Entrevista

Francisca González Gil, profesora del departamento de Didáctica y Organización de la Universidad de Salamanca

Hay experiencias en nuestro país que demuestran que la educación inclusiva funciona
Por Marta Vázquez-Reina 2 de marzo de 2011
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Imagen: CONSUMER EROSKI

Tal como afirma el preámbulo de la Ley Orgánica de Educación (LOE 2006), “la adecuada respuesta educativa a todos los alumnos se concibe a partir del principio de inclusión”. Un colegio inclusivo no centra su esfuerzo en proporcionar apoyos al alumnado con alguna necesidad específica, sino en buscar y eliminar las barreras que impiden que estos estudiantes no aprendan. La inclusión “afecta a todo el centro y a todos los estudiantes y es beneficiosa para todos ellos”. Así lo manifiesta Francisca González Gil, profesora del departamento de Didáctica, Organización y Métodos de Investigación de la Facultad de Educación de la Universidad de Salamanca. En la actualidad, González ocupa la secretaría del Instituto Universitario de Integración en la Comunidad (INICO), desde donde trabaja en líneas de investigación de vanguardia relacionadas con las políticas educativas inclusivas.

Primero se habló de integración y ahora de inclusión. ¿Cuál es el camino que se recorre entre un término y otro?

La filosofía que había detrás de la integración era muy buena, pero con esta política no se ha logrado el acceso a la educación para todos, entendida en igualdad de derechos e igualdad de oportunidades. Con la integración se abrieron las puertas al alumnado con necesidades especiales, que pasaba muchas horas fuera de clase, en el aula de apoyo. Esto es algo que se intenta evitar desde la inclusión. La idea es que los apoyos se proporcionen dentro del aula, de modo que no solo los reciba el alumno etiquetado con necesidades, sino que todos los integrantes de la clase, estudiantes y profesores, se beneficien de ellos.

Por tanto, la educación inclusiva afecta a toda la comunidad educativa.

“La educación inclusiva supone que todos los estudiantes participan y todos tienen derecho”

Efectivamente, afecta a todo el centro y a todos los estudiantes. Ya no se debe hablar de alumnos de integración, porque la educación inclusiva supone que todos los estudiantes participan y todos tienen derecho. No consiste en medidas específicas o apoyos a un alumno concreto porque tiene discapacidad, alguna necesidad específica o procede de otro país. Es una filosofía de trabajo de la que se benefician todos.

¿Cuáles son los principales cambios en la dinámica y la estructura de una escuela cuando se empieza a practicar la inclusión en ella?

Hay un cambio sustancial. Desde la inclusión se plantea un salto del concepto de necesidades educativas especiales al de barreras para la presencia, el juego, el aprendizaje y la participación. Cuando se habla de alumno con necesidades, se carga sobre él la responsabilidad de ser diferente y se justifica con ello que no aprenda o que tenga que recibir una atención distinta. Sin embargo, con la inclusión, hay que plantearse qué barreras hay en el centro, que impiden que todos los alumnos participen y se comuniquen, qué ocurre para que este alumno no aprenda. No hay que centrar el discurso en las características del estudiante, sino en las del centro.

¿Cuáles son estas barreras?

“En cualquier elemento del centro o de la política educativa que se lleve a cabo puede haber una barrera”

Van más allá de las arquitectónicas. Son barreras en cuanto a la metodología que se utiliza en la clase, la manera de acoger a los alumnos en el centro, la toma de decisiones o el grado de participación o implicación de los miembros de la comunidad educativa. En cualquier elemento del centro o de la política educativa que se lleve a cabo puede haber una barrera que impida que un alumno participe y aprenda.

¿Están los centros dispuestos a abrirse a la inclusión?

Hay centros que ya trabajan en esta línea y hay experiencias en nuestro país que demuestran que la educación inclusiva funciona. Son colegios que colocan a sus alumnos en los primeros puestos de selectividad y demuestran así que el hecho de que haya alumnos con características diversas no significa que el nivel es menor o que los estudiantes aprendan menos. Pero falta mucho por hacer. En otros centros todavía cuesta mucho generar el cambio, en muchos casos, porque creen que ya favorecen la inclusión.

¿Qué dirección deben seguir?

Apostar por la inclusión supone que los centros tomen la decisión de querer transformarse y que analicen hasta qué punto son inclusivos. No se cambia de la noche a la mañana, es un proceso gradual. Hay que analizar el centro, cuáles son los elementos en los que se falla y establecer las prioridades para empezar a generar cambios poco a poco.

¿Qué recursos son necesarios en los centros para implementar con éxito una política inclusiva?

“Para la inclusión no se requiere personal extra, se puede hacer con el propio del centro”

Hacen falta recursos, pero no hay que utilizar esto como excusa. A menudo, la idea que persiste en los centros es que para llevar a cabo la inclusión se necesitan más recursos humanos, pero no se requiere personal extra, se puede hacer con el propio del centro. Igual hay que cambiar la metodología o modificar la organización. Es cierto que, en ocasiones, los docentes están sobrecargados y no tienen tiempo para sentarse a analizar y tomar decisiones. En este caso, el centro debe facilitar tiempos y espacios para que los profesores puedan trabajar, reflexionar y formarse en su propia experiencia.

Se tiende a relacionar la inclusión o la atención a la diversidad con el apoyo externo e individualizado a los alumnos con necesidades. Sin embargo, esta concepción es contraria a la propia definición del término.

Si se lleva a un alumno con necesidades específicas al aula de apoyo, sus compañeros, mientras tanto, trabajan otros contenidos curriculares que él pierde, de modo que cuando vuelve al aula registra más necesidades. Funcionaría mejor cambiar la metodología por otra que tenga en cuenta a esos alumnos, pero de la cual se beneficien todos.

¿Cómo pueden ser esas metodologías?

Una de las estrategias metodológicas en la educación inclusiva son los grupos interactivos. Hay que plantear actividades o ejercicios para resolver en grupo y solo se superan si todos los integrantes llegan a la solución de modo comprensivo. Es beneficioso para todos. El alumno con necesidades puede, en muchos casos, entender mejor un problema si se lo explica un compañero, que si lo hace el profesor. Además, para quien carece de necesidades específicas supone un buen proceso de aprendizaje, porque poder explicárselo a otro es una forma de asegurarse de que lo ha aprendido. De esta forma, los alumnos son fuente de apoyo entre ellos

¿Cuentan los docentes con la formación inicial y permanente suficiente para atender un proyecto de inclusión en el centro educativo?

“La mejor forma de abordar la formación en inclusión es desde el propio centro”

Creo que es insuficiente, el problema es que no todo el mundo cree en la inclusión y entonces no se considera una prioridad. En los actuales grados de maestro, salvo en la mención denominada “educación especial” -y es un atraso que se llame así-, solo hay una asignatura en el programa que aborda la atención a la diversidad. En cuanto a la formación permanente, la mejor forma de abordar la inclusión es desde el propio centro, plantear una formación específica para los docentes, en función de las necesidades que se detecten en él.

¿Cuáles son los principales retos de la educación inclusiva en el futuro cercano?

La educación inclusiva se sustenta en tres pilares: la política, la práctica y la cultura del centro. Los retos son, por tanto, que las administraciones educativas se impliquen, apuesten por la inclusión y den coherencia a lo establecido en la ley educativa y que los centros se pongan en movimiento e inicien procesos de cambio y transformación hacia la práctica inclusiva en ellos.

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