Prevención escolar del tabaquismo
Los programas más efectivos permiten desarrollar habilidades para resistir las presiones socioculturales que promueven este hábito
- Autor: Por Marta Vázquez-Reina
- Fecha de publicación: sábado 22 enero de 2011

Aunque en la última década se ha registrado un importante descenso en la cifra de fumadores habituales, la edad de iniciación al tabaco es aún muy temprana (13,3 años). Este dato revela la importancia que adquieren las acciones de prevención entre la población adolescente, una responsabilidad que deben compartir las familias y otros agentes de influencia, como la comunidad educativa. Entre las metodologías preventivas del consumo del tabaco en el entorno escolar destacan como más efectivas las centradas en la enseñanza de habilidades sociales que permitan a los estudiantes tomar decisiones de modo razonado y desarrollar actitudes y capacidades que favorezcan la resistencia a situaciones de presión.
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Desde la puesta en marcha de la Ley Orgánica de Educación (LOE 2006), la Educación para la Salud tiene un espacio propio dentro del currículo de las enseñanzas obligatorias y se integra como contenido transversal en diferentes áreas de conocimiento de las etapas educativas, desde Primaria a Secundaria. Entre las competencias que se persigue que alcancen los alumnos en esta materia, la LOE destaca una primordial: “Las habilidades y destrezas para prevenir conductas de riesgo y tomar iniciativas para desarrollar y fortalecer comportamientos responsables y estilos de vida saludables”.
La prevención del consumo del tabaco es uno de los objetivos que la Ley se propone con la adquisición de esta competencia. Puesto que la iniciación y la posterior habituación al tabaquismo se registran en general en una edad en que los jóvenes están escolarizados, el entorno escolar resulta idóneo para realizar un trabajo efectivo en este sentido.
Para prevenir el tabaquismo entre los adolescentes, además de incluir la formación para la salud en los contenidos curriculares, tanto el Ministerio de Educación como las diferentes administraciones autonómicas desarrollan en sus correspondientes ámbitos actuaciones y programas específicos. Tal como recogen los últimos datos de los Planes Autonómicos de Drogas, en 2008, más de 1,6 millones de estudiantes de cerca de 10.000 centros participaron en algún programa de prevención y en actividades puntuales de sensibilización.
Los programas de prevención no se limitan a informar a los estudiantes sobre los posibles efectos adversos del consumo del tabaco. En general, en los proyectos preventivos, que se desarrollan en una etapa concreta o en todos los niveles, se utilizan metodologías activas que promueven una actitud positiva hacia el cuidado de la salud a través de la experimentación.
Carles Ariza y Manel Nebot, de la Agencia de Salud Pública de Barcelona, resumen en su artículo ‘La prevención del tabaquismo en los jóvenes: realidades y retos para el futuro’ las condiciones que se deberían recoger en cualquier programa de prevención escolar del tabaquismo. Con base en la evidencia de las estrategias más efectivas llevadas a cabo en los últimos años, estos especialistas matizan algunos de los principales criterios que se deben aplicar:
Las investigaciones llevadas a cabo sobre el consumo de tabaco entre adolescentes sugieren que los determinantes principales de la conducta fumadora de los jóvenes se agrupan en un conjunto de circunstancias, entre las que destacan las socioculturales y del entorno. La permisividad de los padres, la imitación y la presión entre iguales son algunos de los factores que tienen mayor influencia en la adquisición del hábito de fumar.
Con esta premisa, los especialistas recomiendan como acciones preventivas más prometedoras las basadas en la identificación de estas presiones socioculturales y en el desarrollo de habilidades para resistirlas. Todo empieza por conocer los factores de riesgo que pueden llevar al consumo, como la influencia de amigos o hermanos, el ambiente de ocio en el que se mueve el adolescente, la accesibilidad al tabaco (disponibilidad y capacidad económica), la actitud de los progenitores y otras características personales, como el bajo rendimiento académico o la desestructuración familiar.
A partir de aquí, la estrategia debe orientarse al fomento de actitudes y valores contrarios al tabaco, al aprendizaje por parte de los alumnos de conocimientos y destrezas que le ayuden a decir “no” en situaciones de presión y a reforzar la personalidad del adolescente para que aprenda a tomar decisiones por sí mismo y con libertad.