Vivir en un barco

Se trata de una opción todavía poco extendida en nuestro país, pero en otros lugares es una solución más a la hora de buscar una vivienda
Por EROSKI Consumer 12 de julio de 2006

Cuando hablamos de vivir en un barco todos pensamos en los navegantes que pasan meses y meses fuera de casa habitando unos minúsculos camarotes y pisando tierra sólo cuando atracan en un puerto.

Esta es una perspectiva dura y a la vez romántica de vida. Pero no nos referimos a los pescadores o marineros.

Cada vez es menos extraño encontrar en nuestros puertos gentes que habitan durante todo el año un barco, que permanece siempre atracado en el muelle.

Esta opción se da con más frecuencia en otros países, como Holanda, en el nuestro aún se trata de algo nuevo y sin muchos adeptos aunque cada vez son más los que se deciden por esta salida.

En definitiva, las diferencias entre un barco y una casa son mínimas, las embarcaciones están pensadas para que sus tripulantes puedan residir en ellas cómodamente durante largas temporadas y cualquiera cuenta con las condiciones mínimas de habitabilidad de una vivienda.

Eso sí, para poder vivir en un barco la primera condición es que al residente le guste el mar. Aunque no tenga pensado desplazarse en el navío en el que habite debe poder tolerar las pequeñas incomodidades de la vida en el mar: el movimiento según el ritmo de las aguas, el olor del salitre puede resultar molesto, los puertos acarrean un lógico trajín al que hay que acostumbrarse, etc. Además, obviamente sólo pueden decantarse por esta opción aquellos que residan en ciudades costeras.

Pero no todo son desventajas. En primer lugar señalaremos que vivir en un barco puede resultar más económico que comprar una casa. Los precios de las embarcaciones varían mucho según su tipo pero en general se pueden encontrar muchas de precio asequible. Además, ni siquiera tenemos que adquirir un barco, podemos alquilarlo, como si fuera una vivienda.

Los gastos fijos de vivir en un barco son básicamente el amarre del puerto, que es la tarifa que un puerto cobra a las embarcaciones varadas en él. Dentro de este coste se suele incluir la toma de agua y electricidad. Un amarre suele costar unos 300 euros al mes.

También tendremos que instalar en el barco un depósito de aguas fecales para no verter al mar los residuos que generemos.

Entre las ventajas existe una muy clara, nuestro barco puede desplazarse, por lo que si tenemos que mudarnos a otra ciudad o queremos viajar fuera un fin de semana o durante unas vacaciones podemos hacerlo navegando, lo que implica un ahorro considerable.

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