Cómo reducir el riesgo de sufrir Alzheimer

Realizar ejercicio físico, no fumar, llevar una dieta sana y controlar la presión arterial son algunas recomendaciones para reducir el riesgo de desarrollar Alzheimer
Por Núria Llavina Rubio 22 de agosto de 2011
Img ancianos
Imagen: Bafomet-Jaén

El Alzheimer es una emergencia global. En la actualidad, alrededor de 33,9 millones de personas la padecen, pero los expertos vaticinan que dentro de 40 años, su incidencia podría triplicarse debido a que un 35% de la población será mayor de 60 años. Además, la tasa de fallecimientos por la enfermedad se incrementa. Su desarrollo está condicionado por factores genéticos y por la edad, pero también por otros motivos que podrían evitarse con un estilo de vida saludable.

La mitad de los casos de Alzheimer en todo el mundo están asociados directamente a alguno de estos siete factores, en orden descendente de importancia: un bajo nivel de educación, tabaquismo, inactividad física, depresión, hipertensión, diabetes y obesidad en la mediana edad. La reducción tan solo en un 25% de la incidencia de estos factores bastaría para prevenir tres millones de casos. Así concluye un estudio realizado por investigadores de la Universidad de California (EE.UU.), publicado en la revista «The Lancet Neurology», y presentado en la Conferencia Internacional de la Asociación de Alzheimer que se ha celebrado en París.

A pesar de que a estos factores de riesgo, muchos de ellos modificables, deben añadirse aspectos genéticos y la edad, y no son la cura para la enfermedad, sí que es cierto que hasta ahora no se había señalado hasta qué punto una persona puede reducir el riesgo de sufrirla si evita alguno de ellos. Los investigadores, que insisten en los efectos «potenciales» de llevar un estilo de vida saludable, insisten en que son necesarios estudios más amplios al respecto.

Cambios cerebrales

Otro trabajo reciente aporta las posibles claves a este hallazgo: la obesidad, el tabaquismo, la diabetes o la hipertensión producen ciertos cambios en el cerebro que conducen a la demencia, cuya expresión más común es el Alzheimer (se calcula que en el mundo hay cerca de 24 millones de afectados de demencia). La investigación se ha publicado en la revista «Neurology» y ha sido realizada por investigadores también de la Universidad de California.

Cambios en los hábitos de vida a partir de los 40 o 50 años pueden ayudar a reducir el riesgo de padecer demencia años más tarde

Seguir hábitos insanos de vida daña los vasos sanguíneos y provoca enfermedades vasculares que, más allá de causar infarto de miocardio y accidentes cerebrovasculares, también están muy relacionadas con el deterioro de las funciones cerebrales que llevan a la demencia. Los resultados muestran que, por un lado, la hipertensión en la edad adulta y el tabaquismo se asocian con una progresión acelerada del volumen de la sustancia blanca del cerebro y un empeoramiento de la función ejecutiva, es decir, de la capacidad para realizar actividades y operaciones mentales de forma eficaz. Por otro lado, la diabetes y también el tabaquismo se asocia con una aceleración de la atrofia del hipocampo, directamente relacionada con el Alzheimer. El sobrepeso, por último, parece estar asociado de forma estrecha con el volumen total del cerebro, como ya sugerían anteriores investigaciones.

En general, los resultados muestran que llevar un estilo de vida poco sano deja, a la larga, una impronta que puede ser muy perjudicial. Cambios en los hábitos de vida a partir de los 40 o 50 años pueden, sin duda, ayudar a reducir, que no a eliminar, el riesgo de padecer demencia años más tarde.

El ejercicio físico y sus beneficios integrales

Entre las recomendaciones para disminuir el riesgo de sufrir esta enfermedad, el ejercicio es uno de los más completos. La Organización Mundial de Salud recomienda que las personas mayores de 60 años realicen al menos 30 minutos de ejercicio físico al día como una forma de prevenir la demencia senil y el Alzheimer, debido a que la actividad física permite mejorar la oxigenación del cerebro. No obstante, si se tiene en cuenta que los factores cardiovasculares como el sobrepeso parecen estar relacionados con su desarrollo, el ejercicio adquiere aún mucha más importancia como hábito saludable. Entre los conocidos efectos beneficiosos de la actividad física destacan que mejora el estado cardiovascular y ayuda a mantener un peso adecuado.

Incluso cuando el Alzheimer ya es una realidad, el ejercicio libera sustancias protectoras y favorece la sensación de bienestar y beneficia otras funciones corporales y cognitivas. En un estudio -realizado en ratones- publicado en la revista «Journal of Alzheimer’s Disease» (el más completo realizado hasta la fecha), investigadores españoles del Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona y la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, junto con científicos de la Universidad de California, han observado que el ejercicio físico protege la comunicación sináptica entre las neuronas, aumenta la memoria a largo plazo y la capacidad de aprendizaje.

NUEVAS FORMAS DE DETECTAR EL ALZHEIMER

Una prueba simple para observar cambios en el ojo y el número de caídas que sufre una persona podrían ser dos nuevas formas para detectar los primeros signos de la enfermedad, según dos investigaciones presentadas en la Conferencia Internacional de la Asociación de Alzheimer. En el primer estudio, llevado a cabo en la Organización de Investigación Científica e Industrial del Commonwealth (Australia), se ha detectado que los cambios en los vasos sanguíneos de la retina pueden ser un indicio prematuro de Alzheimer, que podría llevar en el futuro al desarrollo de una prueba ocular para identificar a los afectados en las primeras fases de la demencia.

En el segundo estudio, científicos de la Universidad de Washington han puesto de manifiesto que las caídas son más comunes entre individuos que están en las primeras etapas de Alzheimer. Según los expertos, antes de que se presente el deterioro cognitivo característico, comienzan a ocurrir cambios en el equilibrio y la forma de andar. Estos hallazgos confirman lo que desde hace años ya sugieren muchos expertos, que una década antes de que se hagan evidentes los síntomas podrían estar ocurriendo cambios “silenciosos” en el cerebro.

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