¿Influye la vajilla en lo que comemos?

Las dimensiones del plato, de las tazas y de los cubiertos influyen sobre qué comemos, cómo y cuánto, junto con estímulos internos como el apetito o la saciedad
Por Julio Basulto 31 de octubre de 2012
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Imagen: Dinner Series

Las influencias sobre qué comemos, cómo comemos, e incluso cuánto comemos, son diversas y no se ciñen tan solo a estímulos internos, como las sensaciones de apetito y saciedad. Además de las emociones o los valores socioculturales, ciertos estímulos externos pueden determinar, en mayor o menor medida, nuestra selección alimentaria. Entre ellos, la compañía, o bien la iluminación y la música, cuando se come en un restaurante. Pero, ¿qué sucede con la vajilla? ¿Influye en nuestro modo de comer? El presente artículo reseña los estudios que han evaluado el papel de la vajilla en nuestra selección dietética.

El papel de la vajilla en las elecciones dietéticas

El entorno y los estímulos externos inciden en nuestra manera de comer. Algunos estudios indican que comemos más con amigos que con extraños y que esto varía si estamos acompañados de hombres o de mujeres. En esta dinámica de influencias, tal como apuntan distintas investigaciones, la vajilla no es la excepción. Entre los científicos que evalúan aspectos que relacionan la vajilla con nuestra dieta destaca el doctor Brian Wansink, de la Universidad de Cornell. Sus múltiples investigaciones sobre las influencias externas en nuestro consumo de alimentos le han hecho merecedor de importantes premios internacionales, debido a su relevancia para la salud de los consumidores.

El tamaño del plato puede influir sobre cuánta comida ingerimos

El tamaño del plato puede influir sobre cuánta comida ingerimos, aunque no todos los estudios lo confirman. Por ello, en el año 2005, Wansink y sus colaboradores quisieron profundizar en el tema: sirvieron sopa a 154 comensales y les indicaron que se la tomasen hasta sentirse saciados. La mitad de ellos, sin embargo, estaban sentados frente a un plato con un ingenioso (y oculto) mecanismo, mediante el cual la sopa se rellenaba de manera automática, sin que el comensal se percatase de ello. El resultado fue que el grupo asignado al plato «sin fondo» tomó un 73% más de sopa. Al preguntar a ambos grupos sobre su sensación de saciedad, hubo una nueva sorpresa: los dos percibieron una plenitud similar.

En el mismo año, en otro estudio de Wansink, se regaló a 158 voluntarios unas palomitas antes de entrar al cine para ver una película, pero los espectadores recibieron, al azar, recipientes distintos: unos contenían 120 gramos de palomitas y otros, 240 gramos. Lo interesante del estudio es que la mitad de las palomitas eran frescas (recién hechas) y la otra mitad estaban pasadas (llevaban 14 días hechas). Es decir, se plantearon cuatro posibilidades:

  1. Palomitas frescas en un recipiente de 120 gramos.
  2. Palomitas pasadas en un recipiente de 120 gramos.
  3. Palomitas frescas en un recipiente de 240 gramos.
  4. Palomitas pasadas en un recipiente de 240 gramos.

Como era de esperar, los voluntarios que recibieron el recipiente grande con palomitas frescas comieron más (un 45,3% más) que quienes contaban con un recipiente pequeño con palomitas frescas. Sin embargo, contra todo pronóstico, quienes recibieron el recipiente grande que contenía palomitas pasadas también comieron más (un 33,6% más) que los del pequeño con palomitas pasadas. La conclusión es obvia: si nos ofrecen más comida, comemos más… incluso si no nos gusta.

Las dimensiones de las tazas y de los cubiertos también se relacionan con la cantidad de comida que nos servimos

Un año después, en 2006, Wansink volvió a dejar boquiabierta a la comunidad científica al publicar un interesante estudio en el que se examinó si el tamaño de una taza o de una cuchara de servir afecta, sin saberlo, a la cantidad de alimento que nos servimos y comemos. En este caso, los voluntarios eran nada menos que 85 expertos en nutrición. Se les dio al azar un recipiente grande o uno pequeño en el que tenían que poner una bola de helado. Pero la cuchara para servir el helado también era de dos tamaños: más grande o más pequeña. Los resultados son elocuentes: los expertos que recibieron un recipiente grande se sirvieron un 31% más de helado sin ser conscientes de ello. Quienes además usaron (sin saberlo) la cuchara grande, se sirvieron un 14,5% más.

En enero de 2012, en una nueva investigación de Wansink y colaboradores, 68 participantes fueron asignados al azar a servirse pasta de un recipiente de gran tamaño (6,9 litros de capacidad) o de una fuente de tamaño mediano (de 3,8 litros de capacidad). En este caso, el plato en el que los voluntarios comían la pasta era igual. ¿Se sirvió más pasta el grupo que se sentó frente a una fuente más grande? Sí lo hizo, y mucho: los comensales asignados a la fuente de 6,9 litros comieron un 77% más de pasta.

El último estudio de Wansink, publicado junto a Koert Van Ittersum en agosto de 2012, se centra en la llamada «Ilusión Delboeuf«. En 1865, el filósofo belga Franz Joseph Delboeuf documentó que aunque dos círculos negros sean del mismo tamaño, si uno de ellos está rodeado por un anillo, su tamaño parece distinto en función de lo grande que sea el tamaño del anillo.

La investigación confirmó que, cuando el plato es muy grande, parece haber menos comida en su interior. En consecuencia, tendemos a llenarlo más (y a comer más). Es decir, entre los muchos factores que influyen sobre nuestra tendencia a comer en exceso, las vajillas de gran tamaño podrían desempeñar un papel importante.

Los estudios y sus resultados demuestran cómo el tamaño de vajilla que utilizamos puede influir de manera significativa en la cantidad de alimentos que consumimos en el día a día. En otras palabras: si sustituimos la vajilla de nuestra casa por otra de tamaño menor, reduciremos las posibilidades de comer en exceso.

Como señalan Van Ittersum y Wansink, este cambio «podría beneficiar a los niños para el resto de sus vidas», dado que la obesidad infantil es, en la actualidad, un problema creciente. Además, «puede tener un impacto no trivial en el presupuesto de la casa», ya que disminuirán los residuos de alimentos que sobran. Asimismo, los investigadores afirman que, «como regla general, el tamaño de vajilla debe variar de manera proporcional con la salubridad de lo que se consume: pequeñas fuentes para segundos platos y grandes platos para las ensaladas».

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