Universitarios y alumnos de secundaria son los que más acuden a las academias en verano

La desaparición de los exámenes de septiembre ha reducido el número de matrículas en estos centros
Por EROSKI Consumer 11 de julio de 2003

Terminado el curso, las academias de verano constituyen una herramienta indispensable para aquellos alumnos que quieren enderezar el rumbo tras un año no demasiado bueno. En unas ocasiones, por propia iniciativa; en otras, por imposición familiar, universitarios y estudiantes de los ciclos de ESO, particularmente de 4º, temerosos del gran salto que están a punto de dar hacia el Bachillerato, constituyen el grueso de escolares que recurren a estas clases de apoyo durante los meses de julio y agosto. Aunque cada vez son menos.

El nivel de matriculaciones en el estío ha descendido considerablemente en los últimos años. Desde que desaparecieron los tradicionales exámenes de recuperación de septiembre, estos centros de refuerzo escolar constatan que el ritmo de actividad por estas fechas ha disminuido paulatinamente, condenando a muchos de estas academias de verano a «resistir» a duras penas, lejos de la gran afluencia que registraban hace un lustro.

«Eliminar los exámenes de septiembre me parece uno de los mayores desaciertos de los últimos tiempos». Eduardo Ruiz, director y profesor de un centro de estudios, no se anda con ambages. No encuentra ningún aspecto positivo a la medida, y no sólo lo dice por la nociva repercusión económica que acarrea a su sector, sino también porque cree que «perjudica realmente a los estudios de los alumnos».

Repesca a mediados de mes

Y es que atrás han quedado los tiempos en que suspender un examen en junio suponía volver a intentarlo en septiembre. Actualmente, las asignaturas que se evalúan en los ciclos de ESO, a finales de mayo o principios de junio, tienen su correspondiente repesca a mediados de mes. «Antes, en dos meses intensivos sí que daba tiempo a repasar las materias. Pero ahora es imposible. Con esos tiempos tan cortos hay cantidad de contenidos que no se dan debidamente. A los chavales les obligan a repasar la materia en una semana para volverles a examinar en julio. Con lo cual, el que no domina una asignatura el 20 de junio, es bastante difícil que la tenga aprendida para el 3 o 7 de julio», explica Ruiz.

Este panorama todavía se vuelve más oscuro en Bachillerato, sobre todo en 2º curso. Quien no haya sido capaz de superar los exámenes de mayo, debe presentarse de nuevo a mediados de junio -lo que antes eran las recuperaciones de septiembre- para ser evaluado posteriormente en la Selectividad, la primera semana de julio.

En definitiva, en todos los casos, el alumno sabe entre junio y julio si ha aprobado o no. En caso negativo, no podrá presentarse de nuevo hasta el curso siguiente.

Esta especie de indefinición en la que se mueve un alumno que, por un lado, acarrea un suspenso, pero, por otro, no tiene esa ansiedad propia de quien debe volverse a examinar a la vuelta del verano, genera cierta inquietud en no pocos padres. «Hay quienes se quieren ir de vacaciones y realmente no saben qué hacer con el hijo» e incluso se plantean inscribirlo en alguna academia ubicada en el destino turístico elegido.

Verano sabático

«Para los padres ha supuesto un auténtico palo. Pese a que su chaval haya suspendido cinco asignaturas, éste se pasa todo el verano sin hacer nada». De este modo sintetiza José Luis, responsable de la academia CAU, en San Sebastián, la paradójica situación que a su entender crea el sistema educativo vigente. Pese a que la labor principal de su academia siempre ha ido orientada a estudiantes universitarios, el director del centro no es ajeno a la problemática que subyace en edades escolares más tempranas. «¿Qué haces con los críos en un caso así? -se pregunta- porque un chaval sin una motivación para acudir a una academia es difícil que vaya». «Esto ha sido un fracaso», resume.

Entre quienes acuden reconoce que lo hacen mayormente aquellos alumnos que en realidad han aprobado, pero lo han hecho un poco justito, no con muy buenas notas, y es el propio centro quien les apercibe sobre la necesidad de reforzar las asignaturas convenientemente de cara al año siguiente. «Hay que tener en cuenta que, por ejemplo, de 4º de ESO a Bachiller hay un salto muy grande», advierte el director de la academia. Lo cierto es que ese paso suele asustar un poco, tanto a padres como alumnos, que observan que lejos de la fluidez que suponía antiguamente cambiar de 8º de EGB a BUP, ahora la materia se complica sobremanera.

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