La oxitocina

La liberación de oxitocina durante el parto y después del orgasmo ejerce un extraordinario bloqueo del estrés y nos llena de ternura
Por Jordi Montaner 22 de noviembre de 2006

Podemos pensar como románticos, pero sentimos como seres vivos. El enamoramiento parte de un proceso bioquímico que se inicia en la corteza cerebral y se proyecta al sistema endocrino. Las feromonas, arropadas por sutiles mezclas de perfume, acaban excitando nuestras pasiones más bajas hasta que, consumado el orgasmo, aparece la oxitocina; con ella, esa profunda conciencia de pertenencia al otro y que, desde tiempos inmemoriales, hemos bautizado con la palabra amor.

Tal vez sea la más noble de nuestras hormonas, la más privilegiada. El organismo humano la segrega tras el orgasmo y el parto y, cuando cosquillea por nuestras venas, quedamos convertidos en juguetes arrebatados de ternura. La oxitocina se descubrió en 1953 y se la relacionó por entonces con los patrones sexuales y de afecto. La consigna hippy de «hacer el amor y no la guerra» no era, pues, tan ingenua como parece puesto que un ejercicio sexual regular predispone nuestros cuerpos hormonados más al amor que al odio.

Todo flechazo filtra un cierto veneno en nuestra piel. Una persona en particular se convierte de buenas a primeras en el centro de toda atención. Las feromonas, sustancias volátiles que cada persona desprende de manera invisible, alteran la propia química y desencadenan respuestas fisiológicas tales como la secreción de fluidos lubricantes, la dilatación o la erección genital. En esta fase se experimentan reacciones de excitación y deseo que perturban la razón. Un rostro, un peinado, un determinado vestido, una postura, una determinada forma de hablar o de reír nos parecen la cosa más fascinante del mundo y no tenemos sentidos para nada más. La magia, sin embargo, es tan invisible como cierta. Estimulada por las feromonas, la feniletilamina instruye la producción masiva de dopamina o norepidefrina, anfetaminas cerebrales que producen una sensación de desasosiego.

El buen humor, la risa y los pensamientos positivos estimulan en cierta medida una liberación de oxitocina

La respiración se acelera y un sudor casi imperceptible se pronuncia en axilas e ingles. El mismo cerebro reclama un cierto control y, entonces, empezamos a segregar endorfinas y encefalinas que permiten una sensación de paz, calma y seguridad, a la vez que estimulan toda suerte de fantasías. Expertos italianos de la Universidad de Pavía han demostrado cuan inestable es esta situación de enamoramiento, que nos hace dormir poco, comer menos y pensar constantemente en la otra persona hasta culminar el proceso, en el mejor (que no frecuente) de los casos, con una relación sexual. Entonces, la oxitocina liberada durante el orgasmo acaba por poner las cosas en su sitio.

Neuropéptido

La oxitocina es una hormona de función estimulante. Su liberación durante el orgasmo acaba ejerciendo un sensacional bloqueo del estrés. Se trata de un neuropéptido sintetizado por células nerviosas en el núcleo paraventricular del hipotálamo para ser transportada de inmediato a la neurohipófisis, desde donde aborda el torrente sanguíneo. La misma oxitocina que en el parto causa que la leche suba a los senos de la madre, estimula en el recién nacido la succión refleja del pezón. También estimula los genitales y la distensión del cuello uterino (reflejo de Ferguson).

En el transcurso del orgasmo, la oxitocina estimula la circulación del esperma y la contracción de la musculatura pelviana femenina con el doble fin de causar placer y asegurar la reproducción. Cuando en 1953 el estadounidense Vincent Du Vigneaud puso el nombre de oxitocina a un péptido corto que contenía 9 residuos de aminoácidos y un puente disulfuro entre dos mitades de cistina en posición 1 y 6, probó también de sintetizar dicha sustancia, por lo que obtuvo, dos años más tarde, el premio Nobel de Medicina.

Base de confianza

El equipo de Ernest Fehr (Universidad de Zurich, Suiza) ha profundizado en los efectos de la oxitocina sobre el comportamiento, llegando a la conclusión de que niveles elevados de oxitocina en la sangre mejoran capacidad de los individuos para confiar en otras personas. «La oxitocina es capaz de promover la actividad social y ayuda a superar el temor a la traición». Fehr asegura que vivimos en un entorno social en el que la felicidad se impone sin que seamos capaces de producir suficiente oxitocina de forma natural.

Los investigadores helvéticos, no obstante, han descubierto que el buen humor y la risa, junto a los pensamientos positivos, estimulan en cierta medida una liberación de oxitocina suficiente para conseguir un clima de confianza en relación con los demás. Como actividades proclives a la química hormonal de la oxitocina, los científicos aconsejan huir de la crítica sistemática, fomentar un clima agradable en torno a las personas con las que se convive, exhibir valores sociales como la tolerancia, el respeto o el agradecimiento, desarrollar la empatía, reír y disfrutar de la vida.

En Escocia, en cambio, investigadores de la Universidad de Edimburgo han investigado con ratones a fin de averiguar qué ocurre con la oxitocina tras su liberación en el transcurso del orgasmo. A las 48 horas del orgasmo los niveles de oxitocina permanecen todavía con valores elevados y los ratones se muestran sumamente fieles y apegados, unidos como en un vínculo de por vida… Pero al cabo de unos meses o un año de separación, con niveles sensiblemente más bajos, pierden todo respeto.

DULCE RESIGNACIÓN

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¿Puede una caja de bombones conseguir la misma oxitocina derivada de un orgasmo satisfactorio? Para lamento de los románticos, todo apunta a que sí… En la Universidad de Pittsburgh, los farmacólogos Janet Amico y Regis Vollmer han averiguado que la oxitocina está también detrás de la adicción a dulces, golosinas y chocolate. Empleando de nuevo ratas de laboratorio, ambos farmacólogos descubrieron que los animales con menor tasa de oxitocina en la sangre desarrollaban un apetito especial por las dietas ricas en glucosa y, mediante su consumo, reproducían las conductas maternales propias de animales con un buen nivel de oxitocina (y sin necesidad de tomar parte en actos sexuales).

Lo malo, apuntan los investigadores, es que la saciedad se pierde y los animales quedan enganchados en una dependencia permanente de dulces. No es ningún secreto tampoco que el chocolate, alimento rico en feniletilamina, ayuda a suplir las carencias de oxitocina debidas a una abstinencia sexual, o que un ejercicio físico regular permite liberaciones de adrenalina y serotonina que disimulan lo que en verdad falta. Amico y Vollmer no han extrapolado todavía su experimento animal en la clínica humana, pero advierten ya del peligro de que niveles anormales e indetectados de oxitocina estén detrás de muchos síndromes metabólicos y obesidades.

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