Entrevista

«No necesitamos alimentos funcionales»

José Manuel López Nicolás, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Murcia
Por Gemma del Caño 23 de noviembre de 2019
JoseManuelLopezNicolas

José Manuel López Nicolás es uno de los mayores expertos en alimentos funcionales de España. Con más de 100 publicaciones en revistas científicas, este catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Murcia lleva toda su vida profesional analizando la efectividad de estos productos a través de la evidencia científica. En este artículo, este especialista nos explica cómo se diseñan los alimentos funcionales. Y en esta entrevista hablamos con él sobre las características de estos productos, las estrategias de la industria para promocionarlos y el papel de los consumidores.

Durante años usted ha desmontado uno tras otro los alimentos funcionales. ¿Ha creado la industria una necesidad en el consumidor?

Yo solo pretendo informar al consumidor de lo que dicen las evidencias científicas. La necesidad de consumir alimentos funcionales ni existía antes ni existe ahora. No conozco ni uno solo de estos productos que sea necesario –excepto los sin lactosa o sin gluten para los intolerantes–. Todo lo que pueden aportar lo tenemos en una dieta saludable y a mucho menor precio.

¿Se aprovecha la industria del ultraprocesado de estas declaraciones?

Claro. La clave está en el “absurdo nutricionismo”, la corriente que permite que un alimento publicite ciertas propiedades basándose en algunos de los ingredientes que contiene, pero sin tener en cuenta el resto de componentes. Un producto ultraprocesado rico en sal, azúcar o grasas no saludables puede decir que ayuda al sistema inmunitario por la sola presencia de una cantidad ridícula de vitamina B6, que ni nos hace falta ni lo convierte en más saludable. Pero puede ser peor. Una bebida energética es un alimento funcional que, por la presencia de algún micronutriente innecesario, puede declarar infinidad de propiedades saludables. Sin embargo, también puede llegar a tener 75 g de azúcar, el triple de la ingesta diaria recomendada por la Organización Mundial de la Salud. Una aberración.

¿Qué cambiaría de la legislación?

El etiquetado debe residir en el valor nutricional del producto acabado y no de los componentes individuales. Algo parecido a lo que se hizo con Nutri-Score, pero perfeccionado. También prohibiría a famosos y a sociedades médicas dar su aval a productos o terapias que no demuestren su eficacia y evitaría que algunas instituciones científicas prestaran su logo a dudosos alimentos funcionales o complementos alimenticios. Y, por supuesto, multaría ejemplarmente a aquellos que no cumplan la ley.

¿Hacia dónde cree que evolucionará este mercado?

No creo que vaya a cambiar. La gente busca comodidad a la hora de nutrirse y este tipo de alimentos, que no necesitan de ninguna preparación culinaria, publicitan que aportan innumerables propiedades beneficiosas para la salud cuando en realidad no es así. Su facturación es cada vez mayor en todo el mundo y, si no se aplican las medidas necesarias, llegarán a desbancar del mercado a muchos productos saludables que no tienen un etiquetado tan agresivo.

¿Están los consumidores correctamente informados sobre estos alimentos?

La población no tiene ni idea de los trucos legales que emplean la mayoría de las empresas que elaboran alimentos funcionales, y por eso se consumen tanto. Pero es normal que no lo sepan. Se supone que hay una legislación y unos organismos que nos protegen. Desgraciadamente no es así. Se debería exigir, por una parte, una legislación mucho más dura y, por otra, una aplicación correcta de las leyes ya existentes. Hay ocasiones en las que bastaría con aplicar la legislación vigente.

Es famosa la estrategia de colocar un asterisco –añadir en letra pequeña las reservas de un beneficio–, pero, ¿a qué más trucos debe enfrentarse el consumidor?

La estrategia del asterisco no es la única. Los productos «sin» son también alimentos funcionales y la estrategia del miedo que emplean, basándose en la escasez de conocimiento científico de mucha población y en campañas alarmistas, les está dando resultado.

¿Por qué funcionan eslóganes como “sin ingredientes químicos”, “sin aditivos” o incluso “sin porquerías”?

Porque el miedo vende y la gente se deja llevar por el “por si acaso”. Otra de las trampas consiste en no publicitar ninguna propiedad saludable (porque no llevan ningún ingrediente que lo permita) pero poner dibujos en los envases que hagan creer al consumidor que sí la tienen. Hay bebidas destinadas a deportistas que no poseen ningún ingrediente con una propiedad saludable autorizada, pero en el envase se ven zapatillas o ropa deportiva. Otra de las estrategias es poner en los envases de productos insaludables los logos de sociedades médicas o nutricionistas para dar la impresión de que son buenos, cuando en realidad no lo son.

¿El consumidor debe temer a estos alimentos?

El que no sean necesarios no significa que nos vayan a envenenar. Sus ingredientes no son tóxicos, ni mucho menos. Han pasado todos los controles que exigen las autoridades oficiales. Sin embargo, una alimentación basada en el consumo abusivo de estos alimentos (que es la situación actual) da lugar a situaciones de malnutrición extremas. Eso es lo que hay que temer.

¿Se le ocurre algún caso en el que sí fuera útil un alimento funcional?

Si no sigues una alimentación equilibrada vas a tener carencia en algunos nutrientes. Los productos funcionales te pueden proporcionar esos nutrientes. Sin embargo, la mayoría de estos alimentos tienen en su composición otros ingredientes poco recomendables, por lo que la balanza es desfavorable. Mi conclusión, después de tantos años investigándolos, es que no deberíamos consumirlos.

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