Primeras palabras para siempre: la lengua materna no se olvida

El idioma que el bebé escucha en sus primeros meses de vida deja huellas en su cerebro, incluso aunque luego no aprenda a hablarlo ni a entenderlo
Por Cristian Vázquez 22 de febrero de 2016
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Imagen: Kobyakov

Un estudio reciente ha comprobado que la lengua materna deja una marca indeleble en los bebés. Incluso en casos de adopciones, en los cuales el pequeño deja de escuchar el idioma del entorno en que pasó sus primeros meses y no aprende a hablarlo ni a entenderlo, sus reacciones cerebrales son similares a las de los niños que sí aprendieron esa lengua. A continuación se ofrecen detalles acerca de las huellas cerebrales de las primeras palabras, los patrones neuronales que permanecen en el bebé y otros datos sobre el complejo proceso de adquisición del lenguaje.

Las huellas cerebrales de las primeras palabras

Las primeras palabras no se olvidan. La lengua que los bebés escuchan hablar a su alrededor, desde antes de que ellos mismos puedan pronunciar sus primeros vocablos, deja una huella en su memoria que permanece durante años, incluso aunque dejen de estar expuestos a ese idioma y no recuerden -de manera conciente- nada de él. A esa conclusión ha llegado un estudio reciente, realizado por científicos de diversas instituciones de Montreal (Canadá).

Los investigadores compararon las reacciones de tres grupos de niñas y adolescentes de entre 9 y 17 años ante un mismo estímulo: grabaciones de voces en chino mandarín. Uno de los grupos estaba compuesto por niñas chinas que habían sido adoptadas, antes de los tres años de edad, por familias de habla francesa y que no sabían hablar el idioma chino. El segundo grupo lo integraban bilingües en mandarín y en francés, mientras que las del tercero eran francófonas que no hablaban ni entendían mandarín.

El análisis reveló que en las chicas que habían estado expuestas a la lengua china, tanto las que lo hablaban como las que no, las grabaciones activaban las mismas zonas del hemisferio cerebral izquierdo, que es donde se procesa el lenguaje. Las que nunca habían hablado ni oído mandarín, en cambio, mostraron actividad en el hemisferio derecho, donde se procesan los sonidos; es decir, no reconocían lo que escuchaban como un idioma, a diferencia de las del primer grupo, pese a que muchas de estas no entendían el significado.

Patrones neuronales que permanecen

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Imagen: deanwissing

«El patrón de activación cerebral de las niñas chinas que perdieron totalmente su lenguaje coincidía con el de las que continuaron hablando chino desde su nacimiento», explica Lara Pierce, experta en psicología de la Universidad McGill, de Montreal, y directora del estudio. Esto se debe, apunta, a que la lengua materna deja su huella, una representación que permanece en el cerebro aunque el idioma se olvide.

El trabajo comprobó también que las reacciones cerebrales fueron más intensas en las menores que habían estado expuestas al chino mandarín durante más tiempo. Esto sugiere que la huella que deja el idioma escuchado en los primeros meses de vida depende de la extensión del tiempo durante el cual se ha estado expuesto a él. Pero incluso las que habían dejado de escuchar el chino mandarín antes de los seis meses de edad lo registraban como algo «conocido».

Para los investigadores, estos resultados indican que las personas que de pequeñas han estado expuestas a una lengua tendrían luego más facilidad para aprenderla. Pero no solo eso. También refuerza la idea de que las estructuras neuronales que el cerebro adquiere en edad temprana, cuando mayor plasticidad posee, no se borran con el paso del tiempo, incluso aunque no se utilicen.

La adquisición del lenguaje, un proceso muy complejo

La adquisición del lenguaje es un proceso muy complejo, en el que participan no solo la capacidad auditiva de los bebés, sino también la visual. A partir de los seis meses de vida, que es cuando en general ellos descubren que pueden emitir sonidos y comienza la etapa del balbuceo, los ojos del niño dejan de focalizarse en los del adulto que le habla y se concentran en su boca. Esto es porque el menor, a su manera, «lee los labios» de su interlocutor para tratar de imitarlo, tal como concluyó un estudio realizado en Estados Unidos.

Los bebés que se crían en hogares bilingües, por su parte, comienzan a mirar los labios antes, alrededor de los cuatro meses de vida. La posición de los labios les da información extra para identificar los dos idiomas que se hablan en su entorno. Trabajos futuros podrán estudiar qué clase de huellas deja en el cerebro del niño la coexistencia de esas dos lenguas maternas.

Durante la etapa del balbuceo, el pequeño se divierte repitiendo sílabas, sobre todo las que le resultan más fáciles de pronunciar, como las que incluyen las consonantes b, n y p. Otro estudio -publicado en 2008- descubrió que el cerebro de los recién nacidos muestra mayor actividad cuando escuchan palabras terminadas en sílabas repetidas.

Cuando tiene alrededor de un año, el bebé aprende las palabras simples que le redundan mayores satisfacciones: mamá, papá, teta, pan, etc. A partir del año y medio de vida la pronunciación se hace más clara y, a los dos años, el niño ya maneja un vocabulario de hasta 50 o incluso 100 palabras.

El recuerdo de las canciones oídas desde el vientre materno

Diversos estudios han indagado en cómo el cerebro del bebé es enormemente receptivo a las palabras y otros estímulos que recibe desde las etapas más tempranas de su vida, hasta antes de nacer. Un trabajo de 2013 demostró que, meses después del parto, los niños conservan el recuerdo de canciones oídas desde el vientre materno.

Los científicos finlandeses a cargo de la investigación sostienen la hipótesis de que la exposición del pequeño a la música y otros estímulos sonoros durante la gestación induce cambios en el sistema neural, lo cual tendría su influencia luego, durante el desarrollo del habla.

Por los mismos motivos, estos expertos se mostraron preocupados también por los posibles efectos negativos de los ruidos y sonidos desagradables a los cuales los niños podrían estar expuestos, tanto durante la última etapa del embarazo (sobre todo, en el lugar de trabajo de sus madres) como en sus primeros días de vida (en particular, en las áreas para neonatos de los hospitales, y más aún cuando deben permanecer varios días allí).

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