El ahorro está de moda y, en esa línea de reducción de gastos, ajustarse el cinturón ya no es una simple metáfora: cada vez hay más costureras particulares y empresas (algunas con franquicias) que basan su negocio en los arreglos de ropa nueva y usada. Durante el último año, el IPC correspondiente a las reparaciones de prendas de vestir aumentó un 1% y el de las reparaciones de calzado, un 4%. Estos valores son más significativos cuando se les coloca en un contexto de recesión. Pero este tipo de servicios no es nuevo. Ya funcionaba antes de la crisis. Ahora sólo ha cambiado el modelo de negocio, sobre todo, en el tipo de prendas que se retocan.
La cultura del reciclaje
Las crisis económicas conllevan cambios en el comercio y en la sociedad: se renuevan los modelos de negocios, se revitalizan algunos sectores y se abren nuevos nichos de mercado. Es un contexto de transformación en el que prima la consigna general de adaptarse o desaparecer. En los últimos dos años, las familias españolas han recortado el presupuesto destinado al esparcimiento, el ocio, los bienes materiales y los fungibles. Esta contención del gasto afecta de forma negativa al sector del comercio y a los servicios. Sin embargo, una parte de estos negocios encuentra una oportunidad de crecimiento en la crisis. Las tiendas que venden objetos de segunda mano o los técnicos en reparación de electrodomésticos son dos ejemplos claros, aunque no los únicos. El textil es otro de estos sectores.
Los costes varían hasta en un 40% según el taller, la rapidez con que se haga el arreglo y los servicios añadidos
Hasta hace poco más de un año, las tiendas de costura y los modistos particulares arreglaban prendas nuevas, a menudo, recién compradas. Acortar los bajos de un pantalón, entallar una chaqueta, ceñir una falda o alargar los tirantes de un vestido que acababa de salir de la tienda eran los encargos más habituales. La tendencia, sin embargo, ha cambiado en parte. Si bien todavía se arregla la ropa sin estrenar, el público y el tipo de pedidos se ha diversificado. Ha aumentado el número de personas que, en lugar de comprar prendas nuevas, rescata las olvidadas en el armario. Más allá de que formen parte de una empresa o trabajen por su cuenta, quienes se dedican a coser coinciden en que «algo ha cambiado». Notan la crisis, pero no por la falta de clientes, sino porque cada vez reciben más consultas, más visitas y más prendas usadas para arreglar.
El perfil de los usuarios y el tipo de pedidos se ha ampliado. Al público habitual se han sumado personas que antes descartaban la opción de contratar los servicios de una tienda de costura, pero ahora ven en ellas la posibilidad de renovar el armario sin gastar tanto dinero.
Ajustar los bolsillos
Los costes relativos al arreglo de prendas varían hasta en un 40% según la comunidad autónoma, el lugar donde se acuda, la rapidez con que se efectúe el arreglo y los servicios añadidos, como la recogida y entrega a domicilio.
Un mismo trabajo -como cambiar la cremallera de un pantalón- cuesta entre 8 y 15 euros. Mientras algunas compañías recogen gratis la ropa cuando el cliente vive cerca o guarda varias prendas para arreglar, otras cobran un suplemento que oscila entre 5 y 20 euros. También difieren las tarifas entre las costureras particulares y las franquicias o grandes cadenas. Los precios de estas últimas son con frecuencia más asequibles, ya que manejan un mayor volumen de trabajo y aumentan el margen para reducir los precios u ofrecer promociones, pero en este aspecto no hay reglas.
El arreglo no compensa en la ropa más económica, que se usa durante una o dos temporadas
En ocasiones, son las modistas particulares quienes fijan precios más bajos, en especial, si trabajan para un cliente habitual, un amigo o conocido. No obstante, la celeridad en los arreglos laboriosos se cobra: si en condiciones normales estrechar una chaqueta cuesta entre 20 y 35 euros, el precio aumenta casi un 50% ante un «trabajo exprés».
El abanico de opciones es amplio, pero permite sacar varias ideas. La principal: más allá del comercio donde se arregle la ropa, compensa cuando se reparan ciertas prendas. Es el caso de las chaquetas y los abrigos, debido a los materiales que se utilizan en su confección, el tiempo que duran y el precio. Antes que comprar una pieza nueva, conviene revisar el armario, sobre todo, si guarda prendas de piel y de buena calidad. No será fácil conseguir otras similares por el coste del arreglo.
También se ahorra con los vestidos de fiesta, los trajes, las blusas de seda y las prendas caras, de marca o de diseño, que no se utilizan por alguna imperfección, como una codera gastada, una manga descosida o una cremallera estropeada. Frente a éstas, no compensa el arreglo en la ropa económica, cuya finalidad es durar una temporada o dos. En estos casos, es preferible esperar a las rebajas para adquirir prendas nuevas a un precio más bajo.
El deseo de reducir costes ha contribuido a que la figura del zapatero vuelva a ser común en la vida diaria, ya que este oficio, a lo largo del último año, ha incrementado el número de reparaciones de manera exponencial. Si la tendencia de “usar y tirar” había puesto “entre las cuerdas” a este sector -integrado, en su mayoría, por artesanos-, el revés de la economía ha revitalizado su actividad. En comercios de barrio, antes destinados a desaparecer, aumentan ahora los encargos y cambia el perfil de los clientes, cada vez más jóvenes.
Esta transformación no es casual. Por tradición, costumbre y salud, las personas mayores tienden a comprar calzado de calidad, priman el confort y la durabilidad frente a lo efímero de las modas. Pero los jóvenes, menos reticentes a comprar modelos económicos que, casi con toda probabilidad, durarán menos, tampoco se resisten a adquirir zapatos de calidad y recurren a profesionales para reparar las botas de piel o de montaña.