Una carrera hacia la igualdad

El acceso de la mujer al mundo laboral se ha acelerado, pero las cifras muestran el largo camino hasta la equiparación
Por EROSKI Consumer 15 de abril de 2002

Cincuenta y tres de cada cien estudiantes universitarios son mujeres. En general, obtienen las mejores notas y se preparan para un futuro profesional en el que de forma progresiva ocuparán puestos de mayor relevancia con salarios en bastantes casos algo inferiores a los de los varones. A esas muchachas les queda un camino por recorrer en la equiparación completa en el mundo laboral y el social, pero lo que encontrarán cuando abandonen las aulas no se parece en nada a lo que hallaron sus madres.

Las cifras sobre la marcha de la incorporación de la mujer a la vida laboral y social reflejan que el camino recorrido es mucho, pero también que resta mucho por recorrer. A despecho de la mayor presencia de mujeres en las aulas de los niveles más altos de la enseñanza, entre el profesorado (59,1% de los docentes) o en cuerpos de elite de la Administración, como la judicatura (54,6% de juezas), «quedan obstáculos culturales que son difíciles de superar», dice Ana Alberdi, responsable de Estudios del Instituto Vasco de la Mujer (Emakunde).

Obstáculos culturales, educación recibida, tradición… Son las únicas barreras a la equiparación, porque la legislación prohíbe expresamente cualquier discriminación por razón de sexo. Y ahí la educación tendrá un papel fundamental en su desaparición, como advierte Pilar Dávila, directora general de Emakunde: «Es muy importante evitar que se sigan reproduciendo los roles tradicionales. Tiene que producirse un cambio de mentalidad general».

De momento, son obstáculos de envergadura con efectos palpables: una mujer cobra hoy por término medio un salario que equivale a tres cuartas partes del de un varón y además trabaja en muchas ocasiones con un contrato temporal o a tiempo parcial. Y su presencia es amplia justo en aquellos sectores considerados femeninos -la educación, la sanidad, los servicios en general-, mientras es mucho más reducida en otros como la industria, la construcción o las altas finanzas, justo los estimados como típicamente masculinos. «Necesitamos que haya mujeres en puestos de responsabilidad en la industria y las tecnologías, debemos salir del nicho de las carreras femeninas «, sostiene Olga Algar, presidenta de la Asociación de Empresarias y Directivas de Vizcaya.

Desde la selección

La discriminación comienza con frecuencia en la selección de personal. «La mayoría de los procesos son realizados por hombres, lo que influye de gran manera en el resultado final», denuncia Dávila. «Si hay mujeres entre los preseleccionados, es porque tienen currículos muy buenos», dice Alberdi. «Luego, se mantienen estereotipos sobre la mayor disponibilidad horaria, o para viajar o estar fuera, de los varones, lo que termina por propiciar su contratación».

Las cifras muestran que la llegada de las mujeres a puestos relevantes es mayor en el sector público que en el privado. Incluso los datos pueden ser engañosos: los estudios se refieren a mujeres en cargos directivos en empresas de más de diez trabajadores. Lo que sucede es que mientras ya no es extraño encontrarlas en cargos de responsabilidad en pequeñas sociedades, sigue siendo excepcional hallarlas en las grandes corporaciones. La explicación, para Dávila, es que las estructuras organizativas siguen «fuertemente masculinizadas» y «los hombres tienden a conservar para sí los puestos de poder». Amparo Moraleda, presidenta de IBM para España y Portugal, y Ana Patricia Botín, que está al frente de Banesto, son dos excepciones muy importantes, y puede que con capacidad de enganche en ese mundo masculino.

Sin embargo, la invisibilidad de la mujer es patente también en sectores donde su presencia es mayoritaria. En la enseñanza, por ejemplo, son mayoría, pero su presencia en los cargos de alta representatividad, como el de rector universitario, sigue siendo mínima. Ana Alberdi lo explica: «La expectativa principal de una mujer no está sólo en el triunfo profesional. Los hombres, en cambio, están educados para ello. Y pese al tópico sobre las dificultades que pueden tener las mujeres para afrontar horarios inacabables, cuando llegan a esos puestos de gran responsabilidad demuestran que lo ejercen con la misma dedicación que un hombre». «Eso es algo de lo que hay que concienciar a las empresas», apunta Algar.

Rápidos avances

¿Para cuándo entonces la plena equiparación? Conscientes de que el camino recorrido es notable pero lo que falta también (España es aún el segundo país de la UE con la tasa de actividad femenina más baja), las mujeres creen que es ilusorio fijar cualquier plazo inferior a diez años. De momento, las cosas avanzan con más rapidez en el sector público y en la política. Pero «si hablamos de empresas importantes, va a haber poquísimos cambios a medio plazo», se lamenta Ana Alberdi. Aunque, como dice Olga Algar, la plena equiparación sólo llegará cuando haya muchas mujeres ingenieros y arquitectos, y «también graduados en Formación Profesional».

Acceder a trabajos que a lo largo de la historia han sido coto privado de los varones tampoco debe suponer de manera general una masculinización en el carácter de las mujeres. Desde hace tiempo, algunos estudios se han detenido a analizar cómo ciertas mujeres desarrollan una mayor agresividad y una abierta competitividad -rasgos de carácter propios de los hombres- cuando acceden a puestos de gran responsabilidad. Ni Algar ni Alberdi creen que se dé en muchos casos, pero de todas formas defienden el estilo femenino -«más conciliador, más dialogante»- como parte del saber hacer de las mujeres. «Y tenemos más capacidad de resistencia; muchos hombres se derrumbarían ante circunstancias que una mujer es capaz de resistir», concluye Algar.

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