Científicos apuestan por la agricultura de conservación para frenar la desertización

Esta estrategia incrementa las cosechas y los ingresos, y permite reducir los periodos de barbecho
Por EROSKI Consumer 8 de noviembre de 2002

La desertización afecta a un 30% de la superficie terrestre y amenaza a gran parte de las tierras productivas del planeta. Para resolver este problema, científicos de ocho de los países más áridos del mundo, reunidos en un encuentro organizado en Italia por el Centro de Experimentación y Divulgación de las Técnicas de Irrigación (COTIR), han apostado por la agricultura de conservación. Esta estrategia, según ellos, ayuda a detener el avance del desierto, incrementa las cosechas y los ingresos, y permite al agricultor reducir los periodos de barbecho.

La agricultura de conservación se basa en tres principios: perturbación mínima del suelo y siembra directa, conservación de una cubierta permanente del suelo y selección racional de la rotación de los cultivos. Se comienza por aplicar poca labranza o excluirla por completo, lo que elimina la necesidad del arado, lo que contribuye a mantener la materia orgánica en el suelo y disminuye la erosión producida por el viento o el agua.

«Las prácticas comunes imponen la labranza de las tierras para sembrar las semillas, ventilar el suelo, permitir el paso del agua, eliminar los residuos de la cosecha anterior y exponer y destruir las plagas y los organismos nocivos», explica José Benites, experto de la Agencia de las Naciones Unidas para la Agricultura (FAO). Sin embargo, según Benites, en vez de labrar se pueden utilizar sembradoras en líneas, que forman pequeños depósitos para las semillas a la vez que se conservan los residuos de los anteriores cultivos. «Éstos protegen la tierra de la erosión del viento y promueven la actividad biológica, que también sirve para oxigenar el suelo», asegura.

Al no labrarse la tierra aumenta la materia orgánica acumulada en el suelo y se crea una estructura porosa que permite filtrar más agua hacia las raíces de los cultivos, en vez de que se escurra sobre la superficie llevándose una parte valiosa de dicha tierra. El resultado es más producción y menos erosión.

Las plagas, por su parte, pueden combatirse mediante el manejo integrado de MIP, técnica de lucha contra los organismos nocivos a través de sus enemigos naturales, reduciendo así al mínimo la aplicación de plaguicidas químicos. Además, esta técnica, combinada con la agricultura de conservación, proporciona a la tierra una resistencia mayor frente a la degradación ambiental, incluyendo la erosión por agua y la erosión eólica. «De esta forma, aumenta la producción y los ingresos, dejan de necesitarse combustibles y disminuyen las inundaciones», revela Benites.

Zonas áridas

La agricultura de conservación es especialmente útil en las zonas áridas, donde la falta de lluvias es la principal limitación para producir alimentos, y puede ayudar al agricultor a cambiar sus prácticas por métodos más productivos. Con la agricultura de conservación el suelo puede mantener un mayor volumen de lluvia del periodo de barbecho, de modo que el campesino tiene la posibilidad de hacer rotaciones más intensivas de los cultivos.

Según los expertos, en las zonas áridas pueden realizarse, gracias a la agricultura de conservación, algunas rotaciones no tradicionales de cebada, trigo, lenteja y garbanzo, además de girasol, sorgo y mijo, en función de la humedad disponible.

Para Theodor Friedrich, especialista de la FAO, este tipo de agricultura exige compromiso. «Los agricultores deben cambiar su equipo de siembra, y en el primer año o dos pueden necesitar más herbicidas y plaguicidas, mientras comienzan a aplicar el manejo integral de MIP», afirma. «Hasta la fecha -continua Friedrich- esta técnica ha dado buenos resultados en unos 60 millones de hectáreas en distintas partes del mundo, gran parte en los Estados Unidos y América del Sur. Parte de estas tierras se estaban degradando a gran velocidad y de otra manera hoy ya no podrían explotarse».

En las regiones áridas del Norte de África y Oriente Medio se ha intervenido menos. Ahí es donde, en opinión de este experto, más falta hace la agricultura de conservación para combatir la desertificación e incrementar la humedad del suelo. Pero también reconoce que es la parte del mundo donde es más difícil aplicarla.

Residuos en el suelo

Para desarrollar esta estrategia es fundamental dejar los residuos de los cultivos en el suelo, pero a menudo éstos se requieren para otros fines, por lo general como forrajes, sobre todo en las regiones áridas, donde la materia orgánica es escasa y valiosa. «Dejando al menos una parte de estos residuos en la tierra se limita la evaporación de la humedad del suelo, la cual se manifiesta más en los climas secos donde los residuos se descomponen más despacio», señala Friedich. «La agricultura sin labranza conserva la humedad del suelo, de modo que se produce más materia orgánica, que supera la pérdida inicial de forrajes o de ingresos por su venta», agrega.

Los científicos del COTIR han demostrado la eficacia de esta técnica incluso en las zonas más áridas. En realidad, consideran que sus efectos en un ambiente seco pueden incrementar la producción de 0,5 a 1,5 toneladas por hectárea. También puede permitir producir cultivos anualmente en vez de cada dos años en las zonas que reciben menos de 200 milímetros de agua al año. Además, la agricultura de conservación puede ofrecer muchas posibilidades para economizar suelo, agua, energía, mano de obra y desgaste del equipo.

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