La destrucción del medio ambiente tiene un evidente componente sexista, según el ecofeminismo o feminismo ecológico. Alicia Puleo, una de las principales expertas en la materia, asegura que “la bipolarización de hombres y mujeres ha llevado a apreciar solo el dominio de la Naturaleza y devaluar su cuidado”. Esta doctora en Filosofía y profesora titular de Universidad del área de Filosofía Moral y Política defiende un ecofeminismo alejado del misticismo y centrado en la realidad cercana de las mujeres y la Naturaleza, como deja constancia en obras como ‘Ecofeminismo para otro mundo posible’. Bajo su punto de vista, es imprescindible superar el androcentrismo y fomentar la universalización de los valores de la compasión y la ética del cuidado hacia los humanos, los animales y los ecosistemas.
El ecofeminismo conecta las preocupaciones ecológicas con las reivindicaciones de las mujeres. Pretende buscar un mundo mejor, sin la desigualdad ni la violencia patriarcales, un mundo sostenible que no condene a los pueblos empobrecidos ni a las generaciones futuras a un entorno devastado.
“El ecofeminismo debe ayudar a superar el androcentrismo y fomentar el cuidado de los humanos, los animales y los ecosistemas”Algunas filósofas feministas, como Simone de Beauvoir, han observado y analizado con suma agudeza la identificación histórica de mujer y Naturaleza, la “naturalización”, como modo utilizado en abundancia para justificar la subordinación del colectivo femenino. Es un procedimiento sufrido también por otros colectivos dominados, como las minorías étnicas. A partir de esa denuncia del feminismo, el ecofeminismo afirma que hay una vinculación entre el dominio patriarcal y la relación humana explotadora y destructiva con la Naturaleza. La bipolarización de los papeles, aptitudes y actitudes de hombres y mujeres habría llevado a devaluar las tareas del cuidado y apreciar solo la conquista y el dominio.
Afirma la autonomía de las mujeres, su capacidad de decidir sobre sus propias vidas; acepta los indudables beneficios de la ciencia y la técnica, pero exige el cumplimiento real del principio de precaución (no caer en la tecnolatría); busca enriquecer nuestras visiones del mundo con la interculturalidad (atiende a la concepción de unidad y reciprocidad entre ser humano y Naturaleza como en los pueblos originarios no dominados por el consumismo y el mercadocentrismo); y quiere superar el androcentrismo, fomenta la universalización de los valores de la compasión y la ética del cuidado hacia los humanos, los animales y los ecosistemas.
Muchas propuestas ecofeministas tienen cierto componente místico. No es mi caso. Reivindico un ecofeminismo crítico racionalista al prejuicio y de adhesión a las reivindicaciones de libertad e igualdad. La mayor parte de las obras ecofeministas provienen del mundo anglosajón, o de la India, de culturas y realidades distintas a las ibéricas e iberoamericanas. Mi propuesta ecofeminista emerge de mis propias coordenadas socio-históricas y feministas.
“Todas y todos estamos en deuda con el feminismo”A las mujeres anónimas que se organizan para luchar contra la contaminación por agroquímicos; a las que reconstituyen la naturaleza y la sociedad con pequeños gestos cotidianos nunca del todo reconocidos; a las que dedican sus esfuerzos cotidianos a cuidar a los animales abandonados y son miradas con ironía por ello; a las mujeres del movimiento agroecológico que trabajan la tierra sin agredirla; a las indígenas que defienden su dignidad y sus territorios; y a tantas otras que han ofrecido su determinación, su saber y su compasión al mundo circundante.
Utilizaré la frase de Antonio Gramsci, un filósofo que también quería la mejora del mundo: “Pesimismo del intelecto, optimismo de la voluntad”. Si consideramos las fuerzas en juego, económicas, políticas, mediáticas, pulsionales, etc., puedo sentirme tentada a contestar de forma negativa. Pero esa supuesta lucidez es también aceptación y renuncia. El pesimismo es una forma del conformismo. No hay mejora posible sin voluntad guiada por la esperanza de cambiar el rumbo.
Que hoy no hay ninguna persona que pueda decir que no le debe nada al feminismo. Las y los feministas luchan desde hace más de dos siglos por construir una sociedad más justa y feliz. Basta con informarse y reflexionar de forma objetiva para comprenderlo. El concepto de “guerra de los sexos” no lo inventaron las feministas. Es una vieja idea del patriarcado que las y los feministas siempre han detestado. Curiosamente, muchos hombres y mujeres que rechazan el feminismo critican horrorizados prácticas admitidas en sociedades en las que el feminismo no ha incidido en las leyes y las costumbres. Creen que las sociedades occidentales siempre han concedido a las mujeres las libertades y derechos actuales. Es un grave error. Todas y todos estamos en deuda con el feminismo.