Entrevista

Carlos López-Otín, Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de Oviedo

«En un futuro no muy lejano alcanzaremos los 120 años, nuestra esperanza de vida máxima»
Por Angela Boto 5 de junio de 2006
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Carlos López-Otín es Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de Oviedo y un científico reconocido internacionalmente con un currículum difícil de resumir. De su laboratorio han salido trabajos que han abierto las puertas a importantes vías de investigación para patologías como el cáncer, la artritis o para casi una centena de enfermedades hereditarias, algunas de ellas descubiertas por y desde su equipo de la capital asturiana. Su larga experiencia rastreando genes en la doble hélice de distintas especies ha permitido a su grupo ser uno de los pocos no americanos y el único español que participó en la secuenciación del genoma del chimpancé que se publicó el año pasado. Claro que su colaboración con los consorcios genómicos ya había comenzado con Celera Genomics, la compañía del célebre Craig Venter, con quien estuvo aprendiendo técnicas de secuenciación en el momento de la publicación del primer borrador del genoma humano, y con la decodificación del genoma de la rata.

Su trabajo gira fundamentalmente alrededor de un solo grupo de proteínas, las proteasas. ¿Podría explicar cuál es su atractivo para tal exclusividad?

Al principio se pensaba que existirían unas pocas proteínas de este grupo, pero hoy sabemos que hay más de 500 genes para estos enzimas [en el laboratorio de Carlos López-Otín se han descubierto 70 de ellos]. La complejidad radica en que desempeñan múltiples funciones. Se descubrieron por primera vez en el estómago así que se dedujo que tenían funciones de destrucción, de los alimentos por ejemplo. En los últimos años se ha visto que participan en decisiones fundamentales para la vida, la actividad y la muerte de cualquier célula y que además están asociadas a muchas patologías.

¿Qué tipo de patología?

Yo diría que no hay una sola enfermedad humana en la que no haya una alteración en las proteasas. Por ejemplo, en el cáncer participan en la generación de metástasis, en las enfermedades neurodegenerativas y cardiovasculares en la destrucción de tejidos o en la artritis son componentes fundamentales en la progresión de la enfermedad.

En las patologías que menciona están en exceso, pero también pueden ser deficitarias.

«Ser inmortal es muy costoso, requiere una inversión extraordinaria para reparar las mutaciones a la que estamos sometidos simplemente por vivir»

Un exceso es muy perjudicial y un déficit también es muy peligroso porque puede generar enfermedades que cuestan la vida del individuo. Hay más de 70 enfermedades hereditarias provocadas por mutaciones que inactivan genes que codifican proteasas. Esto es el mejor ejemplo de que las proteasas necesitan un control absolutamente estricto de su actividad. Algunas de estas enfermedades han sido descritas en nuestro laboratorio. Por ejemplo el envejecimiento acelerado asociado a mutaciones en el gen de la proteasa FACE1.

Precisamente ese trabajo parece demostrar que el precio de la lucha molecular contra el cáncer es el envejecimiento.

En los modelos de envejecimiento acelerado con mutaciones en el gen de la proteasa FACE1 hemos observado que el envejecimiento está asociado a una activación continua y exagerada de las rutas de supresión tumoral.

¿Y eso qué significa?

Cuando una célula sufre un daño que ocasiona una mutación que puede conducir a un tumor se activan mecanismos de reparación o de supresión tumoral. Cualquier célula sufre miles de mutaciones al día. Si no dispusiéramos de los mencionados mecanismos todos tendríamos cáncer al poco de nacer. Pero si están activados de manera continua o crónica, cuando no hace falta protección ante el cáncer, el precio a pagar es el envejecimiento.

¿Podrían sus investigaciones aplicarse a los procesos de envejecimiento naturales, no patológicos?

No tengo ninguna duda de que en un futuro no muy lejano se encontrarán claves para aproximarnos a la esperanza máxima de vida para la que estamos preparados.

¿Cuál es esa esperanza máxima?

De acuerdo con nuestro acervo biológico actual yo estimo que es de unos 120 años.

No es precisamente poco tiempo.

Se puede llegar a más, pero ser inmortal es muy costoso molecularmente. Mantener los genes en un estado correcto sin acumular mutaciones requiere una inversión extraordinaria debido a la tasa de mutaciones a la que estamos sometidos simplemente por vivir. Una vez que se conozcan los mecanismos se podrá mejorar y además la medicina regenerativa podrá contribuir a que la vida sea más larga.

La grandeza de lo pequeño
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Imagen: Universidad de México DF

Lo habitual es que los grandes científicos de este país estén ubicados en las capitales donde se han instalado los grandes parques de investigación. Sin embargo, Carlos López-Otín ha apostado por la cercanía y «los matices» que da una pequeña ciudad, aunque el trabajo en ocasiones se complique un poco. «Lo que hace difícil el trabajo aquí [en Oviedo] es que tenemos que salir adelante gastando el poco dinero del que disponemos en terrenos en los que en otros sitios es gratis porque reciben financiación del gobierno o del Ministerio de Sanidad», se lamenta.

López-Otín confiesa que el futuro no parece presentarse mucho mejor. En esencia, porque los grandes centros temáticos como el CNIO (Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas) o el CNIC (Centro Nacional de Investigaciones cardiovasculares) son los que se llevan toda la atención y las inversiones. «Estos centros son muy importantes para el desarrollo científico español», admite, «sin ellos es imposible progresar». Pero la mayor parte de la investigación en números surge desde las universidades en general, advierte, y el sistema universitario «se queda al margen de las iniciativas científicas».

Sin embargo, la carga positiva compensa los sinsabores. En un centro como la Universidad de Oviedo «el contacto con los estudiantes es muy cercano y muy fácil». «Tenemos los mejores estudiantes para incorporarse al laboratorio». También el contacto con la sociedad es muy cercano. Es algo que López-Otín agradece: «Sientes que desde la ciencia, mediante charlas o conferencias, se puede contribuir a mejorar la sociedad un poco».

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