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Una crisis que sigue agravándose
El conflicto no da tregua. En mayo de 2024, una nueva oleada de ataques en Kharkiv obligó a 17.000 personas a dejarlo todo atrás en cuestión de días. En julio, bombardeos en Kiev y otras ciudades dejaron decenas de personas muertas y cientos de heridas. Mientras tanto, la infraestructura crítica sigue siendo blanco de ataques: más del 60 % de la capacidad energética del país ha sido destruida, dejando a millones de personas sin electricidad ni calefacción en pleno invierno.
Durante los últimos meses, los combates se han recrudecido en el este y el sur de Ucrania, provocando nuevos desplazamientos masivos. En ciudades como Járkiv, Dnipro y Mariúpol, la población civil ha visto sus hogares reducidos a escombros. Escuelas, hospitales y centros comunitarios han sido destruidos, dejando a miles de personas sin acceso a los servicios básicos.
El impacto psicológico de la guerra es inmenso. Millones de personas han perdido a seres queridos, sus hogares y su estabilidad. Según datos recientes, el 63 % de los hogares ucranianos reporta problemas de salud mental derivados del conflicto. Niñas, niños y personas mayores son los más afectados, atrapados en una realidad donde la incertidumbre es la única constante.
Asistencia inmediata y apoyo a largo plazo
Desde el inicio de la guerra, el 24 de febrero de 2022, ACNUR ha estado presente tanto dentro de Ucrania como en los países vecinos, brindando ayuda humanitaria a millones de personas. En 2024, más de 2,7 millones de personas recibieron asistencia, desde apoyo económico para cubrir necesidades básicas, hasta refugio y acompañamiento psicosocial. Solo en los últimos meses, 242.000 personas han recibido ayuda para afrontar el invierno, incluyendo ropa de abrigo, calefactores y asistencia económica para pagar la energía.
En los países vecinos, ACNUR ha trabajado con más de 170 organizaciones socias locales para garantizar acceso a vivienda, asistencia legal y empleo para las personas refugiadas ucranianas. Moldavia, con una población de apenas 2,5 millones de habitantes, ha acogido a más de 135.000 personas, demostrando una solidaridad extraordinaria.

La educación es otro desafío urgente. Miles de niñas y niños refugiados han podido seguir estudiando gracias a iniciativas de integración escolar en los países de acogida. Sin embargo, aún queda un largo camino por recorrer: aproximadamente el 50 % de la población infantil ucraniana refugiada no está inscrita en los sistemas educativos de los países de acogida, lo que impacta gravemente en su desarrollo y bienestar emocional.
Historias tras las cifras
Cada número representa una vida, una historia, un hogar perdido. Olga, madre de dos hijos, vivía en Zaporizhzhia cuando las explosiones se volvieron insoportables. «Agarré a mis hijos y salimos en un bus que tardó 23 horas en llegar a Moldavia», recuerda. Ahora trata de reconstruir su vida, aunque el invierno y la incertidumbre hacen que cada día sea un reto.

Taisiia y Anatolii llevan 50 años juntos. En Odesa construyeron su hogar y una vida llena de recuerdos, pero la guerra los obligó a huir. «Lo más duro es que no estamos en nuestra casa», dice Taisiia.
Oleksandr y Valeria, por su parte, tuvieron que tomar una decisión en cuestión de minutos. Huyeron de Myrnohrad con sus tres hijos pequeños. «Nos dieron solo 40 minutos para empacar. No pudimos llevar nada, ni siquiera documentos importantes», cuenta Oleksandr. Desde entonces, han pasado por varios refugios temporales, tratando de adaptarse a una nueva realidad incierta.
En Moldavia, Viktoria Kolibabchuk y sus hijos encontraron refugio en un centro de acogida. «El apoyo que recibimos es fundamental, especialmente en invierno», apunta Viktoria. Como muchas madres solteras, lucha por encontrar empleo mientras cuida de sus hijos. «La gente aquí es cálida y acogedora, pero cada día sigue siendo una batalla por la estabilidad y la seguridad», añade.
Para miles de familias, la vida como personas refugiadas es una constante prueba de resiliencia. Volver a casa sigue siendo el gran anhelo, pero la inseguridad y la falta de oportunidades hacen que, por ahora, la única opción sea adaptarse y seguir adelante con esperanza.
El invierno: un enemigo silencioso
El frío es otro desafío para quienes han sido desplazados a la fuerza. Durante los crudos meses de invierno, miles de familias refugiadas luchan por mantenerse calientes en viviendas mal aisladas y sin recursos suficientes para afrontar el frío. A medida que las temperaturas bajan, muchas deben racionar la calefacción y priorizar el gasto en alimentos y otros bienes esenciales. Olga lo explica con crudeza: «El frío es insoportable. Solo encendemos la calefacción por breves momentos porque no podemos pagar las facturas».

Para mitigar esta situación y hasta finales del pasado año, ACNUR ha asistido a 242.111 personas con ayuda de invierno. De ellas:
- 210.111 recibieron apoyo económico para cubrir gastos como luz y gas.
- 19.580 fueron beneficiadas con artículos de abrigo como mantas y ropa térmica.
- 12.418 recibieron asistencia para mejorar sus viviendas con calefactores, kits de aislamiento o ayuda para el alquiler.
Futuro incierto
El cansancio ante estos años de guerra comienza a notarse en algunos sectores de la comunidad internacional, lo que genera incertidumbre sobre el futuro del conflicto en Ucrania.

A pesar de todo, el pueblo ucraniano mantiene la esperanza. Muchas personas refugiadas sueñan con regresar a su país, pero la falta de seguridad, vivienda y empleo es un obstáculo enorme. Se estima que solo el 5 % de la población refugiada ucraniana planea volver en el corto plazo.
Mientras tanto, la reconstrucción de Ucrania necesitará un esfuerzo internacional sostenido. Con un coste de daños estimado en 486.000 millones de dólares, el apoyo humanitario y financiero es crucial.
Por eso, el trabajo humanitario no puede detenerse. ACNUR seguirá brindando asistencia vital, apoyando la reconstrucción y abogando por soluciones sostenibles. La solidaridad internacional es más necesaria que nunca. Ucrania no puede ser olvidada.