El jamón de york goza de un estatus privilegiado en el imaginario colectivo como alimento casi medicinal, suave, digestivo, ligero, nutritivo y adecuado para personas enfermas y bebés o niños pequeños. Prueba de ello es que, al poner en un buscador de Internet las palabras “jamón, york, cocido, bebé”, se obtienen decenas de páginas webs “especializadas” en crianza o en alimentación infantil en las que se aconseja su consumo. También aparece en abundantes sitios webs de gastronomía con recetas y modos distintos de preparaciones culinarias, dirigidas a bebés y niños. Pero, ¿es recomendable este alimento para los pequeños? En este artículo se detallan las características del jamón de york y se hace una advertencia sobre su consumo.
Si el jamón cocido, o jamón de york, ha conseguido esta buena fama ha sido porque desde las consultas de miles de pediatras y enfermeras, durante décadas, se ha recomendado como uno de los alimentos que se pueden ofrecer a partir de los 7-9 primeros meses de vida. Además, los fabricantes de potitos para niños -que también elaboran las papillas multicereales y las leches que denominan «de crecimiento»- lo emplean como ingrediente en alguna de sus presentaciones.
Características del jamón de york
La recomendación para su consumo se basa en algunas características de este alimento, como el alto aporte de proteínas, el escaso contenido en grasa y calorías (unas 107 kcal/100 g) y el hecho de que tenga una textura fácil de masticar.
Sin embargo, pasa por alto varios inconvenientes, como su alto contenido en sal y la condición de alimento muy procesado con conservantes, antioxidantes y otros agentes. Además, está incluido en el grupo de carnes procesadas, relacionadas con el aumento del riesgo de cáncer colorrectal, el más frecuente en nuestro país.
Para su obtención, se trata la pata posterior del cerdo, limpia y deshuesada, con salmuera (solución de agua, sal y conservantes). En este proceso se pueden añadir azúcares, potenciadores del sabor y agentes de retención de agua. Más tarde, el producto se introduce en moldes y se cuece. Al resultado se lo denomina jamón cocido o, también, jamón dulce, pues suele llevar algo de azúcar en forma de dextrosa o lactosa.
Así pues, el «jamoncito» de york, como muchos padres y madres lo llaman delante de sus retoños, es carne procesada. Y esto, según el Fondo Mundial para la Investigación del Cáncer (WCRF), lo coloca en la misma categoría que otras carnes que han sido conservadas mediante procesos como el ahumado, el curado, el salado o la adición de conservantes. El jamón, el bacón, el chorizo, las salchichas, el fiambre de pavo, la cecina, el salchichón, el fuet, la mortadela u otras carnes frías o embutidos son «cárnicos procesados».
Prudencia en las fiestas navideñas
Se acercan fechas en las que es muy frecuente presentar en las mesas abundantes embutidos y fiambres de todo tipo, sobre todo en los picoteos o los entrantes previos a las comidas de gala. Precisamente por ello, cabe recordar que su ingesta no es recomendable en bebés y niños pequeños. En el resto de la población, si se toman, el consejo es hacerlo de manera muy limitada como un extra «festivo» muy aislado, aunque también está la opción de no ingerirlos nunca.
En 2015, la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitió un informe donde advertía de que era mejor evitar las carnes procesadas porque su consumo habitual elevaba el riesgo relativo de tener cáncer de colon. El significado de ese informe lo explicó muy bien el dietista-nutricionista Julio Basulto en este artículo.
Ahora bien, las advertencias venían desde mucho antes. Ya en 2002 -hace ya 15 años-, los estudios del Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC) aconsejaban a la población que moderara la ingesta de conservas de carne para reducir el riesgo de cáncer. Y en 2007, subieron de nivel la alerta con la palabra «evitar». ¿Por qué «evitar»? Porque existían pruebas convincentes que relacionan su consumo, incluso en pequeñas cantidades pero de manera diaria, con el riesgo de padecer cáncer colorrectal, una de las primeras causas de mortalidad prevenible en Occidente. Esta postura fue ratificada en 2011.
En conclusión, como es seguro que nuestros peques, cuando sean más grandes, comerán algún sándwich mixto, un bocata de jamón serrano o jamón de york a trocitos en una ensalada, es preferible no ofrecérselos en sus primeros años de manera habitual y como si fuera algo especialmente saludable, porque no lo es. Para quienes sostienen que estos consejos son exagerados o alarmistas, que «hay que comer de todo», cabe señalar que falta la segunda parte de la frase: «Sí, hay que comer de todo… lo que sea indudablemente saludable«.