En esta época del año afloran las llamadas a la solidaridad por parte de personajes famosos que forman parte de alguna de las cientos de ONG´s que trabajan en el mundo por los más necesitados. Aristócratas, deportistas, actores, cantantes y empresarios o políticos ponen rostro y voz a la demanda de una mayor solidaridad.
El primer ejemplo lo dio la actriz Audrey Hepburn, que viajó a África, aportó fondos y empeñó su prestigio para apoyar a los más débiles. Hoy muchos la imitan, y la lista de populares implicados en campañas es extensa. «Buscamos personas que no choquen con los valores que defendemos, que crean en nuestro mensaje y se comprometan a no utilizar a Unicef en provecho propio», asegura Consuelo Crespo, vicepresidenta del organismo dependiente de Naciones Unidas que vela por la infancia. El ex ciclista Pedro Delgado, Miliki y los televisivos Imanol Arias y Ana Duato son los embajadores de buena voluntad de la rama española de Unicef. Esta figura del embajador se ha expandido durante los últimos tiempos con el fin de dar una distinción «oficial» a las personas que se han caracterizado por su compromiso con los objetivos solidarios. «Pocos de ellos viajan al centro de la miseria, en buena parte porque los organismos no son partidarios del mensaje sensiblero que reporta la fotografía de un bello y sano famoso junto a unos niños desvalidos», señala Crespo.
Montserrat Caballé es otro ejemplo de solidaridad. La soprano catalana vio cómo se premiaban sus años de colaboración con el título de embajadora de la Unesco. «Hacía años que trabajaba para las distintas causas de Naciones Unidas y también en la rama de Unesco, que defiende la Cultura de la Paz sin violencia». La Caballé se ha distinguido por su incansable participación en galas y recitales destinados a recaudar fondos.
«Los embajadores de buena voluntad -añade Consuelo Crespo- se han convertido en una herramienta para que nos escuchen. En una sociedad tan individualista y competitiva, su voz es ideal para que los ciudadanos fidelicen las ayudas». Se refiere la vicepresidenta de Unicef a la conveniencia de apoyar estas causas de forma sistemática y que la ayuda no dependa de eventualidades desastrosas, como las catástrofes naturales o las guerras.
Luis Bergareche ha trabajado los tres últimos años en la oficina parisina de los embajadores de la Unesco, y apoya estas tesis. A su juicio, lo adecuado es que las personalidades «se impliquen en proyectos humanitarios detallados, más que en campañas tan amplias como vagas». «Se suelen estudiar las ofertas de colaboración antes de aceptar que se involucren de una forma más decidida», recalca Bergareche.
«Empecé a colaborar con Unicef hace seis años y, realmente, no necesitaba que me nombraran embajadora, porque mi compromiso con los niños es muy fuerte y no iba a renunciar a ello», confiesa la actriz Ana Duato, que dudó a la hora de aceptar la distinción. «Para ser solidario, no hace falta un título», insiste, aunque admite sentirse «honradísima y orgullosa» de su altruista posición.
Su papel fuera de la escena se centra en recaudar fondos a través de galas celebradas en toda España, en las que se pide «un euro para una vacuna». «Lo importante -sostiene Crespo- es que podamos ofrecer a los países afectados colaboración permanente, no una asistencia temporal».
La relación entre la entidad y sus ilustres colaboradores «es algo que hay que cuidar y conservar», opina Karin de Gruijl, portavoz de Acnur, el organismo encargado de velar por los refugiados, pues conocer el grado de compromiso es fundamental para que no haya equívocos. «Saber qué están dispuestos a ofrecer los embajadores es importante», remacha. «Es así, -añade Luis Bergareche-. Montserrat Caballé, por ejemplo, es capaz de anular su agenda por colaborar con nosotros, mientras que otros lo tienen más complicado».
Pero la elección de los personajes debe ser muy cuidadosa. Así, la imagen de Diana de Gales movilizándose junto a la Cruz Roja en contra de las minas antipersona y abrazando niños suscitó tanto apoyo como rechazo. No faltó quien pensara que la princesa lavaba su mala conciencia en los lugares más miserables de la Humanidad. «Hay que tener mucho cuidado en la elección de los colaboradores», señala Karin de Gruijl, que ha incorporado a su equipo de embajadores a la actriz norteamericana Angelina Jolie.
«Tienen que saber cuáles son las reglas del juego», añade De Gruijl, y ser conscientes de que un mal paso puede ensuciar la trayectoria de la entidad. «Un código ético mínimo», resume Consuelo Crespo, desde Unicef. «Uno debe ser responsable de lo que dice y hace en todo momento», explica Ana Duato.
Son bastante frecuentes los casos de candidatos desechados por las organizaciones solidarias por temor a que las ofertas de colaboración se conviertan en un medio de autopromoción. Como tampoco escasean críticas de quienes interpretan el apoyo a las causas benéficas como un instrumento para calar en la opinión pública.