos, con sus animales y con su modo de vida. Sin medios para alimentar a su familia, y sin posibilidad de volver a cultivar la tierra, Gai aprendió a pescar. Gracias al apoyo de ACNUR, pudo conseguir una canoa y redes, y hoy sale cada día a remar entre las aguas para capturar lo suficiente para salir adelante. Aunque la vida que conocía ha desaparecido, Gai se reinventa cada día en un entorno donde resistir se ha convertido en una forma de esperanza.

La emergencia silenciosa: cuando el cambio climático genera conflictos

Pero el impacto no es solo físico. El cambio climático también multiplica las tensiones y empeora los conflictos. Cuando escasean los recursos naturales —el agua, las tierras fértiles, los pastos— aumentan los enfrentamientos.

En el norte de Camerún, la lucha por el agua entre la población que se dedica a la agricultura, pesca y pastoreo provocó un estallido de violencia que obligó a decenas de miles de personas a huir a Chad.

Una de ellas fue Habiba Djida, madre de 11 hijos, que escapó después de ver morir a varios de sus familiares. Tras semanas escondida en el bosque y una huida a pie, logró llegar al campo de población refugiada de Guilmey, en Yamena. Allí, lejos de encontrar tranquilidad, se enfrentó a una nueva amenaza: las inundaciones.

Hoy trabaja junto a otras personas refugiadas construyendo diques con sacos de arena para proteger el que ahora es su nuevo hogar. «Todos los días trabajo con los hombres para detener el agua. Estamos construyendo un muro con sacos, pero no sé si funcionará. Hago el trabajo porque la inundación afectará a todos, hombres y mujeres. Quiero apoyar a mis hermanos», explica.

condiciones extremas del clima y refugiados
Imagen: ACNUR / Andrew McConnell

Adaptarse para sobrevivir, la respuesta de ACNUR

Ante esta situación, ACNUR refuerza sus esfuerzos para que las personas desplazadas no tengan que enfrentarse solas las consecuencias del clima. Su trabajo va más allá de la ayuda de emergencia. Desde hace años, apuesta por un enfoque centrado en la adaptación y la resistencia climática, buscando soluciones que permitan a estas comunidades prepararse y protegerse frente a futuras crisis.

En lugares como Sudán del Sur, ACNUR colabora con las comunidades en la construcción de diques, sistemas de drenaje y puntos de acceso a agua potable, elementos clave para resistir inundaciones y mantener los medios de vida. En el campo de Bentiu, por ejemplo, se han puesto en marcha sistemas de canalización y espacios seguros para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes.

Además, se están repartiendo semillas adaptadas al entorno —algunas que aguantan la sequía, otras que resisten la humedad— para que las personas desplazadas que se dedican a la agricultura puedan volver a cultivar en condiciones extremas. Este apoyo va acompañado de formación en técnicas de riego eficiente y agricultura sostenible, así como información meteorológica para facilitar la toma de decisiones frente a eventos climáticos impredecibles.

El compromiso con la sostenibilidad se nota también en medidas como la solarización de pozos en campos como los de Maban, que no solo garantizan acceso a agua limpia, sino que además reducen significativamente las emisiones de CO2.

Todo ello, sin olvidar la respuesta inmediata: ACNUR sigue proporcionando refugio, alimentos, atención médica y artículos de primera necesidad a quienes lo han perdido todo.

También podemos marcar la diferencia

Desde el Comité español de ACNUR se trabaja para que esta realidad no quede en la sombra. Las instituciones públicas, las empresas comprometidas y las fundaciones solidarias tienen un papel clave en la respuesta a esta crisis. Porque actuar frente al cambio climático también es proteger a quienes ya lo han perdido todo. No se trata solo de reducir emisiones, sino de poner en el centro a las personas más vulnerables a sus consecuencias.

En este contexto, iniciativas como el Fondo de Resiliencia Climática de ACNUR, que busca recaudar 100 millones de dólares para apoyar a comunidades desplazadas frente a los impactos del clima, ofrecen una vía clara para canalizar el compromiso colectivo hacia soluciones sostenibles, humanas y transformadoras. 

desplazados por el clima extremo
Imagen: ACNUR / Andrew McConnell

La acción climática y la protección humanitaria no pueden ir por separado. Porque el cambio climático tiene rostro. El de Habiba, el de Nyariaka o el de Gai. Personas que, además de perderlo todo, se ven obligadas a reconstruir su vida una y otra vez frente a desastres que no provocaron. Comunidades que apenas han contribuido a las emisiones globales, pero que están pagando el precio más alto.

Por eso, desde ACNUR lo decimos con claridad: el cambio climático no es solo una cuestión de emisiones, sino de justicia. De derechos humanos, de dignidad. De solidaridad. Porque cuando el clima obliga a huir, la humanidad debe responder.

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