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La depresión es una enfermedad compleja en la que intervienen numerosos factores de riesgo, desde la genética hasta la pobreza, y ahora sabemos que también la alimentación. ¿Cómo se llega a la conclusión de que la depresión puede entrar por la boca?
En torno al año 2000, con muestras muy reducidas de pacientes, se vio que la suplementación con omega 3 o con vitaminas del grupo B reducía los síntomas cuando se administraba junto al tratamiento antidepresivo. A partir de ahí, analizando la fisiopatología de la depresión, valoramos que pudiera tener ciertos mecanismos patológicos que fueran comunes con la enfermedad cardiovascular.
¿Qué mecanismos comparten?
Hay un porcentaje bastante amplio de pacientes con depresión que tienen inflamación sistémica de bajo grado, y esto aparece también en la enfermedad cardiovascular, la obesidad e incluso el cáncer.
Entonces, ¿lo que es bueno para la enfermedad cardiovascular lo es también para la depresión?
Partíamos de una evidencia: se había visto que los pacientes que tenían depresión también eran más propensos a sufrir enfermedad cardiovascular. Entonces, pensamos: si la dieta saludable —y específicamente la dieta mediterránea— tenía un efecto beneficioso sobre la enfermedad cardiovascular porque reduce la inflamación, el estrés oxidativo y mejora el perfil metabólico de los pacientes, podría tener el mismo efecto en los pacientes con depresión. Y, efectivamente, los estudios han ido corroborando esa hipótesis.

¿Se ha constatado también si las personas con problemas cardiovasculares tienen más probabilidades de sufrir depresión?
Se había constatado una relación bidireccional. Es decir, los pacientes con enfermedad cardiovascular se deprimían más y los pacientes con depresión tenían más trastornos cardiovasculares. Por tanto, había que encontrar el nexo entre ambas patologías, que ha resultado ser la inflamación.
¿Los estudios eran con muestras amplias de pacientes?
Muy amplias. Se inició con una investigación de la Universidad de Navarra, donde yo estaba entonces, con más 20.000 graduados del centro. Sigue vigente hoy, porque cada dos años va recogiendo datos sobre la dieta que siguen, además de otros hábitos de vida, qué diagnósticos médicos van teniendo, tratamientos, dosis que toman, etc.
¿El estudio analizaba personas sanas, que no tenían depresión al inicio?
Ni la tenían ni la habían tenido nunca. Con el tiempo se vio cómo algunos iban enfermando, lo que nos llevó a analizar la relación entre los patrones dietéticos que habían seguido con la aparición de la depresión.
¿Qué observaron?
Comprobamos que los que seguían patrones saludables desarrollaban mucho menos la depresión. Siguiendo la dieta mediterránea, el riesgo de depresión se reducía en torno a un 40 %. En los que tomaban comida rápida, bollería industrial y bebidas azucaradas, el riesgo se incrementaba.
¿Los estudios posteriores en los que ha participado qué han aportado?
En paralelo, hemos trabajado con otros proyectos donde no hacíamos una observación de los datos, sino que lo que hacíamos era intervenir. Les decíamos a los participantes que, por favor, siguieran una dieta determinada y comparábamos los resultados con los que no seguían esa dieta.
El estudio Prevención con Dieta Mediterránea (Predimed), en el que participaron 7.000 personas con factores de riesgo cardiovascular, confirmó los resultados óptimos de seguir una dieta mediterránea suplementada con aceite de oliva virgen extra. Y a partir de esa muestra, bien caracterizada, mi grupo decidió ver qué pasaba con la dieta y la depresión, en concreto entre las personas con diabetes.
¿A qué conclusión llegaron?
Comprobamos que en los pacientes que seguían la dieta mediterránea suplementada con frutos secos se reducía de manera significativa y con gran magnitud el riesgo de desarrollar depresión. Es decir, tras más de 20 años, los resultados de los estudios sobre la relación entre dieta y depresión tienen una evidencia muy consistente.
¿La dieta mediterránea puede prevenir una recaída en las personas que ya han tenido depresión?
Es lo que demostramos en el estudio PREDIDEP, del que fui investigadora principal y financió el Instituto de Salud Carlos III. Estudiamos a pacientes que se habían recuperado de una depresión, pero tenían síntomas residuales, es decir, presentaban alto riesgo de recaída. Un grupo siguió su dieta habitual y otro, dieta mediterránea suplementada con aceite de oliva virgen extra. Tras dos años, comprobamos que la sintomatología depresiva bajaba mucho más en el grupo que seguía la dieta mediterránea.
¿En qué se concretaba la mejoría?
Mejoraba sustancialmente su calidad de vida, sobre todo, en aquellos parámetros relacionados con la salud mental. Uno de ellos, el más importante, era la vitalidad.

En relación con la inflamación de la que hablaba, ¿qué tipo de grasas tiene que evitar un consumidor?
Las grasas trans son altamente proinflamatorias. Está comprobado desde hace muchos años y precisamente por ese efecto potencial se ha limitado su uso en muchos países. Sobre todo están en los productos precocinados, en la comida rápida. Cuanto más procesado está un alimento, mayor es su perfil proinflamatorio y mayor es la asociación con el riesgo de depresión y cardiovascular.
Cuanto más procesado está un alimento, mayor es su nivel proinflamatorio y mayor es la asociación con el riesgo de depresión y cardiovascular
Además de investigar sobre la dieta, ha publicado varios artículos sobre lo que denomina estilo de vida mediterráneo. ¿Guarda relación también con la depresión?
La asociación entre un buen estilo de vida y el menor riesgo de depresión está comprobada. Por ejemplo, hay una relación bidireccional entre el tabaquismo y la depresión, se retroalimentan. Los que fuman tienen más riesgo de sufrirla y las personas que están deprimidas presentan un mayor riesgo de comenzar a fumar.
¿Este estilo de vida mediterráneo incluye la socialización?
Es un factor importantísimo, reduce el riesgo de depresión. Se ha comprobado en todos los estudios que hemos hecho. La socialización abarca muchas cosas: ahí incluimos a personas que salen con amigos, tienen actividades o pertenecen a diferentes organizaciones, asociaciones de vecinos o deportivas, o están dentro de una comunidad religiosa. Todo esto conforma un estilo de vida saludable e influye de manera positiva.
Dada la degradación de la dieta en las nuevas generaciones y el impacto de las redes sociales y las pantallas, ¿cabe deducir un aumento de la prevalencia de la depresión en los próximos años?
Tenemos un problema gravísimo. Ahora hemos empezado el proyecto SESSAMO (Seguimiento de Estudiantes de Secundaria para valorar Salud Mental y Obesidad) con 2.000 adolescentes de Navarra, País Vasco y Canarias, y partimos de unos datos de base en los que se ve una asociación entre los hábitos dietéticos, el uso de pantallas y la sintomatología depresiva. Los chavales que pasan horas y horas delante de las pantallas, dedican mucho tiempo a los videojuegos y están mucho en las redes sociales tienen más sintomatología depresiva y autolesiones, y algunos presentan un perfil de riesgo de suicidio. No obstante, son datos basales, hay que tomarlos con cautela.
¿En qué sentido hay que ser precavidos?
Porque puede producirse una causalidad inversa. No sabes qué viene primero: si es que el chaval está deprimido y se queda en casa escondido sin salir y por eso acude a las redes sociales, o si las redes sociales son las que están relacionadas con la depresión. Lo confirmaremos en el seguimiento que acabamos de iniciar ahora; no tendremos datos hasta dentro de aproximadamente dos o tres años.