Cinco pautas para ralentizar el envejecimiento del sistema inmunitario

No solo los deportistas de élite tienen las defensas jóvenes. En la fórmula de la eterna juventud suman más factores que la práctica de actividad física
Por Verónica Palomo 28 de marzo de 2021
actividad fisica sistema inmunitario
Imagen: pasja1000

A partir de los 20 años, nuestro sistema inmunitario se deteriora un 2-3 % al año, tanto en el número de células como en sus funciones. Pero podemos ralentizar el proceso. A los 80 años es posible tener nuestras defensas como a los 40. ¿Cómo? En las siguientes líneas resumimos en cinco las pautas que se deben seguir para alcanzar la ansiada eterna juventud y retrasar el envejecimiento inmunitario. Porque no es lo mismo edad cronológica que edad biológica.

1. Vacunarse

Las defensas se estropean con la edad (se produce una disminución de células T vírgenes, las que nos defienden de nuevas infecciones) y, por tanto,  respondemos peor a antígenos nuevos. “Por este motivo, si pretendemos empezar a vacunarnos cuando ya somos mayores, la respuesta que generamos es pobre y, en muchos casos, insuficiente. Por ello, resulta fundamental empezar a vacunarse cuando uno es joven y capaz de responder a esos antígenos nuevos de forma eficiente y fuerte. Cada vacuna estimula el sistema inmunitario y generamos una respuesta que cuando seamos ancianos nos va a proteger”, recomienda Alejandra Pera, del grupo de Inmunología y Alergia del IMIBIC (Instituto Maimónides de Investigación Biomédica) de Córdoba.

Por ejemplo, tenemos el caso del virus de la gripe. Sabemos que muta mucho y por ello nos vacunan anualmente. Como explica la investigadora, “si desde jóvenes nos vacunamos todos los años, iremos generando respuestas contra muchas variantes del virus. Cuantas más variantes conozca nuestro sistema inmunitario, mejor. De este modo, cuando seamos mayores, tendremos esa protección parcial que nos ayudará a sobrevivir a la nueva infección”.

2. Cuidado con el estrés

Mucho es malo, pero en pequeña dosis nos ayuda. Algunos factores que objetivamente pueden ser algo negativos, como el estrés (el cortisol, la hormona que liberamos cuando estamos estresados, inhibe el sistema inmune), en pequeñas cantidades, pueden resultar beneficiosos al generar mayores defensas en nuestro organismo. Es la base de lo que se denomina hormesis. Pequeños estreses que nos ayudan a llevar mejor los grandes. Como indica Mónica de la Fuente, catedrática de Fisiología de la Universidad Complutense de Madrid, “la vida es un estrés, y quien no responde al estrés está muerto. La hormesis se genera con el ejercicio físico, la dieta, al salir a relacionarnos con los amigos, al leer, estudiar…, entre muchas otras cosas. Todo ello son estreses que al ser moderados nos hacen tener mejores defensas y un envejecimiento más lento”.

3. Especial atención a la alimentación

Tener sobrepeso reprime el sistema inmunológico, en una medida similar a la de ser una persona inmunodeprimida, ya que el tejido adiposo (grasa) impacta negativamente en la respuesta de los anticuerpos. “No conozco casos de ancianos centenarios obesos. El sobrepeso genera mucha inflamación y altera nuestras defensas. Comer en exceso es muy malo, pero hacerlo mal también lo es, por ello hay que controlar lo que se come y cuánto comes”, explica Alejandra Pera, quien aconseja prescindir de los alimentos azucarados y procesados, controlar el consumo de las carnes rojas y, sobre todo, tomar alimentos ricos en antioxidantes (verduras y frutas, legumbres y cereales integrales), que además tienen también carácter antiinflamatorio.

Con los años hay que ir reduciendo la ingesta calórica. A partir de los 35-40 años, la Sociedad Española de Cardiología recomienda ir bajando por década el 10 % de las calorías diarias. “La reducción en la ingesta de calorías tiene dos efectos. En primer lugar, se disminuye la producción de sustancias oxidantes que tomamos a través de los alimentos, o que generamos durante la ingestión de alimentos, sobre todo procedentes de grasas. Pero, en segundo lugar, causa una reprogramación metabólica del cuerpo, haciendo que disminuya el riesgo a sufrir cardiopatías, diabetes y otras enfermedades”, explica el investigador de Navarrabiomed, David Escors.

4. Hay que moverse

En general, el ejercicio aeróbico beneficia a personas de todas las edades, pero una investigación reciente, realizada por científicos del King’s College de Londres y la Universidad de Birmingham (Reino Unido), mostró resultados increíbles en aquellos que se trabajan el cuerpo “un poquito más”. En concreto, estos investigadores siguieron a 125 ciclistas de larga distancia de 80 años que llevaban practicando este deporte toda su vida y descubrieron que la gran mayoría de ellos tenían un sistema inmune de unos 30 años. En concreto, estos ancianos producían el mismo nivel de células T, las células que ayudan al organismo a defenderse de nuevas infecciones, que un adulto de 30-40 años.

Sin embargo, no es necesario hacer un ejercicio intenso de resistencia para obtener beneficios. El mero hecho de salir a correr, caminar rápido o realizar 10.000 pasos al día activa el músculo esquelético y estimula los macrófagos, células que detectan y destruyen patógenos dañinos que entran en nuestro organismo. “En general, el ejercicio está relacionado con una menor incidencia de riesgo cardíaco, mejora muscular y buena oxigenación”, aclara Escors.

5. La felicidad y la vida social

Alcanzar esa ansiada longevidad pasa por mantener una adecuada salud, y esto depende del trabajo en equipo de nuestros sistemas homeostáticos (el nervioso, el endocrino y el inmunitario), que están en constante comunicación. “Un hecho comprobado es que, como consecuencia de esa comunicación neuroinmunoendocrina, cuando nos sentimos tristes, solos o tenemos emociones negativas, nuestro sistema inmunitario se deteriora, y por ello somos más susceptibles de tener infecciones. Por el contrario, si tenemos emociones positivas y somos felices, nuestra inmunidad está mejor y somos capaces de defendernos de las infecciones”, explica Mónica de la Fuente.

Enfermedades autoinmunes más comunes

El sistema inmunitario puede convertirse en agresor. En muchas ocasiones utilizamos la palabra ejército para describirlo, ya que este es la defensa del organismo. Pero a veces sucede que, estas tropas, en lugar de atacar a los microorganismos peligrosos, apunta a las células y tejidos saludables; es decir que, siguiendo con el lenguaje bélico, es como si los soldados dispararan contra su propio batallón. Así es como funcionan las enfermedades autoinmunes.

Aproximadamente se han identificado unas 80 enfermedades autoinmunes (se dividen en dos grupos, las que afectan a un órgano y las que afectan a varios) y hay algunas con más incidencia que otras (como el caso de la artritis reumatoide o la tiroiditis de Hashimoto). Pero en su origen todas comparten un fallo del sistema inmune que deja de realizar su trabajo de forma adecuada (defendernos de las agresiones externas) y pasa a producirnos un daño.

La enfermedad celiaca, la de Crohn, la colitis ulcerosa, la diabetes tipo I, la hepatitis autoinmune, la artritis reumatoide, la esclerosis múltiple, el lupus, la fiebre reumática, algunas dermatitis, el vitíligo, el síndrome de fatiga crónica o algunas alteraciones en la tiroides… Todas son enfermedades autoinmunes. Algunas de ellas aparecen en la etapa de la niñez, otras son más proclives a hacerlo en mujeres y en el embarazo y otras tienen más predilección por la vejez, como la artritis reumatoide (que afecta a más de 250.000 personas en España y se caracteriza por la inflamación crónica de las articulaciones y su progresiva destrucción). Son todas enfermedades crónicas y se desconoce como prevenirlas, pero es cierto que con un buen estilo de vida algunas de ellas pueden llegar a aletargarse.

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