¿Qué pasa después de la cirugía bariátrica?

La cirugía para perder peso no debería considerarse la parada final, sino el primer paso de un camino que durará el resto de la vida del paciente
Por Aitor Sánchez García 17 de mayo de 2017
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Imagen: Violin

La “cirugía bariátrica” se refiere a las intervenciones quirúrgicas que tienen como objeto paliar la obesidad. Estas operaciones buscan una pérdida de peso que se mantenga en el tiempo e implican, muchas veces, cambios anatómicos, es decir, variaciones en la estructura del sistema digestivo. Estas modificaciones pretenden reducir la ingesta o bien disminuir la absorción de nutrientes. Incluso puede que haya una mezcla de ambas, en función del tipo de cirugía. Pero ¿qué pasa después? ¿Es todo sencillo? En el siguiente artículo se despejan algunas dudas al respecto.

Cirugía: ¿es la solución fácil?

Las cirugías bariátricas no consisten en un tratamiento estético. Son intervenciones muy complejas, con un posoperatorio y una recuperación en ocasiones complicada y con importantes riesgos y secuelas. Por eso, deberían usarse como último recurso, cuando cualquier otro tratamiento haya fracasado y la vida del paciente sufra peligro o se vea muy mermada en calidad.

En principio, solo las personas con un índice de masa corporal (IMC) mayor de 40 o mayor de 35 con patologías asociadas graves serían las candidatas a ser sometidas a una cirugía de este tipo. Estos pacientes deberán cumplir además otros requisitos, tal y como detalla el ‘Documento de consenso sobre cirugía bariátrica‘ de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO), entre los que se incluyen criterios psicológicos, de no abuso de ciertas sustancias y fracasos continuados con otros tratamientos que llama «tradicionales».

Es un error pensar que estas personas, una vez recuperadas de la cirugía, perderán peso y mantendrán esa pérdida con seguridad, ya que no es así en todos los casos. Según una revisión Cochrane de 2009 sobre el tema, las intervenciones quirúrgicas consiguen una mayor pérdida de peso que las no quirúrgicas y una mayor mejoría de las comorbilidades asociadas (en especial la diabetes tipo 2), pero reconocen que la mayoría de los estudios no siguen a los participantes más allá de dos años, con lo que los resultados a largo plazo no están claros.

¿Por qué no siempre funcionan a largo plazo?

Toda cirugía de esta clase debería ir acompañada de una intervención nutricional enfocada al cambio de hábitos, desde antes de la operación, así como de un programa de actividad física adecuado y supervisado por profesionales. Y esto no sucede en nuestro Servicio Nacional de Salud, porque carece del profesional especialmente formado para realizar estas intervenciones nutricionales, como también de expertos en actividad física.

Muchas de estas operaciones quirúrgicas conllevan implicaciones dietéticas a largo plazo. El paciente tiene que cambiar su forma de comer, puede que tenga que evitar determinados alimentos o preparaciones (no solo durante el posoperatorio, que puede obligar a varias semanas o meses de dieta líquida o triturada), reducir mucho el volumen de las ingestas y aprender a convivir con algunos molestos efectos secundarios. Además, según el tipo de cirugía, pueden existir elevados riesgos de déficits nutricionales que deben ser debidamente solventados.

El verdadero trabajo comienza tras la intervención, que no debería considerarse una parada final o un destino, sino el primer paso de un camino que durará el resto de la vida del paciente. Es en esta fase cuando se hace más patente la falta de dietistas-nutricionistas tanto en la sanidad pública, como en muchos de los centros médicos privados que realizan este tipo de operaciones.

El origen del problema sigue ahí

Por supuesto, no hay que olvidar que cuando un paciente llega a esa situación extrema, muchas veces algo falló por el camino: o bien no se le ayudó de forma adecuada cuando el problema aún era controlable, o no se tomaron medidas antes de llegar a ese punto de no retorno. Que el principal profesional sanitario clave en prevención y en educación alimentaria no esté de manera gratuita al servicio del ciudadano en los centros de salud no hace más que facilitar estas situaciones.

En un contexto donde las tasas de obesidad no dejan de aumentar, habría que plantearse poner remedio mucho antes, para evitar tanto el elevado coste sanitario que estas operaciones suponen, como el sufrimiento de quienes se ven abocados a ellas por ser la única solución que les queda.

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